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Saint George, 70 años por Miguel Laborde

Diario El Mercurio, domingo 8 de octubre de 2006
 
Si no tiene identidad clara,
un colegio no cumple su misión.
 
Tal como una familia,
debe tener una impronta, ciertos valores;
uno verá qué hace con ellos.
 
El Saint George tuvo una "cultura",
aunque se expresara en políticos
tan disímiles como José Miguel Insulza y Jovino Novoa,
Hermógenes Pérez de Arce y el mirista Andrés Pascal,
Hernán Larraín, Andrés Allamand o Javier Etcheberry.
 
......
 
En los años 60 el colegio estaba en Pedro de Valdivia con Pocuro.
 
Los curas norteamericanos eran muchos y
tuvimos que estudiar Física y Filosofía en inglés,
aunque muchos de los profesores eran chilenos.
 
Ese idioma era obligatorio
(lo agradecerían, después, muchos exiliados).
 
En cada curso había una tablilla de madera
y el que la tenía trataba de oír a un compañero
hablando en castellano para entregársela;
el portador al fin del día se quedaba castigado.
 
No faltaba el fresco que pegaba un pisotón o un codazo,
para que uno lanzara un garabato en castellano;
nos acostumbramos a garabatear en inglés.
 
Los profesores eran buenos
pero las clases deben haber sido tan aburridas
como en cualquier parte.
 
Un trago amargo, obligatorio,
que sólo aportaba la disciplina
de cumplir con las obligaciones.
 
La disciplina era seria,
y no se me olvida al padre Whelan
marcando con un lápiz Bic
la cara de Hernán Valdovinos
- hoy destacado pintor hiperrealista-;
la raya azul indicaba la extensión máxima de la patilla
y se la hizo con tal fuerza que le sacó sangre.
 
Whelan era el duro,
decían que era mestizo de sioux,
y quedó inmortalizado en la película "Machuca".
 
Yo era un fracaso en Matemáticas,
Física, Química y Biología
y con frecuencia quedé repitiendo
esos ramos en marzo.
 
Prefería leer cualquier otra cosa en clase,
aprovechando la excelente biblioteca en inglés y castellano.
 
Si el colegio logró identidad,
fue por las actividades extra-programáticas.
 
Ahí se forjaban vocaciones,
se construía la cultura del colegio.
 
Ser fans o fanáticos con lo que se hace.
 
El Padre Whelan decía
"hagan lo que quieran, pero háganlo bien".
 
El Padre Cánepa promovió la construcción de un teatro
y alentó las cámaras de cine en unos años
en que este mundo apenas nacía en Chile.
 
Y muchos encontraron su camino por ahí,
el dramaturgo y documentalista David Benavente,
Sabatini que se dedicará a las teleseries,
el documentalista Ignacio Agüero,
el director de teatro Juan Pablo Donoso,
el creador del canal ARTV Eduardo Tironi,
el cineasta Andrés Wood de "Machuca".
 
Muchos aprendimos a escribir
en la Academia Literaria, como Armando Uribe,
José Miguel Ibáñez, Carlos Ruiz Tagle, Antonio Avaria.
[Siguieron grandes poetas,
como Diego Maquieira o Paulo Jolly]
 
Recuerdo, en el Club de Biología,
a Costoya y Zegers (el padre de Antonia, la actriz),
hoy destacados médicos especialistas en fertilidad asistida.
 
El secreto era la energía, el impulso de hacer cosas, lo que fuera.
 
Ser gente de acción.
Es un principio básico en Estados Unidos.
 
También la importancia del deporte;
otro tema de energía y esfuerzo.
 
Era mucho más importante que ser rico.
 
Ser millonario, como Ricardo Claro,
Eliodoro Matte, los Hurtado Vicuña,
los Lecaros Menéndez, no era tema.
 
Los héroes eran deportistas,
como Cristián Errázuriz
al batir el record nacional de salto alto.
 
En mi curso estaba Sergio Lecaros Menéndez,
de los millonarios de la Patagonia,
con un castillo con parque y piscina frente al colegio,
lugar que dio espacio a cuatro edificios,
el conjunto Tetrápolis.
 
Muchas veces hicimos carreras circulares por el parque,
y después comíamos el mismo pan con dulce de membrillo
y tomábamos el mismo café con leche que en cualquier casa.
 
El castillo era medio lóbrego y nunca se me ocurrió envidiarlo.
 
A pesar de la fama de "colegio de ricos",
convivíamos familias muy variadas
pero por entonces no nos dábamos cuenta.
 
Como decía, era mucho más importante
ser un gran atleta o, como Hernán Precht,
saber dibujar caricaturas
y, con micrófono en mano
en las fiestas del colegio,
saber contar chistes.
 
También era un valor superior tener hermanas atractivas.
 
Poco después vino el quiebre político
y se quebrantó esa inocencia.
 
Hace pocos años, en una fiesta de curso,
un compañero tomó la palabra y pidió perdón.
 
Por haber negado el derecho a pensar distinto,
por haber quitado el saludo a otros, por haber odiado.
 
Treinta años después, ya canosos,
el colegio pareció resucitar de las cenizas.
 
Se había olvidado
el derecho a pensar libremente,
a escoger el propio camino,
el "hagan lo que quieran pero háganlo bien".
 
La reforma educacional, para mí,
pasa por infiltrar las actividades
extra-programáticas en la educación formal.
 
Es lo que viví el último año de colegio,
en que pude escoger el curso de "Letras".
 
En Matemáticas, en lugar de ecuaciones,
pasamos la historia de los números,
la invención del 0, cosas para mí comprensibles.
 
Y con muchos talleres, clubes,
academias de expresión personal,
espacios para construirse.
 
En su origen, la palabra educación
implica "sacar hacia fuera",
ayudar a abrirse, conocerse,
descubrirse a uno mismo;
no es "meter la materia" en las cabezas.
 
La regla de oro griega y humana
era y es el "Conócete a ti mismo".

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