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El rugby es marciano

El rugby es marciano
por Marcelo Simonetti,
Diario La Tercera, 24 de Septiembre de 2011
http://blog.latercera.com/blog/msimonetti/entry/el_rugby_es_marciano

Para mí, el rugby es como Marte o Saturno. Alguna vez tuve en mis
manos una pelota. Alguna vez le di un zapatazo tratando de meterla
entre los palos. Alguna vez llegué a pensar que la velocidad que
tenía, cuando frisaba los 20 años, podía ser bien aprovechada en una
cancha, pero al acercarme donde un segunda línea y ver que de ese
cuerpo bestial se podían hacer cinco réplicas de mi propia humanidad,
decidí que aquello no era lo mío. Por lo demás, siempre pensé que la
posibilidad de desaparecer en medio de un scrum o hacerte bolsa si te
lanzaban al aire en un line era bastante alta.

No necesito abundar respecto de mi desconocimiento sobre el rugby y
sin embargo, hasta el día de hoy, sigue ejerciendo en mí un atractivo
especial. Hay días en que preferiría estar frente a una cancha de
rugby que a una de fútbol, sobre todo en días como hoy cuando, a
través de la televisión, puedes ver en directo la Copa del Mundo.
Puesto a hacer confesiones, diría que adscribo al dicho británico que
asevera que "el fútbol es un deporte de caballeros practicado por
salvajes, mientras que el rugby es un deporte de salvajes practicado
por caballeros". Esto, a pesar de que en mi adolescencia los rugbistas
no pasaban de ser bestias descerebradas que, anda a saber por qué, se
llevaban los mejores trofeos femeninos.

El fútbol y el rugby son mundos entre los que es difícil transitar.
Imposibles de fundir. ¿Qué habría sido de Maradona con una pelota
ovalada? ¿Qué sentido tendría poner una barrera ante una patada del
inglés Jonny Wilkinson? El filósofo y escritor francés Bernard-Henri
Lévy escribía el año pasado en El País de España que entre "fútbol y
rugby ocurre como entre Corneille y Racine, entre los Rolling y los
Beatles, entre Mac y PC. Son dos credos. Dos religiones. Y hay que
escoger entre las dos".

Para un habitante del planeta fútbol, la conminación de Lévy no
debiera revestir complicaciones. Pero hay ciertas paradojas en el
rugby que podrían hacer compleja la elección. La violencia de las
embestidas, de los tackles, de las caídas, no se corresponde con la
camaradería del tercer tiempo (imagina nada más cómo terminaría un
partido de fútbol que tuviese ese grado de violencia). ¿Por qué esos
tipos no terminan a las piñas una vez que quedan liberados de las
reglas del juego? Quizá la respuesta está en el Haka, el himno de
guerra maorí que los All Blacks ejecutan antes del partido. A primera
vista es intimidante, pero pocos saben que en realidad, como dice el
propio Lévy, no es tanto un canto de victoria como una oración
anticipada por los vencidos.

Me gusta el respeto que se prodigan esos caballeros que juegan a ser
salvajes, me gusta también esa máxima implícita que obliga a
retroceder para poder avanzar, me gusta también que el azar marque a
fuego esa pelota que puede llevarte, como la vida, en cualquier
dirección.

Insisto, el rugby es para mí como Marte o Saturno.

Pero hay días en que preferiría vivir allá.

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