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Una construcción cultural, una deconstrucción emocional...‏


Mal vecino
por Joaquín Fermandois
Diario El Mercurio, Martes 03 de Abril de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/04/03/mal-vecino.asp
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El esperado discurso de Evo Morales no tuvo muchas novedades, al menos en lo que se refiere a pasos concretos que daría La Paz por su posible demanda marítima. En cambio, esta vez -desde que es Presidente- franqueó el límite de lo permitido con el (des)calificativo de Chile como "mal vecino".
El empleo de lenguaje beligerante y el haber repetido al final de su arenga el desgastado santo y seña castrista de "Patria o muerte", recuerda a los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, de funesto recuerdo en estos dos años que vendrán, por enfrentar las cuestiones internacionales como confrontación. Por añadidura, la síntesis de chauvinismo y marxismo que denota su lenguaje no es nueva en la historia (Stalin, Ho Chi Minh, Castro, Kim Il-sung y familia, Chávez, y una lista demasiado larga), aunque por primera vez la recibimos de un vecino. En Chile desde siempre ha habido una perplejidad: ¿debemos tomar en serio la retórica hostil que de tanto en tanto proviene de La Paz, o pasarla por alto como un dato más, un hecho de la causa a la que estamos hace rato acostumbrados?
Ni lo uno ni lo otro. La visión que Bolivia tiene de Chile, asociada a la "salida al mar", resultó de una construcción cultural que al final ha devenido parte constituyente del alma boliviana. La escucharemos siempre, e incluso es probable que con un acuerdo que le entregue una salida soberana, subsista como algo más que un eco. Por otro lado, en vez de poner la otra mejilla o azorarse por los dichos de Morales, Chile en cambio debe profundizar una estrategia, la del cumplimiento integral de la letra y el espíritu del Tratado de 1904. La paz alcanzada se situó plenamente dentro de los usos y costumbres internacionales del siglo XIX, y ello fue traducido por aquel Tratado -necesario es recordarlo una vez más- firmado 20 años después del término de las hostilidades.
El problema central para Bolivia en el siglo XIX había sido el de un puerto para importar y exportar. Al obligarse Chile al "más amplio y libre derecho de tránsito comercial por su territorio", respondía al núcleo central de la demanda boliviana. Chile firmó este tratado con la absoluta buena fe de que en lo sustancial se daba satisfacción a las necesidades altiplánicas. Y nuestro país ha cumplido escrupulosamente al respecto, a pesar de lo inadecuado, por ejemplo, que hoy por hoy resulta el ferrocarril como medio exclusivo de transporte de mercadería. Y así tendrá que seguir siendo en estos detalles, para no caer en un incumplimiento en los pormenores. En el discurso de marras, Evo Morales dio cifra tras cifra de lo que encarecía el pasar por territorio chileno. Nadie podría entender por qué sería menor el precio de la infraestructura si fuera territorio boliviano. El problema es otro.
En el curso del siglo XX la demanda boliviana se trasladó decisivamente desde "el puerto" al "mar". Se transformó en un sentimiento genuino, pero no por ello más racional. De ahí que, cuando asomaba la sensatez, se podía hablar de un "corredor" para Bolivia, pero sobre la base inconmovible de, primero, partir del Tratado de 1904, que no se puede soslayar, y, segundo, que no rompa la continuidad territorial de Chile, hasta Arica inclusive. Ésta no es una consideración nueva. Tiene pelaje histórico, ya que el primero que la planteó fue el Presidente Domingo Santa María (en cuanto a la idea del "puerto"). Por ello emergió de manera recurrente en la segunda mitad del siglo XX. Y, para rematar, el Estado chileno tiene un punto de referencia en este sentido, que es Charaña (1975), la única posibilidad con algo de realismo y seriedad que se haya negociado en toda esta larga historia.

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