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El salesiano Ezzatti que dejó Italia a los 17 años y fue confesor del cardenal Silva Henríquez

por Tamara Meruane

Ezzati llegó en 1959 a Chile y se convirtió en superior de su orden.
Destaca por su rol formador y su faceta de mediador.
Fue cercano a Raúl Silva Henríquez, mano derecha de Errázuriz
y es amigo de Tarcisio Bertone, el número dos del Vaticano.
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Cuando en septiembre la huelga de los presos mapuches estaba en su momento más delicado
y parecía no haber salida posible, el arzobispo de Concepción, Ricardo Ezzati (68),
decidió abrirles las puertas de su casa a los huelguistas.

Invitó varias veces a la vocera Natividad Llancaqueo y organizó reuniones con delegados del gobierno.
Las citas partían a media tarde y podían terminar pasadas las dos de la madrugada.

Dicen, quienes lo conocen, que esa es una muestra de su carácter:
colaborador, conciliador y abierto, como trabajólico y tozudo a la hora de golpear la mesa.
"El sabe escuchar, pero también sabe hacer que lo escuchen", dice el padre Hugo Strashburger,
su amigo, desde que Ezzati llegó a Chile.

Eso fue hace medio siglo, cuando un joven nacido en Vicenza, Italia,
pisaba el seminario salesiano de Quilpué con solo 17 años.
De allí, su carrera en la congregación de Don Bosco fue siempre en ascenso
y continuó en la jerarquía de la Iglesia chilena
-ocupando varios obispados, bajo la atenta mirada del Vaticano.

Nada casual para el hombre que mantiene una amistad con Tarcisio Bertone,
el secretario de Estado de la Santa Sede, quien fue
su profesor de Moral Social y Derecho en la Universidad Salesiana de Roma,
a fines de los 60; una década donde el Concilio Vaticano
marcó profundamente el pensamiento del flamante arzobispo.

¿Quién es el hombre detrás de la sotana?
Lector, amante de las plantas, apasionado por estética, el arte y la música clásica;
fanático del orden y la decoración; no muy deportista (jugaba vóleibol en su juventud),
pero rebosante de energía, según sus amigos.

Como buen italiano, le gustan las pastas, pero es de comida sencilla,
sobre todo, porque sufre de diabetes. "Con el vino es muy medido,
bien parco, le gusta más bien ofrecer, atender a sus invitados.
Otra cosa es la limpieza. Era muy preocupado de los manteles,
los vasos, todo impecable", cuenta Strashburger.

Una de sus facetas más destacadas es la académica.
Ezzati fue un estudiante aplicado y un formador por vocación.
Estudió Filosofía y Pedagogía en el Instituto de la Congregación,
afiliado a la Universidad Católica de Valparaíso, donde se recibió de profesor.

A principios de los 60 enseñó en el Liceo Camilo Ortúzar Montt, de Santiago.
Se licenció en Teología en la Universidad Salesiana de Roma
y siguió el máster en Pedagogía Religiosa en la Universidad de Estrasburgo.

A comienzos de los 70 enseñó en Concepción y desde 1978,
en el Seminario Mayor de la Congregación, donde fue director,
en paralelo a las clases que dictaba en la Facultad de Teología de la Universidad Católica.

Varias generaciones han conocido de sus clases. Y también de su carácter.
"Cuando era rector, los seminaristas decían
que él ponía un rostro muy especial cuando estaba enojado.
Cuando no estaba de acuerdo con la línea formativa, a él le cambiaba el rostro", cuenta una fuente.

Si bien se le reconoce afable, muy reflexivo y muy abierto a escuchar al clero y los fieles,
"es de convicciones firmes y se manifiesta en la vehemencia de lo que él cree.
Es un hombre que reflexiona bastante para tomar decisiones y cuando las toma
se la juega hasta el final", dice José Cartes, su vicario general en Concepción.
"Ha mantenido a la Iglesia ordenada en Concepción", agrega la intendenta Jacqueline van Rysselberghe.

Esa personalidad ha sido clave en su rol político.
Mediador por excelencia, ha sido clave en la resolución de conflictos
(huelguistas mapuches, Bosques Arauco, Bellavista Oveja Tomé)
y mantiene contactos fluidos con la DC, el PS y la UDI.

Su tranversalidad lo ayudó a mantener buenas relaciones con distintos gobiernos,
pero también a ser crítico, como ocurrió con la administración de Ricardo Lagos,
cuando se promulgó la ley de divorcio, o con Bachelet, por el proyecto original de la LGE.

En los terrenos más difíciles, su papel es valorado.
"Ezzati hizo un trabajo con nosotros muy bien evaluado en el Vaticano.
Nos acogió. No vino con el hacha, sino a averiguar,
pero con mucho respeto y cariño para ganarse nuestra confianza.
Y se la ganó. Se dio el tiempo de hablar con todos, de rey a paje",
dice John O'Reilly, sacerdote legionario, a cuya congregación
Ezzati le tocó "inspeccionar" por mandato papal.

Polémico sí fue su rol en el Centro de Estudios y Experiencia Catequística de los salesianos,
cuando en 1979 el régimen de Pinochet objetó un libro para estudiantes secundarios salido de esa entidad.
"Tocamos los temas de la doctrina social de la Iglesia y, por supuesto, no le gustó al gobierno de la época.
Y la ministra Mónica Madariaga denunció públicamente que ese tomo tenía contenidos marxistas
y fuimos declarados enemigos de la patria", recuerda Ezzati, que era director del centro.
El texto, que valía $ 1.000, "la tarde después costaba $ 8.000".

En esa época, a Ezzati lo unía una gran amistad con el también salesiano Raúl Silva Henríquez.
Cuando ese mismo año, murió el confesor del entonces arzobispo de Santiago, el cardenal llamó a Ezzati
y le dijo: "Mira, te pido a ti que seas mi director espiritual y confesor'. Yo no tenía todavía 40 años
y desde esa época lo acompañé hasta el año en que fui llamado a Roma (1991)", cuenta.

Fue en esa nueva tarea en los 90 (la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada)
donde Ezzati comenzó a trabajar con el cardenal Errázuriz, y en Roma, donde afianzó vínculos con Bertone.
Dos hombres que serían claves en su llegada al Arzobispado de Santiago.

Biografía

Nace en Campiglia dei Berici, Vicenza, Italia, el 7 de enero de 1942,
llega a Chile en 1959 y en 2006 recibe la nacionalidad chilena por gracia.
Ha sido superior salesiano, obispo de Valdivia,
obispo auxiliar de Santiago y arzobispo de Concepción.
Es presidente de la Conferencia Episcopal.
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La letra chica de la Arquidiócesis
por Ascanio Cavallo
Diario La Tercera, jueves 16 de diciembre de 2010
http://blog.latercera.com/blog/acavallo/entry/la_letra_chica_de_la

Es la segunda vez en la historia de la Iglesia chilena
que un sacerdote salesiano es puesto a cargo de la Arquidiócesis de Santiago.

Podría tratarse de un dato menor, de no ser porque el anterior
fue el cardenal Raúl Silva Henríquez, la figura eclesial más eminente del siglo XX.

En su llegada a Santiago, el arzobispo Ricardo Ezzati se encuentra frente
al doble desafío de conducir la Arquidiócesis más importante del país
y medirse con la figura de su mentor, confesor y antecesor remoto.



Hay alguna ligera simetría en la situación de ambos.
En 1961, el veterano Papa Juan XXIII decidió que el sucesor del cardenal Caro
fuese un joven sacerdote que no había participado de la politizada disputa por Santiago.
Silva Henríquez asumió casi por sorpresa y se encontró con una Iglesia en crisis,
con serios problemas presupuestarios y una galopante desafección de los jóvenes.



Casi 50 años después, el también veterano Benedicto XVI
ha decidido nombrar en el mismo cargo a un obispo
que hasta hace un año estaba lejos de las pugnas políticas por la Arquidiócesis
-principalmente, entre el Opus Dei y miembros de la comunidad jesuita.
Ya sabe que hereda una Iglesia maltratada
por los escándalos, desmoralizada y compungida
y con la más seria crisis de credibilidad en muchas décadas.



Es cierto que este nombramiento no ha sido una sorpresa.
Muchos elementos convergieron para que se tornase inevitable.
Desde el conocimiento personal del también salesiano secretario de Estado, Tarcisio Bertone,
hasta su participación en la comisión visitadora de los Legionarios de Cristo.
Desde su intervención en el conflicto mapuche, en septiembre,
hasta su designación como presidente de la Conferencia Episcopal, en noviembre.
Es seguro que, de no haber sido arzobispo de Santiago,
pronto se habría integrado en algún cargo de la Curia romana.



Pero la Iglesia de Santiago está muy golpeada como para prescindir
de un líder enérgico, de un hombre que pueda conciliar
un fuerte perfil pastoral con el papel político
que el arzobispo de la capital no puede ni debe evitar,
un hombre práctico y ejecutivo con una base intelectual sólida.
Mandar a Ezzati a Roma era un lujo que la Iglesia chilena no se podía dar.
Es seguro que la Santa Sede demoró el nombramiento porque intentaba aquilatar
todos los delicados matices de la situación eclesial de Santiago.



Ezzati tiene por delante una tarea gigantesca en su propia jurisdicción,
que ya sería suficiente para colmar toda su jornada.
Pero en la letra chica, este cargo contiene también
gran parte de la relevancia social de la Iglesia.

Como cualquiera de sus antecesores,
Ezzati tendrá que escoger entre una Iglesia introvertida,
plegada sobre sí misma, con aversión al riesgo,
o una Iglesia volcada hacia afuera, con opciones nítidas,
dispuesta a jugarse su prestigio y no a perderlo por pura erosión.

Por supuesto, esto no lo puede hacer un arzobispo solo.
Pero quiéralo o no, para los efectos de su presencia pública,
el de Santiago es siempre un primus inter pares
que tiende a modelar el estilo del Episcopado.

Igual que el de Silva Henríquez en los 60,
es posible que el nombramiento de Ezzati
sea el inicio de una renovación en la Iglesia chilena.

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