Mi primer año con Fátima
por Claudia AldanaDiario El Mercurio, Martes 03 de Enero de 2012
http://blogs.elmercurio.com/ya/2012/01/03/pero-la-vida-sigue.asp
El 2011 fue un año intenso. Partió con la noticia de que nuestra hija tenía, desde el punto de vista médico, "algo". No había certezas de nada. Mi mayor temor era que ella falleciera, o naciera con síndrome de Down. Recuerdo haber estado conversando con una amiga, y decirle "que la operen todo lo que quieran, que sea cualquier cosa, menos Down: eso es para siempre". Y acá estoy, orgullosa de los avances de mi chinita maravillosa, que me ha demostrado que todo lo derrotista que se escribe sobre los niños con capacidades especiales se borra de una plumada cuando hay niños con la fuerza de mi hija, o como muchos otros que he conocido gracias a sus mails, y sus comentarios. Si hace un año me hubiese visto con la vida que llevo hoy, me habría tomado seis ravotril, y a la cama una semana. Hoy, le agradezco cada minuto a mi hija que haya llegado a simplificarme la vida. Sí, es cierto, mi vida se "complicó": vivimos en torno a ella, sus terapias, sus doctores, sus exámenes. Pero me enseñó a ver lo simple. Siempre he sido bien light, me han preocupado apariencias, marcas, modas, ondas. Hoy, gracias a mi hija, no voy a decir que soy profunda, pero aprendí de golpe y porrazo que los prejuicios me habían tenido ciega por 35 años. Y aprendí que estar en mi cama, viendo tele con mi hija mayor, y estimular a la Fátima a que se siente sola, es el momento del día que me llena de felicidad.
Pero la vida sigue. Las cuentas siguen llegando, y los médicos expertos son siempre los más caros. Y mi cabeza también me pide que deje de pensar sólo en lactancia, en apego, en juguetes de estimulación, en ejercicios para los dorsales de mi hija. Ana María, la pediatra que ve a mis hijas, me ofreció poder estar un año junto a mi hija. Y así pensaba hacerlo, pero el bichito de ejercitar las neuronas también me picaba. Y como hablando todo se logra, conseguí que en la radio donde trabajo como periodista me permita estar acá, con mis hijas, y mandar mis pegas vía mail. La flexibilidad laboral es como el Viejito Pascuero: todos hablan de ella, pero nadie la ve ni la conoce de cerca. Puedo decir que afortunadamente yo ahora podré trabajar desde mi casa, mientras mi Fátima intenta gatear y podré ir a dejar y a buscar a mi hija mayor al jardín, y compartir con ella en persona sus logros, como el hecho de que ya haya dejado los pañales de día y noche, con dos años recién cumplidos. Siempre lo digo: soy una afortunada. La vida es bastante mejor de lo que uno se plantea. Recuerdo haberme enojado cuando las cosas no salían exactamente como yo quería, haber peleado porque una pauta de música se atrasa, detalles que hoy entiendo que no significan nada, porque veo la vida con otra perspectiva. Subir dos kilos no es una tragedia. Que tu hija sea diferente, tampoco. Vivir la discriminación del sistema es desagradable, pero no insufrible. Hay que aprender a navegar por las aguas nuevas, con calma, con cariño, mirando con los ojos que me trajo de regalo la Fati el día en que nació. Cierto, quienes me conocen de cerca saben que odio la filosofía tipo el libro "El Principito"; siempre lo encontré cursi y latero. Hoy, disfruto de ser cursi. Disfruto de decirles a mis hijas que las adoro. Agradezco poder seguir trabajando en lo que me gusta, pero bajo mis propios términos. Y comienzo un año un poco más vieja, más sabia, pero no más seria. Es increíble cómo esa personita de 66 centímetros cambió mi forma de ver y de vivir la vida.
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