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Que la inseguridad de navegar en aguas desconocidas no nos abrume... (primer borrador EL ORIGINAL NUNCA ME LLEGÒ) )‏


La educación en su integridad
-para no hablar de la de calidad-
trasciende en mucho
el ámbito de una enseñanza
que se proponga el ambicioso
objetivo de proveer al estudiante
de ciertas destrezas
que le permitan ejercer
una profesión u oficio
a objeto de ganarse la vida
y aportar al país.

Es más, para lograr lo anterior
se requiere de un contexto,
que comprenda la diversidad,
complejidad y misterio
intrínsecos que conforman
un ser humano, tanto como individuo
así como integrante del tejido social.

Si agregamos a lo anterior
la carga histórica de conflictos,
traumas y demás aspectos
emocionales y existenciales
de realidades tan disímiles
que configuran este tapiz,
nos podemos dar ni siquiera una pálida
imagen de la envergadura de la tarea.

La educación es algo
que comienza prácticamente
desde mucho antes de que uno nace
y concluye, hasta donde nos concierne,
cuando uno parte de este mundo.

Es por ello que todos,
consciente o inconscientemente,
estamos formándonos
y siendo educados continuamente
en un proceso que abarca
los diversos ámbitos y momentos
de cada ser humano.

Uno de los grandes maestros
que tuve el privilegio de conocer
(gracias a Claudio Bunster,
otro maestro notable y entrañable amigo)
fue al físico teórico John Archibald Wheeler,
maestro de generaciones
de un contingente de élite
de físicos de primerísimo nivel
a escala mundial, incluyendo premios Nobel;
él mismo Wheeler con hallazgos que lo tuvieron
entre los candidatos para recibir dicho galardón.

Él se consideraba
un aprendiz retardado
-a retarded learner-
porque aprendía enseñando.

Es por ello que aprendemos
enseñándonos los unos a los otros.

La educación, ciertamente no se agota
en sus instancias formales.

'Yo fui educado por mis amigos',
sintetizaba de magnífica forma
su aprendizaje el poeta Diego Maquieira
y se refería a las interesantes conversaciones
que se dan natural y generosamente
en el ámbito de la amistad, y que
lo introdujeron al conocimiento
de algunos grandes poetas, pensadores y artistas
y le permitieron expresarse libremente
en la calidez de los afectos y la calidad de los prospectos.

Antes de graduarse en el colegio Saint George's
tenía clara su arriesgada y visionaria apuesta:
no seguir estudios formales universitarios
y aprender en la 'universidad ambulante'
que el mismo se inventó,
teniendo como guías informales
a los mejores profesores que pudo encontrar,
desarrollando largas conversaciones
con dichos generosos maestros.

Educación gratuita y de calidad...en grado sumo.

Entre ellos estaban los poetas
Nicanor Parra, Enrique Lihn,
el filósofo Humberto Giannini,
Gastón Soublette (personaje inclasificable:
profesor de estética, historia del arte,
filosofia oriental, cultura mapuche,
música popular y docta integrados;
tiene un magnífico libro acerca de Cristo,
'Rostro de Hombre') y otros próceres
de esa talla.

Maquieira, junto con Raúl Zurita, Paulo Jolly
(otro georgean, compañero nuestro) y varios más,
fueron los encargados de recoger la posta
de una de las tradiciones más excelsas de la cultura chilena:
su poesía y llevarla nuevamente a la vanguardia de la lengua castellana;
sin apoyo estatal de ninguna especie, y en muchos casos
con todo en contra, ya que como es natural
los poetas son, como nadie hijos naturales de la libertad,
la gran mayoría no eran precisamente, por decirlo muy suavemente,
partidarios del régimen militar o dictadura.

Pero, claro, en dicho contexto no se podía ser obvio,
y la poesía encontró caminos inéditos para expresarse
y para que los poetas intentaran comprenderse a sí mismos
en dicha coyuntura, o para plantearse problemas de toda índole,
desde los ancestrales a los actuales, incluyendo
el límite de lo que es o no posible de expresar.

El desafío no era un problema puramente formal:
de publicar poemarios, ni menos una actividad
de índole anecdótica o decorativa,
consistente en recurrir a palabras alambicadas
o poner la voz engolada en recitales poéticos,
sino en una conjunción en que convergen en diverso grado,
una audaz exploración del lenguaje, vuelo poético,
capacidad de síntesis y creación de una nueva belleza
(jugándose muchas veces el pellejo también).

Es la poderosa fuerza del idioma
en combinación con el oficio y la imaginación,
a veces traspasada por el dolor y pérdidas,
en el que se ven envueltos los límites
de nuestra precaria condición humana
miradas a veces con ternura, con humor,
con grandeza y con belleza,
entre la comedia y la tragedia
en que transcurre el devenir
de este homo que las más de las veces
se comporta (me incluyo) en forma tan poco sapiens.

Hoy en día se habla mucho de la sociedad del conocimiento
y de la importancia de no quedarse abajo en la carrera
por lograr el desarrollo en un mundo abierto
a mercados globales cada vez más competitivos.

El problema no es que la libre competencia
y la apertura a nuevos mercados,
como principio moral y práctico
tenga por objeto hacer crecer la torta
y lograr una asignación más eficiente de los recursos,
el problema es que estos logros se obtengan
a costa de una parte no despreciable de la población.

El problema es cuando nos definimos
como una sociedad meramente utilitaria,
que se mueve en el mejor de los casos por incentivos,
por zanahorias y garrotes, como burros,
como si el espíritu humano no existiera
o como si la familia, nuestros semejantes
y una mirada abierta y limpia al misterio del universo,
y que nos impulsa a seguir adelante
más allá de buscar el necesario sustento temporal,
hacia fundamentos que nos trascienden.

Por otra parte una sociedad fracasará
si solamente logra, en el mejor de los casos,
conseguir que unos pocos brillen a nivel mundial
en diversos campos, o si varias decenas
o centenares de exitosos triunfan
en las grandes ligas, mientras, al mismo tiempo,
se van acumulando como cadáveres
detrás de las victorias de grandes generales,
esos muertos en vida, una multitud de resentidos,
de frustrados, de indignados y fracasados,
que mascullan su rabia y la expresan
en toda su amargura y sin sentido,
hasta alcanzar una violencia de verdaderos enajenados.

Dichos éxitos de ser conseguidos
deben ser consecuencia
de una sociedad estructurada
en términos de una armonía mínima
entre sus componentes (la que no la lleva
a la autodestrucción o a que prevalezca
sin contrapeso uno grupo sobre otro),
con dosis de generosidad y desprendimiento,
buscando siempre el bien del país,
y resguardando equilibrios naturales
para los que vienen, potenciando
no sólo sus capacidades individuales,
sino intentando abrirles un sendero,
que les provea una huella que sirva
no tanto para que nos recuerden
que estuvimos acá y dejamos una marca
-eso es irrelevante y redundante-
sino que para permitirles
la consecución de su propia realización.

Un padre no debiera buscar tanto
que sus hijos fueran "exitosos"
en el sentido que esto se entiende
en nuestra sociedad contemporánea,
sino que tengan la posibilidad de ser felices.

Es así como el propósito de una buena educación
se logra sólo cuando cada cual no termina siendo
'el mejor del mundo', sino 'el mejor para el mundo',
desde el lugar en que le toca estar, ser y actuar.

Y en relación con el conocimiento,
este no es un recurso fijo ni el más importante.
Ya lo dijo Einstein: la imaginación
es más importante que el conocimiento.

El conocimiento no se crea ni se obtiene
sólo tras un esfuerzo arduo, basado en el puro voluntarismo.
El nuevo conocimiento requiere para que se dé,
de visión, incluso de una cierta capacidad lúdica.

Como ha sucedido con la propia evolución natural y cultural,
los progresos se producen por una combinación
de determinación, capacidades, visión y contingencia;
por ensayo y error, a veces serendípicamente,
casualidades que tuvieron a un observador
oportuno y perceptivo para reconocer el hallazgo.

Ya se sabe que el futuro es del que lo ve primero
y la imaginación es la que nos permite
descubrir mundos nuevos y nos puede hacer,
que llegado el momento, seamos capaces
de visualizar estos nuevos escenarios
que todavía no se han levantado siquiera,
una extraña lucidez que nos hace
ver realidades antes de que se materialicen,
a fin de poder encontrar las oportunidades
a los cuales nadie se le había ocurrido mirar.

Se desarticula, así, el círculo vicioso
de los estériles juegos de suma cero,
que no sólo no consiguen
que los recursos se redistribuyan
de una forma más justa,
sino que terminan haciendo
que éstos se desvanezcan
en medio de autodestructivos
'gallitos de fuerza'.

Es el país entero el que pierde
porque cada uno trata de allegar
aguas al propio molino
sin mirar el bien común
y el futuro de las generaciones emergentes,
despreocupándose al mismo tiempo
por los que en todos los estratos
se encuentran en situación desmedrada.

¿Qué sacamos con tener una medicina
que prolonga la calidad de vida,
veinte o veinticinco años,
si al mismo tiempo todo ese potencial,
toda esa experiencia es despreciada,
dejada de lado, sin que pueda seguir contribuyendo?

Los mismos viejos, así como los jóvenes
tienen que tomar, sin miedo, su propio futuro
hasta donde dure.

Don Hernán Briones, en una entrevista,
cuando tenía noventa años y seguía activo
respondió a la pregunta de una periodista
que le preguntó que es lo que más lamentaba
de su vida, mirada en retrospectiva.

El empresario contestó:
"Lo que más lamento es no haberme dado
cuenta lo joven que era cuando tenía cincuenta años".

Hay responsabilidad de muchos,
no sólo del Estado y los Privados,
de los jóvenes o de los adultos,
de los políticos y de los apolíticos,
de todos para sin perder la capacidad crítica
para contribuir a un clima
de paz que permita que los argumentos
fundados y el diálogo fructífero
entre los distintos estamentos
y en las instancias que la propia
sociedad se ha dado,
permitan que se de esa sensatez,
esa prudencia de la audacia
de la que hablaba Cocteau
que nos hace 'saber
hasta donde llegar demasiado lejos',
manteniendo contacto con la realidad
verificando que lo que pensamos
no sea obnubilado por la ideología
o nuestros esquemas y prejuicios mentales,
sino que pueda ser contrastado
con la evidencia empírica.

Hay que tener cuidado con eslóganes
que en un contexto mediático
más dado para impactar que para pensar,
terminen deteniendo el progreso por medio siglo o más.

El mundo no está para esos lujos,
ni para jugar con fuego
teniendo por combustible
la sangre de nuestros compatriotas
para mantenerlo vivo.

La indolencia escandalosa
ante la presión violentista y destructiva,
el dejar que otros hagan el trabajo sucio
y después rasgar vestiduras,
mientras se espera lucrar
políticamente con los muertos.

Provocar, tirar la piedra,
cubrirse el rostro
y la cámara dedicada
a enfocar la represión.
Hay algo muy tramposo
en dicho peligroso juego.

Aunque, por cierto,
nunca la autoridad debe excederse
y justificar conductas inaceptables aludiendo
los desmanes de los exaltados y encapuchados.

La autoridad está para aplicar la ley,
no para dar rienda suelta a la venganza,
aunque resulte comprensible
que se tienda a reaccionar así
en un ambiente caldeado.

Volviendo a la comparación
entre conocimiento e imaginación,
los niños son los maestros en lo segundo
e incorporan lo primero a tasas
que los adultos no pueden ni acercarse,
siempre dispuestos a aprender
en la medida que les resulte un juego.
(Mientras sea divertido, entretenido,
con un sinnúmero de variables
emocionales e intelectuales, más bien inconscientes,
en un dinámico equilibrio inestable
parecido al que maneja un malabarista).

Otro profesor de física decía:
"Physics is fun. Maybe it will be hard work, but has to be fun."
No podemos convertir lo abstracto en árido.
No hay que confundir el trabajo duro con latas.

Son ellos quienes utilizan la imaginación en forma intensiva.
Son ellos los que llegan al mundo como extraterrestres y terminan
apoderándose de él.
El futuro no es de los niños, el presente es de ellos. Los adultos en
muchos sentidos,
con nuestro cálculo, escepticismo permanente, sentido de la autoimportancia,
dolores, fracasos y pérdidas muchas veces nos comportamos como muertos
vivientes.

Un escritor y director de cine chileno, mencionó una vez
un elemento central que hay que erradicar de toda formación.
La cultura del miedo. Podemos pasar por esta vida llenos de sucesivos
de miedos.
Una búsqueda obsesiva por la seguridad, por ser aceptado, una negación
de la naturaleza humana.
El miedo en tres fases: primero el miedo al rechazo, después al
fracaso y finalmente al ocaso.

La formación profesional, por otra parte, no comienza con la PSU o la
universidad.
Los científicos y artistas no comienzan a formarse a los dieciocho o
veinte años.
Puede que a esa edad ellos comiencen sus estudios formales
y desarrollen en dicho proceso el rigor necesario para dominar
ciertos lenguajes, andamios formales y prácticos, conceptualizaciones
y técnicas,
pero la clave está en lo que ocurrió mucho antes.

Miremos lo que ocurría hace medio siglo o un poco más.
Para las generaciones que se criaron con la radio
se encontraban con un mundo que despertaba la imaginación,
gatillada por la palabra, la música o la escenificación auditiva
de los radioteatros o programas que causaron conmoción,
como aquel legendario ocurrido en Estados Unidos, en los años cincuenta,
y cómo la adaptación de Orson Welles en el formato de noticiero
de la novela 'La guerra de los mundos' de H. G. Wells.

Las radios de aquella época, con sus tubos al vacío
que despedían ese fulgor anaranjado
y que podía ser reemplazado cuando se quemaban,
despertó muchas vocaciones científicas e ingenieriles,
así como nuestro querido Negro Gálvez y muchos más
pasaron horas y horas sumergidos en los motores
de las 'burras' y autos de entonces, regulando sus carburadores,
lidiando con bujías y distribuidores. Los niños y jóvenes
se podían sumergir en dichas tecnologías, forman parte
de las generaciones que utilizaron el destornillador
como herramienta fundamental para indagar cómo funcionaban las cosas.

Hoy, los avances increíbles de los circuitos integrados,
han convertido nuestra tecnología en maravillas miniaturizadas
capaces de realizar proezas impensadas hace poco,
pero ha convertido todo en cajas negras
que son reemplazadas por algo
que ya viene hecho y que no se comprende.
Si hoy hay Play Stations por US$300
con la capacidad de procesamiento y memoria
equivalente a los supercomputadores
que los militares que costaban millones
o decenas de millones de dólares
no hace mucho, en víspera del cambio de milenio,
tal vez junto con desarrollar capacidades reflejas
y velocidad en la toma de decisiones con dichos juegos,
sería bueno que dichas herramientas
sirvieran también como oportunidades
de exploración y de aprendizaje
en realidades virtuales más allá incluso
de los juegos de rol, sino que como
actores de su propia vida. En ese rol.

Ya terminando con esta larga divagación,
hay intangibles que debieran formar
parte esencial de cualquier educación.

Es natural que estemos inseguros
cuando navegamos en aguas desconocidas.
Ahora si escoramos el bote demasiado
a estribor o babor, hacemos entrar agua al bote
o armamos focos de incendio con el fin de tomar
el control, las cosa se pondrá castaño oscuro...

Recuperemos una educación de verdad
que no se reduzca a evaluaciones y comisiones,
aranceles y papeles, a créditos y a méritos,
cada cual en su justo mérito)
sino que también haya oportunidad
para enriquecer nuestra sensibilidad,
la capacidad de apreciar la belleza;
el cultivo de la virtudes que van
desde la honradez a la gentileza;
del sentido de la responsabilidad
del trabajo bien hecho;
de la formación del carácter
(incluyendo la alegría de vivir),
del valor del esfuerzo al saber escuchar.

Que el preocuparse por el bienestar de los suyos
no haga olvidar el bienestar de los demás,
en particular los que más sufren, los más desposeídos.
Tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro,
de empatizar con el prójimo, debiera ser un también
un objetivo a lograr de toda educación.

Todos vivimos en el mismo mundo,
solamente las miradas cambian.
y la vida es demasiado corta para hacerla pequeña.
Eso debiéramos aprenderlo en el proceso educativo.

Grandeza y generosidad es lo que se necesita,
porque toda educación si no se fundamenta
en el amor y la belleza, está perdida de antemano.

Terminemos con un breve comentario sobre nuestro país
y algo que no se enseña en las aulas, sino que viene incorporado
en el Chile profundo...sus paisajes y sus nombres,
que es como decir el legado de su gente.

Cuando pienso en Chile, me emociono
de sólo escuchar los nombres de sus rincones,
cómo suenan esas mágicas palabras
y las imágenes que proyectan
a través del recuerdo o de la imaginación.

Cómo no sentirse parte de esta maravilla:
de Combarbalá a Futaleufú; de Pucatrihue a Malalcahuelo...
Andacollo, Petorca, Requínoa, Dichato y Dalcahue;
Putre, Ollagüe, Perquenco y Codegua, Marchigue y Litueche,
Conguillío, Hornopirén, Futrono, Currarehue, Contulmo, Panguipulli, Petrohué
y una infinidad de nombres que no me canso de escuchar y degustar
como ese paisaje que no se agota nunca porque siempre
está desplegando nueva belleza incluso en eventos catastróficos
como la erupción del cordón del Caulle.

Y no sólo los nombres adaptados a nuestro idioma
proveniente del habla de nuestros pueblos originarios.

Basta escuchar o contemplar el Nevado Ojos del Salado *
la cumbre más alta de Chile, para ver que lo es también
a los ojos y al oído, convertido el país entero en una
imponente y delicada maravilla.

Volviendo al punto de partida,
parece que hoy en día
con tanta información disponible,
mientras más sabemos, menos comprendemos.

Un país apurón, además, como observaba Raúl Ruiz,
en que vivimos como atrasados permanentes
y nos convertimos en trabajólicos poco productivos,
estresados, mal humorados y maleducados, en el que,
para utilizar al propio Ruiz en el mejor de los casos,
se nos corta la leche, y, la mayor parte de las veces, se nos avinagra.

Nos falta algo de la sabiduría y coraje
de maestros como el poeta Godofredo Iommi
y el arquitecto Alberto Cruz Covarrubias
que en los momentos de dificultad
lo visualizaban como 'el tiempo favorable'
y con una sapiencia empapada de inocencia
recomendaban un 'volver a no saber'
para continuar aprendiendo.

Esta filosofía nos haría bien
a los que creemos
que nos la sabemos todas...
y no precisamente por libro
porque hemos perdido
la capacidad de leer
los signos de los tiempos...

______

*: (o para no ir tan lejos, el propio Aconcagua
que se ve incluso desde alta mar, desde la corriente de Humboldt)

Hay citas de Pablo Illanes, Esperanza Cueto, Benjamin Disraeli...
y seguramente varias más que no alcancé a incluir debidamente
en este improvisado y latero monólogo.

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