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El país de los tontos



Hacerse el tonto, parece ser inocente, pero no lo es. Es un acto violento, cruel, que va en perjuicio de otras personas y de nosotros mismos. Institucionalizar dicha conducta, claramente nos retrocede como sociedad.

Hace ya bastantes años, cuando aún era estudiante, tuve un profesor nada de brillante, pero que introdujo en mi formación una frase que recuerdo y aplico constantemente. Él repetía: “Si no quiere que le digan tonto, no actúe como tonto”.
Chile se ha trasformado en el país de los tontos. Todos los días, actuamos como tontos y la escena se repite, con una constante y brutal regularidad. No existe situación cotidiana donde no aparezca el típico personaje y su corte complaciente de trasnochados bufones.
Suba a una micro y encontrará varios de esos personajes. El que va cómodamente sentado simulando dormir, estar leyendo o sencillamente abstraído en sus pensamientos; también encontrará a la mujer embarazada, el anciano, el discapacitado o sencillamente a una de las tantas personas necesitadas de lograr un asiento; finalmente, está la corte de los mirones que percatándose de la situación, no levantará la voz, no dirán nada. La vergüenza se impone al abuso y el final clásico, todos haciéndose los tontos. Es mejor así que preocuparse u ocuparse del otro.
En la familia, aquel que se ofusca, se irrita y descarga sobre sus hijos, cónyuge, padres o amigos, balbuceando sus desahogos y tras purgar sus emociones, todos deben hacerse los tontos, ya que ¡hay que mantener la armonía familiar!
Qué decir de las empresas. Es insultante ver sendos carteles en sus estacionamientos de autos, indicando que no se hacen responsables de los daños, hurtos y pérdidas en los vehículos particulares,cuando en rigor sí lo son. Expresamente la ley indica que así es. Pero, es mejor hacerse los tontos, a ver si algún incauto cae.
Es inquietante observar cómo nuestra sociedad aparentemente racional, ordenada y organizada, en realidad disfraza una constante conducta cargada de tontera, crueldad, maldad, mezquindad, locura, miseria y  brutalidad. Aún más, a mi juicio, lo perverso es que la racionalidad, el orden y la organización, se ponen al servicio de poderes cínicamente destructivos.
Empresas que contaminan ríos; que construyen casas que se caen solas o se filtran de agua; corporaciones que no previenen lo que dicen prevenir, por ejemplo el fuego; bancos en el límite de la usura; farmacias y un largo etcétera.
Podría enumerar un sinfín de situaciones cotidianas donde la ley de hacerse el tonto, está presente. El filósofo francés G. Deleuze escribió: “La estupidez es la bestialidad propiamente humana”.
No es posible pasar inadvertido de las situaciones actuales. Es inquietante observar cómo nuestra sociedad aparentemente racional, ordenada y organizada, en realidad disfraza una constante conducta cargada de tontera, crueldad, maldad, mezquindad, locura, miseria y  brutalidad. Aún más, a mi juicio, lo perverso es que la racionalidad, el orden y la organización, se ponen al servicio de poderes cínicamente destructivos.
Lo que entendemos como “hacerse el tonto”, no refleja escasez de inteligencia o un error involuntario, no es que la persona que lo hace, no se dé cuenta de lo que hace; lo terrible, es que responde a estructuras del pensamiento como tal, por lo que somos conscientes que estamos realizando actos de maldad, de crueldad, de locura…
Hacerse el tonto, parece ser inocente, pero no lo es. Es un acto violento, cruel, que va en perjuicio de otras personas y de nosotros mismos. Institucionalizar dicha conducta, claramente nos retrocede como sociedad. Pero… tal vez, es mejor hacerse el tonto…

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