Lo ideal sería eliminar el salario mínimo y junto con ello la distorsión que genera en el mercado laboral, estableciendo un ingreso mínimo de un monto considerado justo.
por Rolf Lüders - La Tercera 02/08/2013
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EL GOBIERNO cedió a la presión partidaria y accedió a incrementar el salario mínimo en un 8,8% nominal, al mismo tiempo que anunció un proyecto de institucionalidad permanente para fijarlo. El aumento real propuesto excede con creces el crecimiento esperado del PIB durante el período de vigencia de dicho salario. Con ello se exacerban la injusticia y el efecto negativo sobre el empleo formal de todo salario mínimo. En vez de crear la mencionada institucionalidad, lo que corresponde hacer es eliminar el salario mínimo y reemplazarlo por un ingreso mínimo socialmente justo.
Todo aumento de salario forzado -determinado por ley- inducirá a los empresarios a reducir, en el margen, empleo formal. No he visto estudio técnicamente aceptable que no llegue a esa conclusión. Los nuevos desempleados -que tenderán a estar entre los de menor productividad- no tendrán otra alternativa práctica para subsistir que engrosar la informalidad. Con ello las remuneraciones medias en el sector informal -que ya son más bajas- se reducirán aún más, y aquellas del sector formal, aumentarán. Además, caerá la productividad media de la economía. Sería preferible para todos -trabajadores, empleadores y consumidores- no interferir en el mercado laboral de esta forma y asegurar a los trabajadores de bajos salarios, mediante subsidio, un ingreso mínimo más elevado.
El salario mínimo nació en Australia -entonces uno de los países con el PIB per cápita más elevado- a fines del siglo XIX, y tuvo por objeto evitar la existencia de ingresos puntuales en extremo bajos. Más tarde se utilizó -y en muchos países aún se sigue utilizando- como referencia para acuerdos salariales particulares en aquellos sectores en que no se negocia colectivamente. Teniendo en consideración esas finalidades y los efectos descritos en el párrafo anterior, se ha tratado en Chile recientemente -sin éxito este año- de limitar el reajuste del salario mínimo al aumento estimado de la productividad, más la tasa de inflación esperada.
Chile tiene un salario mínimo de aproximadamente 400 dólares, que es elevado. No obstante, al calcularlo en relación al PIB per cápita, la cosa cambia. Su valor, 32%, queda dentro del rango medio-bajo que tienen países como Brasil, EE.UU., México y Uruguay. Similar valor y jerarquía toma para Chile el índice de Katz, que compara el salario mínimo con el salario medio de la economía.
A pesar de lo anterior, el grado de informalidad en el mercado del trabajo en Chile sigue siendo importante y se refleja, por ejemplo, en las significativas lagunas previsionales existentes. Además, hay muchos -sobre todo personas jóvenes y mujeres, pero también temporeros en las épocas pertinentes- que no encuentran trabajo al salario mínimo vigente. Lo ideal sería eliminar el salario mínimo y junto con ello la distorsión que genera en el mercado laboral, y alcanzar su objetivo redistributivo estableciendo un ingreso mínimo de un monto considerado justo. Esto último se podría lograr elegantemente -como hemos sugerido en anteriores escritos- reemplazando nuestro complejo e ineficiente sistema de beneficios sociales por un impuesto sobre la renta progresivo negativo.
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