Conservar en la memoria
los tesoros efímeros
que nos regala la vida.
Conservar el sentido del humor.
Conservar el sentido del deber.
Conservar los amigos.
Conversar los problemas.
Conservar la lucidez.
Conservar la ironía.
Conservar lo valioso.
Conservar lo que es bello.
Conservar lo que provee
de una estructura a nuestra fragilidad,
-personal y social- y que impide
que nos derrumbemos.
Conservar la capacidad de distinguir
entre lo que ilumina y lo que deslumbra.
Conservar la capacidad de cambiar.
Conservar la capacidad de comprender
la conveniencia o no de ciertos cambios.
Conservar la capacidad de distinguir
los matices que existen entre
la intransigencia y la claudicación.
Conservar la claridad para reconocer
las bondades, en uno u otro caso,
de la flexibilidad y la firmeza
y de ambas operando a la vez.
Conservar la gentileza y caballerosidad.
Conservar el ser educado y ubicado.
Conservar la capacidad de escuchar.
Conservar el ímpetu y generosidad
para buscar soluciones y no quedarnos
pasmados: impotentes, impasibles o indiferentes.
Conservar la fortaleza para no dejarse amedrentar
por el discurso agresivo o por la mayoría vociferante.
Conservar la capacidad para dosificar la intensidad.
Conservar la incapacidad de amar intensamente.
Conservar la sabiduría para vivir a horcajadas
sobre la paradoja y la contradicción.
Conservar la actitud misericordiosa
ante la condición humana.
Conservar la capacidad de indignación ante la hipocresía.
Conservar la capacidad de rebelión ante la injusticia.
Conservar la distancia con el poder y el dinero.
Conservar los tiempos para tener vida interior.
Conservar cierta integridad en medio de tanta contradicción.
Conservar la conciencia de que nos equivocamos mucho.
Conservar la capacidad de aprender de nuestros errores.
Conservar la capacidad de aprender de los demás.
Conservar la capacidad de diálogo.
Conservar la capacidad de conmoverse.
Conservar la capacidad de asombro.
Conservar la sensibilidad ante la belleza.
Conservar la esperanza.
Conservar la fe.
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