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Las escenas...



Lugares comunes, 
Las escenas

por Paula Serrano
Diario El Mercurio, Revista Ya,
martes 13 de septiembre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/09/13/ya/la_mujer_mundo/noticias/0343C5C8-72D0-4D2D-92F3-C58763F6BE8E.htm?id={0343C5C8-72D0-4D2D-92F3-C58763F6BE8E}
 
"Me hizo una escena". ¿Qué significa esto... hablamos de cine? No, hablamos de una referencia habitual que los hombres hacen a la manera que las mujeres enfrentamos los conflictos. Más bien los conflictos con ellos. Porque para ellos, ese lenguaje es teatral, histriónico, exagerado, impostado.

Es curioso que las mujeres que enfrentan con tanta entereza los problemas cotidianos y los momentos amargos de la vida familiar, se transformen de repente, para sus hombres, en actrices: Léase, en personas dramáticas, incapaces de mantener el control, que hablan en tonos agudos y derraman lágrimas de cocodrilo. Léase, falsas, porque quien actúa no es quien es sino un personaje.

Para que exista una "escena" -o "escenita" cuando al desconcierto se une el desprecio- tiene que haber rabia o pena pero sobre todo una impotencia enorme en quien se expresa. Hay mecanismos de control que efectivamente se pierden cuando la angustia no encuentra canales de expresión. Una mujer herida o decepcionada o hastiada se desborda, como cualquier recipiente que no tiene cauce y recibe más y más de lo mismo. Y quien presencia la escena, se distancia. Como nos pasaría en cualquier obra de teatro donde la protagonista se sobreactúa.

No tengo nada contra las escenas, sólo que si bien pueden ser buenas para vaciar lo acumulado, no lo son para comunicarse. Porque en una escena hay un interlocutor -el hombre- que se apoya en la comunicación racional y otro interlocutor -la mujer- que habla el lenguaje de las emociones. Imposible. 

Cada uno descalifica el lenguaje del otro y no hay encuentro posible. Las escenas son buenas como castigos, como señal de crisis, como explosión de sentimientos guardados o de la imposibilidad de expresar el dolor que se vive. Y como tales, no son "escenas", son la revelación de estados internos significativos, de algún límite al que se llegó, de algún puente que se cortó, de algún miedo que se hizo carne. Por eso las escenas deberían ser señales entre las parejas de que algo está trizado, de que el otro llegó al límite, de que la soledad se hizo intensa. 

Desgraciadamente, no es así. Apoyados en esta idea ancestral y falsa de que somos frágiles y emocionales, de que perdemos la razón, los hombres han aprendido desde chicos a distanciarse del descontrol femenino. No tienen ellos tampoco repertorio para enfrentarnos cuando hablamos con las vísceras o hacemos gestos locos. ¡Cuántas mujeres conozco que quisieran ser como las actrices de las malas películas gringas y tirar platos y romper la loza como acto de irracionalidad legitima! Algunas me han pedido que haga una terapia con loza barata para desahogarse de tanto portarse bien, de tanto usar la lógica que no es la lógica del corazón, sino la de las buenas costumbres y la de la "realidad".

Si queremos expresarnos, a veces la distancia y el silencio son menos peligrosos. Porque no es bueno estar herida y terminar descalificada. No confundamos la necesidad de comunicarnos con la necesidad de reventar. Ambas son válidas, pero no sirven para los mismos propósitos.

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