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EL AÑO 1971 EN LA CALLE REPUBLICA

El año 1971 en la calle República
Diario La Tercera, 04-01-2004
Sebastián Edwards
 
Quizás lo más significativo de 1971
es que el Dr. Salvador Allende
recién había sido elegido
Presidente de la República,
y que la situación política del país
era expectante,
por llamarla de alguna manera.
 
En marzo de ese año
empecé mi carrera universitaria,
cuando me matriculé en la
Escuela de Economía y Administración
de la Universidad de Chile.
 
En esa época la Universidad de Chile
tenía fama de ecléctica y de estar abierta
a varias posiciones doctrinarias.
 
En la vieja Facultad
-la que desapareció en 1972,
al separarse en dos grupos antagónicos-
enseñaban desde marxistas hasta Chicago boys.
 
El alumnado, además, venía de lugares muy diferentes.
 
Había gente de provincias,
estudiantes de muy escasos recursos
y una mayoría proveniente de liceos fiscales.
 
Todo esto contrastaba
con la escuela de economía
de la Universidad Católica,
que estaba ubicada en Los Dominicos,
cuyo cuerpo estudiantil venía
eminentemente de colegios privados,
y donde los profesores eran
mayoritariamente de la Universidad de Chicago.
 
Para un grupo de amigos proveniente de colegios privados
-Jorge Bande, Felipe Montt, Máximo Pacheco y yo-
la Universidad de Chile resultaba enormemente atractiva.
 
Era un mundo diferente al que conocíamos
y era un lugar que estaba ideológicamente
más cercano a lo que pensábamos.
 
Nos matriculamos con entusiasmo y durante 1971
pasábamos horas y horas en el viejo edificio de República,
discutiendo, leyendo unas pésimas traducciones
de unos malos textos marxistas
y aprendiendo a pasos bastante agigantados sobre la vida.
 
En ese tiempo, como ahora,
era más difícil entrar a Ingeniería Comercial
en la Católica que en la Chile.
 
Pero, según recuerdo,
muchos de los estudiantes
con los puntajes más altos
nos matriculamos en la Chile,
a pesar de haber sido
aceptados en ambas escuelas.
 
Este grupo incluía, entre otros,
a Manuel Marfán -ex ministro de Hacienda
y recientemente nombrado consejero del Banco Central
y a Enrique Marmenttini, que después
fue un exitoso empresario de supermercados.
 
Marfán era reservado y con un
sentido del humor eminentemente irónico.
 
Usaba su inteligencia en forma medida
y sus acotaciones en clase eran esporádicas,
pero siempre precisas.
 
Nuestro grupo, al contrario,
era bastante vociferante.
 
Participábamos en todas las clases,
nos reíamos mucho, opinábamos
de lo que no sabíamos
y estábamos dispuestos a discutir con todos.
 
Alvaro Vial también estaba en este curso
y con un sentido agudo del humor
criticaba al gobierno del Dr. Allende
y se reía de los marxistas.
 
Su agudeza era particularmente
letal en discusiones pequeñas.
 
También recuerdo con cariño
al actual embajador Osvaldo Rosales,
quien con una personalidad tranquila
y una gran perseverancia
se movía en los márgenes de la política.
 
Rosales estaba entusiasmado,
como tantos en esa época,
con los experimentos de la China de Mao.
 
Y el actual alto directivo del FMI,
Guillermo Lefort, ya era en esos años
un activo partidario de la democracia cristiana.
 
Nosotros nos hicimos rápidamente amigos
de Jorge Selume y de Ernesto Edwards,
quienes se habían transferido
desde una universidad de Valparaíso.
 
Ambos eran tranquilos, estudiosos y conversadores.
 
Cuando la Facultad se dividió en 1972,
Selume se quedó en la sede tradicional
y Ernesto Edwards, que en esa época
militaba en la Izquierda Cristiana,
se fue a la facultad más progresista
que había recibido el nombre de Sede Norte.
 
En esos años el número de mujeres
que estudiaba ingeniería comercial
era sorprendentemente pequeño,
por lo que para la fiesta "mechona"
nos unimos con Educación de Párvulos
-carrera que no tenía hombres.
 
Todo era una enorme fascinación.
 
Cientos de niñas preciosas y simpatiquísimas,
a las que, por razones que nunca entendí,
nunca volvimos a ver.
 
Nuestro grupo se dedicó
a esta fiesta con gran entusiasmo,
lo que nos valió un buen reto de algunos
estudiantes de izquierda de cursos superiores,
quienes nos acusaron de frívolos
y de alentar prácticas burguesas.
 
Creo que esa fue la primera vez
que me enfrenté a la inquietante
falta de sentido del humor
de la izquierda autóctona.
 
También recuerdo a alumnos de otros cursos,
con los que discutíamos o conversábamos.
 
Carlos Cruz daba vueltas por los patios
y un año después llegarían Nicolás Eyzaguirre,
Jorge Marshall y Joaquín Vial.
 
Y aunque muchos de los alumnos de cursos superiores
no pasaban mucho tiempo en la escuela,
recuerdo con nitidez a Oscar Landerretche,
una de las personas más inteligentes que he conocido.
 
Si bien en el curso que se matriculó en 1971
había pocas mujeres, al año siguiente
llegaron varias cuyos intelectos
que de inmediato se hicieron notar.
 
Entre ellas estaban Alejandra Mizala,
Pilar Romaguera y Giannina Cademártori.
 
Después del golpe de estado
los militares cerraron la Sede Norte
y aquellos que nos habíamos
adscrito a ella quedamos "cesantes".
 
Muchos estudiantes fueron detenidos
y varios decidieron partir al exilio.
 
Cuatro de nosotros -Jorge Bande,
Ernesto Edwards, Felipe Montt y yo-
consideramos cambiarnos a la Católica
y empezamos a asistir a clases como "oyentes".
 
Al poco andar descubrimos
que, además de las notas
y de los antecedentes académicos,
un requisito para cambiarnos era contar
con un certificado de "buena conducta",
otorgado por un fiscal nombrado por los militares.
 
 
El proceso de conseguir los certificados fue difícil y humillante.
 
Tanto es así que Ernesto Edwards
desistió de hacerlo y decidió esperar.
 
El fiscal era un típico funcionario
pequeño y puntilloso -Raulín Morales,
me parece que se llamaba-,
quien después de lo que nos pareció
un tiempo infinito -y con total arbitrariedad
decidió extendernos el certificado
a Felipe Montt y a mí,
y negárselo a Jorge Bande.
 
Y así Montt y yo partimos a la Católica
donde aprendimos mucha economía,
y Bande, sin certificado,
viajó a los Estados Unidos,
donde se recibió con enorme éxito
en la American University de Washington D.C.

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