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Europa no es cuestión de euros

Europa no es cuestión de euros

Joaquín García-Huidobro 

Diario El Mercurio, Reportajes, domingo 25 de septiembre de 2011

¿Viajó el Papa a Alemania estos días, como antes a España e Inglaterra, a salvar el euro? Obviamente no, él está empeñado en una tarea mucho más importante, titánica: ayudar a Europa a encontrar sus raíces cristianas.

Europa es algo prodigioso. Desde el punto de vista geográfico apenas es más que una península de Asia, pero en 25 siglos ha sido capaz de forjar una cultura incomparable. Como dijo el Papa ante el Parlamento alemán, Europa nació del encuentro de tres ciudades: Atenas (la confianza en la razón), Roma (el valor del derecho) y Jerusalén (la tradición judeocristiana, que afirma la dignidad de todo hombre). Con luces y sombras, nos trajo esa herencia al Nuevo Mundo.

Sin embargo, en los últimos cien años parece empeñada en suicidarse: dos guerras mundiales, genocidios, el nacionalsocialismo, el marxismo, el fascismo y toda suerte de relativismos. Ahora, una caída dramática de la población, que ni siquiera alcanza para el relevo generacional.

Cuando la natalidad baja, viene la inmigración de manera inevitable. Ante ella, muchos se tornan inseguros y reaccionan con xenofobia. Otros, en cambio, se refugian en teorías multiculturalistas que sostienen que todas las culturas valen lo mismo y ninguna es superior a otra.
Xenofobia y multiculturalismo son diversas manifestaciones de una pérdida de confianza en la propia identidad. Y ahí va el Papa a recordársela.

En reemplazo de la cultura europea surgen otras propuestas que pretenden tomar su lugar. China, por ejemplo, no solo busca una hegemonía económica. Muchos se maravillaron ante la perfecta organización de las ceremonias de apertura y cierre de los Juegos Olímpicos de Beijing. Para otros, en cambio, ese hormiguero perfectamente organizado fue un atisbo de lo que podía ser un mundo que marchara al ritmo oriental.

¿Todas las culturas son iguales? No es lo que piensa Liu Xiaobo, el último Nobel de la Paz, que en sus largos períodos de encarcelamiento ha podido reflexionar sobre la diferencia que existe entre la cultura europea y la china. Él se pregunta por qué, cuando un centroeuropeo salía al exilio, podía hacer grandes cosas (pensemos en Kandinski, Arendt, Popper o Tarkovski), mientras que los intelectuales chinos que abandonan su país son insignificantes.

No se trata de una simple barrera idiomática. Piensa el Nobel chino que a los intelectuales de su país les falta "visión periférica", son incapaces de ir más allá de sus narices. Esa visión es característica de la cultura europea.

"Los intelectuales chinos, dice Liu Xiaobo, carecen de motivación para trascenderse a sí mismos, y no poseen el espíritu que induce al individuo a enfrentarse a la sociedad en conjunto; no poseen ni la fortaleza interna que se requiere para lidiar con la soledad, ni el valor y la curiosidad suficientes para encarar un mundo extraño y desconocido. Los intelectuales chinos no pueden sobrevivir más que en su propio ambiente, a la luz de las candilejas y entre los aplausos de las masas ignorantes".

En la base de la pasión europea por la libertad se halla la idea judeocristiana de la persona y su dignidad. Gracias a ella, Europa tiene una infinita capacidad de revisar sus propias creaciones (por ejemplo, abolir la esclavitud), de cuestionar sus instituciones (como la monarquía), de juzgarse a sí misma (y dar origen a la descolonización). La cultura europea concibe al hombre como un individuo llamado a un destino trascendente, que no se deja condicionar por sistema alguno.

En el año 452, el Papa León Magno salió desarmado a enfrentar a Atila, que venía arrasando Europa. Su presencia consiguió que los hunos no entraran a Roma. Hoy, 15 siglos después, Benedicto XVI, un anciano de voz temblorosa pero carácter decidido, está haciendo algo semejante, pero más difícil. Porque el peligro no son los hunos, sino la pérdida de confianza de los europeos en el poder de la razón, en el valor de la dignidad humana, y en el papel que Dios tiene en la configuración de sus propias vidas.

Si el euro termina por caer, habrá una crisis económica más. En cambio, si se desmorona la cultura europea, si pasamos a vivir en un mundo en el que Cicerón, Agustín, Leonardo, Cervantes y Kant solo sean restos de arqueología, el cosmos entero se habrá empobrecido. Lo que se juega en el empeño del Papa y otros como él por mantener viva la identidad europea, es mucho más que una moneda.
 

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