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¿Por qué nos fascinan los terremotos?

¿Por qué nos fascinan los terremotos?
por Sergio Paz
Diario El Mercurio, Wikén, viernes 23 de septiembre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/09/23/wiken/dejenme_en_paz/noticias/7FA7A3D1-8A2E-4042-94D5-2A5C30C0827B.htm?id={7FA7A3D1-8A2E-4042-94D5-2A5C30C0827B}

Este año fui a las fondas de Los Andes-San Esteban (súper fondas) y,
como a muchos les sucedió en buena parte de Chile, me sorprendí con el
boom de los terremotos: el trago regalón de las Fiestas Patrias y, así
como van las cosas, el copete no-gourmet del año y, seguro, del siglo.

¿Qué pasa con el terremoto? ¿Por qué de pronto este mix de picada
barata, de boliche de curagüillas, se transformó en todo un ícono de
la cultura-no cultura chilena?

Aquí algunas reflexiones.

-Una buena explicación es que el terremoto siempre ha sido parte del
ADN nacional. El terremoto, en verdad, estaba ahí antes de que en El
Hoyo ficcionaran con el cuento, con la leyenda, de que ahí lo había
inventado un acalorado turista alemán. Falso: el terremoto, sin duda
con otro nombre, es el hijo huacho de la mistela con el más dulce
merengue, del licorcito de la abuela con la mermelada de turno o sólo
con "hielo de la cordillera". El terremoto ya estaba con nosotros en
la Colonia. Algo parecido a un terremoto se tienen que haber tomado
las señoras que cocieron a mano la primera bandera chilena. Y, seguro,
más de una versión tiene que haber refrescado alguna angustiada
cantimplora, no sé, en la Batalla de la Concepción.

-Todo esto de la cultura guachaca (puro cuento), en el fondo siempre
ha jugado en contra del verdadero espíritu del terremoto. Me explico:
los guachacas, con su discurso totalitario (y simplón), lo único que
han hecho es irse en contra de la verdadera esencia de este notable
brebaje que, por su naturaleza, no sólo no sabe de clases sino que
menos de segregación. Cierto es que la cultura del terremoto se
mantuvo por años en los bares más "chicha" de Chile. Pero por lo mismo
lo que ahí se cultivaba se guardaba con celo. No era precisamente
"guachaquismo" sino, todo lo contrario, señorío popular, alta
gastronomía pop. Toda la sofisticación de conocer (y cultivar) la
nobleza quiltra de aquellos insumos que marcaron y marcarán eso que
los más puristas se han negado a reconocer como la esencia de nuestra
difusa chilenidad. Los zapatos bien lustrados para el 18.

-Otra cosa: no es llegar y hacer terremotos. Basta saber que en
Santiago hay lugares en los que le ponen ron, fernet, granadina,
crema, menta, jengibre, lo que sea con tal de que el movimiento
telúrico en la cabeza sea único y especial. Más difícil aún es
conseguir buen pipeño, el "blanco de la casa", el vino litreado, en
garrafa (que vuelva la garrafa), que no sólo contiene la esencia
telúrica de Chile entre el Maule y el Bíobío, sino que además eso de
saber poner lo bueno y lo malo, la pulpa y el hollejo, en la licuadora
y luego aperrar. Y aperramos todos: ricos y pobres, guachacas y no
guachacas. En el fondo, el pipeño es una gran broma: dulzón, pero
cabezón. Más que dientes careados, para disfrutarlo necesitas saber
dónde está tu cabeza. Es lo que explica que, en las fondas de este
año, haya sido un delirio ver grandes vasos (con, al menos, medio
litro de pipeño) y montañas de helado por todos lados. ¡¿Cómo es que
no estaba antes!?

-Cierto: en los últimos años Chile se puso gourmet, foodie, fifí. Se
acabaron los almacenes y nos llenamos de emporios. Pero, para qué
estamos con cuentos, la última etapa de todo este fino (y a veces
sobrevalorado) proceso no podía ser otro que volver a la esencia, a lo
local, a lo particular, a lo raro, a lo bizarro, pero también choro.
Así, los vasos con terremotos son ahora nuestras manzanas
caramelizadas, nuestro pop-corn sicodélico.

-¿Qué es un terremoto? Austeridad y fuerza. Un copete rarísimo y rico
que ahora incluso lo están vendiendo en versión helado. Un símbolo de
que, a los chilenos, todo nos gusta bien dulce, pero al mismo tiempo
crudo, rudo, simple.

Así, un copetín que antes encontrabas en Matta, San Diego y el
Matadero, Independencia, Recoleta y la ex Chimba, ahora también lo
hallas en Algarrobo, en Santo Domingo y, seguro, pronto en Zapallar.
Enhorabuena: por décadas el terremoto esperaba bien agazapado y,
finalmente, otra vez ha empezado a golpear.

A botar prejuicios. A volver a cero y empezar otra vez.

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