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Nunca llegamos tan lejos como lo prometen nuestros talentos, sólo hasta donde nos dejan avanzar nuestras debilidades..

Talentos y debilidades
por Héctor Soto,
Diario La Tercera, 03 de septiembre, 2011
http://blog.latercera.com/blog/hsoto/entry/talentos_y_debilidades

Considerado el menos derechista y el más anómalo de los políticos de
la derecha chilena, Sebastian Piñera bien podría ser, además, el más
autónomo de sus líderes. Como militante de RN, aparte de tardío, fue
más bien un correlegionario díscolo. Si bien un tiempo estuvo a la
cabeza de esa colectividad, quizás nunca se sintió parte de un todo
realmente mayor y tanto antes como después de esa experiencia siempre
prefirió ir por la libre. Es más: no hay que descartar que haya
saltado a la política una vez que se sintió con las espaldas
suficientes para no tener que mirarle la cara a nadie al momento de
tener que desenolverse en el espacio público. Hombre resuelto e
independiente, parlamentario trabajador y desconfiado, para Sebastián
Piñera nunca fue problema salirse del rebaño si era a eso que lo
llevaban sus convicciones íntimas o sus reconocidas intuiciones o
corazonadas de buen apostador.

Por lo mismo, nadie se mostró muy sorprendido cuando entró como
Presidente a La Moneda con un gabinete más bien apolítico, basado en
la excelencia profesional y articulado a la medida de sus confianzas,
compulsiones y sesgos. Este iba a ser el gobierno de la eficiencia y
si bien el Presidente nunca expresó con claridad cuál quería que fuera
su legado, todo el mundo entendió de qué estaba hablando cuando asumió
como reto histórico hacerlo en su mandato mucho mejor que sus
antecesores.

No hace falta recomponer el proceso de cómo esa promesa se fue
frustrando en cosa de pocos meses. Los dos cambios de gabinete que ya
lleva la administración fueron un honesto reconocimiento de las
limitaciones del diseño original. Puede ser triste que un gobierno
descubra al cabo de un tiempo que de la política no se puede
prescindir, pero más triste habría sido persistir en el error del
comienzo. Piñera será obcecado y con frecuencia enteramente
impermeable a lo que le dice su entorno, pero hay que reconocerle que
no tiene problemas en echar pie atrás si la experiencia, las cifras o
los resultados le prueban que se equivocó.

También el Presidente tiene otras virtudes. Los que han trabajado con
él exaltan su inteligencia. Dicen que tiene una mente rápida y capaz
de procesar con facilidad asombrosa una enorme cantidad de variables y
datos. Cuando otros recién están partiendo, él ya viene de vuelta. La
verdad es que le gusta venir de vuelta, entre otras cosas porque es
bien competitivo. Pero, a pesar de eso, no tiene un pelo de arrogante
o de pagado de sí mismo: al revés, varios de los problemas que ha
tenido en su administración se relacionan con su aversión a las
solemnidades pasadas de rosca y con su dificultad para comportarse
como Presidente en momentos en que desprenderse de la dignidad del
cargo no es tan fácil como sacarse un sombrero y ponerse otro.

Sebastián Piñera tampoco es hombre de rencores. La cuesta poco dar
vuelta la página. No es de los que se quede pegado en los
desencuentros del pasado. Por grandes que hayan sido, siempre apostará
a la posibilidad de establecer convergencias en el futuro y, como
además pertenece al partido de los optimistas, prefiere ver del vaso
la mitad que está y no la que falta.

Siendo así, es difícil entender por qué, teniendo estos atributos, al
Presidente Piñera le ha costado tanto conectar con la ciudadanía e
imprimirle un rumbo político certero a su administración. En la
economía las cosas andan bien, pero las buenas noticias llegan sólo
hasta allí. En casi todo el resto el estándar es regular o
deficiente. El problema va mucho más allá del conflicto estudiantil.
Hay algo que ciertamente está haciendo cortocircuito en el gobierno.
Hay algo que está girando en banda. Ya pasó el momento en que los
problemas podían ser imputados a impericias comunicacionales, que en
política ha sido siempre el lugar donde van a morir los elefantes. O
donde los matan.

Ahora es el núcleo duro de la nueva forma de gobernar -el
personalismo, el cosismo, la poca autonomía de vuelo acordada a los
ministros, la falta de relato, la incapacidad de delegar y el
involucramiento del Mandatario hasta en asuntos muy menores- lo que
está haciendo agua y poniendo en jaque incluso lo que parecía ser el
gran eje del gobierno de Piñera: la capacidad de gestión. Esto sí que
no tiene sentido. La gente tiene derecho a poner en duda si el
Presidente leyó a Tocqueville o a Hayek, pero se daba por descontado
que se peinaba con Peter Ducker y toda la cátedra del managment. Y,
vaya sorpresa, parece que no. Al menos en desafíos titánicos de
gestión, tales como la reconstrucción, las concesiones o los temas de
energía, la verdad es que la ciudadanía no está percibiendo
diferencias siderales respecto del ritmo o del grado de imaginación
con que las cosas se han hecho siempre en Chile. Quizás sea solo un
problema de retraso. Pero eso no es excusa porque en la variable
costos está también la variable tiempo.

Hay un proverbio por ahí que dice que nunca llegamos tan lejos como lo
prometen nuestros talentos;, por desgracia, llegamos sólo hasta donde
nos dejan avanzar nuestras debilidades. Esto desde luego no es
alentador para nadie. Sin embargo, no es que sea muy novedoso. Con
otras palabras, la sabiduría popular lo supo siempre: en la
resistencia de la cadena, el eslabón que manda no es más fuerte sino
el más débil.

Corresponde al menos formular la pregunta de si no será por eso que
hoy estamos en problemas.

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