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Paso de pavo por Roberto Merino


Diario Las Últimas Noticias
Domingo 2 de abril de 2012

Gonzalo Arqueros me envió,
a propósito de una columna mía,
unos fragmentos de Juventud y bohemia,
un libro de memorias publicado en 1947
por el doctor Humberto Vera.

Se lo agradezco mucho:
no conocía al libro ni a su autor,
quien ofrece detalles impagables
de la vida santiaguina 
de tiempos pretéritos,
los de su juventud.

Vera, porteño de origen,
registra la atmósfera esencial
de los viejos barrios 
que se han ido extinguiendo
casi sin que nos demos cuenta.

Compara a Santiago con Valparaíso:
"Hasta ese olor característico
de las urbes se percibía distinto.

El puerto olía a mar y a brea.

En Santiago era otra cosa;
un vaho de asfalto en las calles centrales
y un olor campestre en los barrios,
a plantas, a frutas, y a flores
en los buenos meses".

A su entender, Valparaíso
era la ciudad del ajetreo,
del ruido, del comercio;
Santiago, en cambio,
parecía la provincia profunda:
vida puertas adentro
en casas de tres patios
con sus gallineros y sus huertas,
calles solitarias empedradas de huevillo,
flanqueadas por paredones de adobe.

Claro, sus canchas capitalinas
eran las inmediaciones
de Olivos y de Vivaceta.

Hay que ver el beneficio de contar
con un observador sensible,
abierto no sólo a las ideas
sino a la apariencia material de las cosas.

Muchos memorialistas, 
carentes de una visión 
que sobrepase la anécdota, 
nos han dejado 
escenas de evidente simpatía, 
pero no entregan datos
de cómo se componía 
o se comportaba la realidad:
sonidos, olores, 
declinaciones de la luz, estados de ánimo.

El doctor Vera menciona 
un tipo característico de Santiago antiguo:
el vendedor ambulante de pavos,
que recorría las calles
acarreando al recua con una varilla.

José Donoso, en sus propias memorias
(las de su "tribu"), también hace referencia 
a este espectáculo melancólico,
vislumbrado por él
en las inmediaciones de Ejército.

Yo no tengo recuerdos 
de haber visto al vendedor de pavos,
pero desde hace tiempo
guardo una foto maravillosa de 1950,
de la revista Life -me parece que
el autor es Eliot Elisofon-,
donde se insinúa, como una aparición
del pasado semirural, 
un hombre de precaria chaqueta
guiando a la parvada
por la esquina de Vergara y Domeyko.

El edificio de esa esquina,
de adobes hinchados,
estaba ocupado entonces
por un emporio oscuro.

Uno puede casi sentir
el vaho mezclado
de los productos en venta:
carbón, chorizos, chicha.

A veces, al momento
de cerrar los ojos,
en la antesala del sueño,
se me presentan involuntariamente
las imágenes de ese Santiago
que no existe.

Los que nacimos 
a principios de los años 60
alcanzamos a conocerlo
por todas partes.

De hecho, los adultos 
nos decían que Santiago 
era una ciudad atrasada y chata,
a diferencia de los países
desarrollados o prósperos.

Una falacia, sin duda.

Qué daríamos hoy 
por recuperar un poco 
de esas profundas 
y polvorientas perspectivas,
de casas con portones chuecos
cerrados a machamartillo
de donde emanaba, a veces,
a principios de invierno,
un olor a leña
o a zarcillos quemados.

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El vendedor de pavos:


En el sitio en Flickr llamado Santiago Nostálgico
cuya dirección se acompaña,
hay más de cuatro mil imágenes (no sólo de Santiago)

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