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El ejercicio de la crítica

es una imprescindible
herramienta del pensamiento,
pero con excesiva frecuencia
y con el fin de acaparar
presencia mediática,
algunos de nuestros intelectuales
abusan de estratagemas
propias de la mercadotecnia
y el barullo que se arma
despierta demasiadas pasiones
y poca reflexión.
 
Como dicen en lengua inglesa:
"the debate generated more heat than light".
 
El problema radica, tal vez,
en que las audiencias selectas
de los claustros universitarios,
por estimulantes que ellas sean,
no parecen ser lo suficientemente amplias
como para producir el eco esperado
a tanto saber acumulado que pugna por salir.
 
El universo entero
pareciera ser el agujero mínimo
que apenas puede contener
las visiones de estas
imaginativas y abarcadoras cabezas.
 
Entonces se cae en la tentación de estar en todas
-cual Toninho Cerezo del scratch brasileño del mundial del 82-
que se "comía" él solo la cancha los 90 minutos
[un pequeño dios con el don de la ubicuidad,
de estar presente en todo lugar].
 
Y se opta por salir de los recintos
en los que se sienten confinados
y parten a deambular por el mercado.
 
Este mundo, inculto e intrascendente,
plagado de contradicciones,
ciertamente no merecedor
de su estatura intelectual,
y que sin embargo
con su dinámica vertiginosa
los seduce y atrae,
en parte, porque los ignora.
 
Cual universo paralelo
en permanente y acelerada expansión
pareciera no importarle
ni valorar este intangible,
que es el pensamiento,
y en su loca carrera
ciertamente no está al tanto
de que detrás de cada opción vital
hay toda una filosofía.
 
Como el medio no se adapta a ellos,
algunos de estos conspicuos observadores
de la forma como opera este mercado,
optan por entrar en el juego
utilizando los mismos métodos
de venta  de la plaza
para captar su clientela.
 
Lo primero de todo es llamar la atención;
lo segundo, vender su producto.
 
Ellos, al igual como afirmara
el director del film nacional
"Monos con navaja",
venden su pomada
pero lo hacen con fundamento.
 
Y qué mejor y más sencillo
para estos maestros del lenguaje
que utilizar las infinitas variantes
de la provocación.
 
Si les da buenos resultados,
se continúa por esa senda,
exagerando la nota,
epatando, sentenciando
más que ponderando;
no importa tanto
que hayan aplausos
o pifias de la galería,
con tal de que se hable de ellos.
 
Algo queda en la retina
y en el oído de la gente
después de acaparar portadas,
comentarios, columnas de opinión,
cartas al director, artículos
e invitación a programas varios.
 
El problema es que estas distracciones por captar cámara
terminan por desperfilar el necesario rigor intelectual
y los argumentos se diluyen en la retórica efectista,
el sofisma y en el abuso de la ironía.
 
La resonancia termina siendo
inversamente proporcional
a la calidad del raciocinio
y los que quieren influir en todo
demuestran algo de esa impaciencia
de los tiempos actuales
del infructuoso "fútbol-resultado".
 
Como todo maestro sabe,
los procesos de formación son lentos,
y pueden pasar décadas
antes de que se vean
los frutos de la siembra
(si es que algún día se ven).
 
Lo que sí hay que hacer es sembrar
y rogar al dueño de la plantación
que envíe obreros para cosechar la mies.
 
La soberbia los pierde
y la sabiduría se les escapa.
 
Muchos que "filosofan"
y pocos que realmente piensan.
 
Demasiadas palabras
al servicio de ideas preconcebidas
y pocos que en el diálogo
entre el pensamiento y el lenguaje
penetren y desentrañen
las complejidades y desafíos
de hoy y del mañana.
 
Sobran los lectores compulsivos
que se lo leen todo
y de tanta información y discusión
no extraen el tipo de conocimiento
que sirva de materia prima
para producir el destilado
de unas pocas gotas de sabiduría.
 
Comienzan con grandes ínfulas
y adoptan prontamente
las posturas descalificadoras,
no importa lo injustas o inmisericordes que sean,
con tal de prevalecer y establecer su infinita superioridad.
 
Y cuando se les prueba
la inconsistencia de sus argumentos,
o la falta de validez de los mismos,
se hacen los lesos
con frases grandilocuentes
que acompañan su fuga.
 
Hay demasiado orgullo vano y poca lealtad.
 
Mucho fariseísmo -la paja en el ojo ajeno-
y no se percatan de la viga,
el poste en el ojo propio
que no les permite apreciar
el bosque de sus propias contradicciones.
 
Un saber cultivado, pseudo-hidropónico,
sin tierra ni verdaderos nutrientes,
encerrado en un círculo inconducente.
 
Por otra parte, nos creemos cultos
y le damos la espalda a la naturaleza,
olvidando sus ritmos, y no tenemos tiempo
porque hemos perdido el "tempo".
 
Y mientras sigamos así
no podremos comprender cabalmente
nuestra propia naturaleza humana,
ni lograremos solucionar los problemas del mundo.
 
Se presume
de las tradiciones humanistas
pero se prescinde de la ciencia
cuando se habla de la cultura.
 
Pero la creación científica,
como dijo por ahí Claudio Bunster
no está más cerca
de la tecnología que de la poesía.
 
No hemos hecho esa imbricación todavía,
porque no nos hemos dado cuenta
de que la ciencia bien hecha
debiera formar parte de las humanidades,
no sólo promoviendo un nuevo conocimiento
sino que avanzando hacia una sabiduría prudente
que nos salve de la extinción y de la alienación
(ni siquiera sabemos cual llegará primero, si seguimos así).
 
Quizá por ello es que las entrevistas
a poetas, artistas y científicos
contienen, no pocas veces,
más poder de síntesis
respecto de las corrientes subterráneas
que alimentan y canalizan
nuestras realidades más profundas,
que carretadas de columnas
de la parrilla programática intelectual
que exhiben los medios.
 
Son ellos, muchas veces,
más que los intelectuales profesionales,
los que terminan iluminando el paisaje
cuando menos uno se lo espera.
 
Por esto es que algunos intelectuales a veces cansan.
 
No por ser tábanos que interpelen nuestra conciencia,
sino por el prurito de  -agresivamente- imponernos
la agenda de los problemas de todo orden
de los cuales debemos preocuparnos,
siguiendo, por lo demás,
las modas intelectuales de otras latitudes.
 
Enarbolando el ídolo de la libertad:
mucho hago lo que quiero
-cualesquiera sean los costos-
pero no quiero lo que hago,
ni menos me hago cargo
de asumir las responsabilidades
de las opciones libremente aceptadas.
 
La sospecha, la descalificación,
la ridiculización, la estigmatización
como método de lucha intelectual armada
desechando la persuasión, la ponderación,
la imaginación para mirar
desde diversos ángulos un problema,
a fin de preparar así las condiciones
para las propuestas prudentes o audaces
según sea aconsejable en cada circunstancia.
 
[A propósito, Cocteau decía que
la prudencia de la audacia consiste
en saber hasta donde llegar demasiado lejos.]
 
Y se continúa eternamente
en ese absurdo afán
de imponerse majaderamente a toda costa,
sin escatimar tiempo ni energías.
 
Cansan también, cuando son previsibles.
 
Cuando muestran la hilacha
de sus preferencias políticas
y muy sueltos de cuerpo
confunden las causas con los efectos
para atraer aguas a su propio molino.
 
Cuando hay demasiada frivolidad,
y un rebuscado refinamiento
que tiene mucho de manía  infantil,
y que al mismo tiempo conlleva
una dilapidación de recursos
-generalmente ajenos,
es decir del erario nacional-
que resulta del todo incompatible
con la postura ostentosamente indignada
de escandalizarse ante las desigualdades sociales.
 
Cuando no son leales con el lector.
Cuando son flojos y poco autocríticos.
 
Cuando están prestos a poner el grito en el cielo
ante determinada actuación del adversario
y después se hacen los lesos
en situaciones parecidas
pero con cambio de protagonistas.
 
Cuando atacan con virulencia,
en forma selectiva,
y cuando son autocomplacientes.
 
Cuando nos tratan de pasar gato por liebre.
 
Cuando nos formulan la pregunta
con la respuesta correcta implícita.
 
Cuando son pagados de sí mismos.
Cuando se engolosinan con la pelota.
 
Cuando se les ve desplegar
una enorme batería de conocimientos
y de argumentos al servicio
de prejuicios y odiosidades.
 
Cuando prima el cálculo mezquino
y se despliega generosamente
una visión estrecha y sesgada.
 
Cuando se pierde el norte de lo esencial
y se utilizan los malabarismos más sofisticados
para irse por las ramas.
 
Cuando se entra en disquisiciones bizantinas
con el único objetivo de borrar del mapa
las nociones del bien o del mal;
del valor de la vida desde su concepción
hasta su natural conclusión terrenal.
 
Cuando corren las palabras y no fluye el pensamiento.
 
Cuando están demasiado absortos
en su importancia o su grado de influencia.
 
Cuando, a veces pareciera
que más que facilidad de palabra
hay dificultad para permanecer en silencio.
 
Es verdad, el pecado mayor es la soberbia
y no hay nada más estúpido que la vanidad.
 
Es imperativo salir de estos juegos nefastos  de suma cero.
 
De las falsas dicotomías  del tipo: conservador o liberal;
derechas o izquierdas;  libertad o disciplina;  fe o razón.
 
La verdadera sabiduría, aprendida  más que en los libros
-por ensayo y error-  nos va mostrando el camino
si estamos atentos,  y si  somos honestos, diligentes  y preparados,
para discernir qué hacer en cada circunstancia.
 
Que la opción real por los pobres,
es a la vez generosa y exigente
(tanto para unos y otros).
 
Que las desigualdades se combaten
por la vía de brindar oportunidades
sin perder la riqueza de la diversidad.
 
Que la vida es una manifestación
de la complejidad del universo,
que tiene entre sus funciones
hacer más eficiente
los flujos de energía
y darle pleno sentido a todo.
 
Que el misterio del mundo
apunta a la verdadera trascendencia.
 
Que nuestro entorno es nuestra responsabilidad
y que para preservarlo tenemos que vivir a concho
la pobreza evangélica y aprender de la sabiduría
de nuestros abuelos de contentarse
con vivir austeramente sin crearse necesidades.
 
Gandhi decía que el planeta
tiene recursos para alimentarnos a todos
pero no alcanza para saciar la voracidad de tantos.
 
Respetar a todos y acoger a cada uno,
sin hacer distinción ni exclusión de nadie,
(ni siquiera del más presuntuoso
y exasperante exponente del mundo intelectual).
 
Ya va siendo hora de que el suscrito
que no tiene credenciales de nada ni mérito alguno,
vaya haciendo mutis por el foro
y evite así caer en las prácticas que critica,
por lo que es aconsejable concluir cuanto antes,
sin abusar más de la infinita paciencia del sufrido lector.
 
Rafael Rosende

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