en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna
(Participaron aparte del homenajeado,
el profesor y escritor don Roque Esteban Scarpa,
el escritor Carlos Ruiz-Tagle, director del museo,
el cardiólogo Dr. Pablo Casanegra,
y el abogado, periodista
y columnista del diario El Mercurio,
Hermógenes Pérez de Arce, entre otros.
Aquí se incluyen los discursos que se pudo conseguir:
el de Hermógenes Pérez de Arce y el del Father Provenzano.)
El domingo, cuando preparaba estas líneas en su homenaje,
yo pensaba, que, ciertamente, no eran mis primeras líneas para Ud.
En realidad sacando cuentas,
pienso que durante mi estadía en el Colegio
puedo perfectamente haber escrito
unas cinco mil o más líneas para Ud., Father,
a petición suya, si así pudiera decirse,
en los cuales yo debía reiterar, una y otra vez,
promesas de mejor conducta,
más estudio, más puntualidad.
"I must...", y "I must not..."; "I shall..." y "I shall not...".
Pero estas líneas de ahora, Father,
las he escrito con mucho cariño;
las otras, para qué le voy a decir, con no tanto.
Han pasado más de treinta años de esas cosas, Father,
y durante todo ese tiempo ha pesado en mi conciencia
algo que me habría gustado confesarle antes,
pero cuando estaba en el Colegio
y me solía confesar con Ud., no me atreví;
y después no tuve la oportunidad,
y de lo cual espero que Ud. me absuelva
y todos los aquí presentes guarden la debida discreción:
muchas de esas líneas no las escribí yo, Father.
Bastantes las escribió mi santa e indulgente madre,
que siempre hizo lo posible por aliviar las pesadas cargas
que la Congregación de la Holy Cross
insistía en depositar sobre mis débiles hombros.
Y otras muchas las escribió la infaltable mano experta
de algún abnegado compañero de curso dispuesto
a hacerse cargo de esa tarea y de una parte de mi mesada.
Pero lo importante, Father,
es que invariablemente entonces
tuve, como tengo hoy,
completa claridad acerca del hecho
de que su actitud exigente y disciplinaria
no sólo nos hacía un bien, sino que representaba
una abnegada entrega de su parte a la tarea,
que seguramente a veces debe haberle
parecido imposible e interminable,
de convertirnos en hombres útiles,
rectos y buenos cristianos.
He tenido la oportunidad de conversar
con muchos que fueron
alumnos del Saint George's
de mi generación, y todos coinciden
en que el sentido de severa
pero razonable autoridad
que Ud. proyectaba e imponía
era la espina dorsal del Colegio,
la infraestructura sobre la cual se apoyaba
la meritoria tarea de los demás sacerdotes
de la Holy Cross y del cuerpo de profesores,
para prestigiar al Saint George's y convertirlo
en un establecimiento de enseñanza de primer nivel,
que nos formó en la fe, en la responsabilidad,
en la autoexigencia y en la capacidad de servir a los demás.
Tenemos todos muchos recuerdos suyos, Father Provenzano.
Al menos en mi caso, con los años ha ido sucediendo
que me acuerdo con particular claridad
de los hechos de mi infancia y adolescencia.
Supongo que son los primeros indicios
de lo que esa rama de la Medicina
conocida como Gerontología, llama "memoria senil",
caracterizada porque uno recuerda con gran detalle
los hechos más lejanos, en la misma medida
que olvida los más próximos y cotidianos.
Por ejemplo, recuerdo con agradecimiento
que Ud., Father, introdujo un importante
avance tecnológico en el Colegio,
la proyectora de películas en el gimnasio
que quedaba detrás de la capilla.
Ahí empezó a funcionar el biógrafo del Colegio,
donde íbamos domingo a domingo
los chiquillos de diez a doce años
a ver películas de Hopalong Cassidy,
mejor conocido como «Hopy»,
un cowboy extraordinariamente honrado y justiciero,
enteramente vestido de negro
y que montaba un caballo enteramente blanco.
Hoppy era clarísimamente "bueno"
y todos sus adversarios
definitivamente "malos".
En esos tiempos los "buenos" y los "malos"
eran completamente distintos entre sí,
no como ahora, que son cada vez más parecidos.
Ud., Father Provenzano operaba la máquina
y hubo un par de veces en que se le quedó en panne,
lo que provocó unos zapateos memorables
que levantaron todo el polvo de las tablas del suelo,
haciendo la atmósfera irrespirable.
Un domingo me presenté a su función cinematográfica, Father,
con un traje azul marino nuevo, esperando que alguien lo notara,
pero nadie, salvo Ud. lo hizo.
Con profundo sentido de la caridad cristiana,
me dijo textualmente: "You are very petuco Hermógenes",
frase memorable que nunca olvidaré y que me ha impulsado
a preferir los trajes azules para las ocasiones solemnes.
Cuando Ud. llegó,
el servicio de información interno de los alumnos
reveló que Ud. era ingeniero y que había sido boxeador.
Una vez yo le pregunté,
pero Ud. no me respondió directamente;
eso sí, me dijo que en su juventud
Ud. podía romper las mangas
de la camisa hinchando los bíceps,
historia que la repetí
incansablemente a mis compañeros,
dejándolos con la boca abierta,
y que no dudo contribuyó
a acrecentar la atmósfera
de autoridad que rodeaba a su persona.
MI curso sólo tuvo fugazmente
clases de Matemáticas con Ud.
Fue un comienzo de año,
creo que a la altura
de Tercero de Humanidades, o algo así.
Se dijo en ese tiempo
que el Ministerio de Educación
había hecho cuestión
que un extranjero
no titulado en el país
hiciera clases en Humanidades,
cosa que nosotros,
recuerdo perfectamente,
encontrábamos absurda,
y comentábamos que seguramente Ud.
sabía mucho más que los profesores chilenos.
Eran gajes de la economía cerrada
que desaparecieron, supongo,
por culpa de los Chicago Boys.
Creo que nunca como en esas breves semanas
estuvimos tan cerca de aprender Matemáticas.
Ud. daba tareas todos los días
y hacía pruebas todas las semanas.
Pero el Gobierno acudió a nuestro rescate,
justo cuando estábamos tan gravemente
amenazados de estudiar diariamente.
Debo reconocer
que en ese tiempo Ud., Father,
me tenía muy buena barra,
al extremo que una vez
me pidió ayudarlo
a poner notas en la libreta,
a raíz de lo cual me regaló
una pequeña cruz dorada.
Después mis bonos con Ud. bajaron rápidamente
y mi lunes negro sobrevino cuando mi padre
recibió una carta donde se le notificaba
de que por mi mala conducta quedaba
en el carácter de condicional por el resto del año.
Esa crisis la precipitó
un hecho muy desafortunado
que me hizo comprender
que el principio según el cual
todos los hombres nacen libres e iguales
a veces tiene excepciones.
Iba mi curso subiendo
las escaleras de madera
del antiguo edificio principal del Colegio;
dichas escaleras tenían un recodo,
y los aprovecharon
dos compañeros nuestros
para lanzar desde arriba,
sobre quiene íbamos subiendo,
un pesado felpudo lleno de polvo,
que nos cayó sobre la cabeza.
Los afectados subimos
y, ante la imposibilidad de
establecer responsabilidades,
resolvimos ejercer la vindicta privada
y lanzar el felpudo sobre otros
que subían más atrás,
con tan mala suerte que venía
entre ellos, nada menos
que don Roque Esteban Scarpa,
y, lo que es más grave,
con uno de los primeros abrigos
de pelo de camello llegados a la plaza.
Ello me valió ser enviado a su oficina, Father,
donde Ud. me hizo comprender,
que un felpudo sobre mi cabeza y ropa
no representaba lo mismo
que sobre las de don Roque.
Créame que,
con mis bonos en baja y todo, Father,
siempre seguí apreciando
el sentido de su autoridad en el Colegio.
Recuerdo particularmente varias ocasiones
en que mi curso se revolucionó por completo
y en que resultaban vanos los esfuerzos
de profesores y sacerdotes por poner orden,
de modo que debían abandonar la sala
en busca de refuerzos.
En cambio, bastaba
que se abriera la puerta
y apareciera Ud.,
sin decir una palabra,
y se hacían el orden y el silencio,
como por ensalmo.
En otra oportunidad
un trío de alumnos de mi curso,
quebró un vidrio
de la puerta de una sala,
pero no había nadie cerca
y borraron las huellas del delito
lo mejor que pudieron,
botando al canasto las astillas
disimuladas entre unos papeles.
Visiblemente aliviados,
salieron de la sala
e iban por el corredor,
cuando apareció Ud., Father,
por el otro extremo,
ignorante completamente,
por supuesto del episodio.
Pero era tal la imagen
de autoridad que Ud. proyectaba,
que cuando los tres alumnos
ya iban a cruzarse inocentemente
y sin problemas con Ud.,
uno de ellos no pudo resistir
el peso de su mirada y le dijo:
"Yo no fui Father",
frase desafortunada
que desencadenó
la correspondiente investigación.
El carácter nacional
resiente la autoridad
y, por lo mismo,
no creo que todos esos años
en el Saint George's
hayan sido fáciles para Ud.,
Father Provenzano.
Recuerdo que
en más de una oportunidad
se formaron corrillos de alumnos
en torno a algún profesor
a criticar la aparente aspereza de su actitud.
En una de esas ocasiones
salió en defensa suya
nuestra recordada profesora de Dibujo
y les manifestó a los circunstantes
que, en su opinión, Ud., era
un hombre bondadoso pero tímido,
al cual le costaba exteriorizar sus emociones
y que, además, tenía por función
velar por la disciplina en el Colegio
y debía mantener un exterior
acorde con esa función.
Todos los ex alumnos que conozco
tienen excelentes recuerdos del Saint George's
y de los sacerdotes de la Holy Cross.
En mi generación conocimos,
según su orden de llegada a Chile,
a los padres Havey, Doherty, Send,
D'Autremont, Huard, De Prizzio,
Haley, Butomer, Delaney, Payne,
Müller, Gross, Curran, Teal,
y posiblemente alguno que haya olvidado.
De todos conservamos gratos recuerdos
y cuando tenemos ocasión de reunirnos
los revivimos con nostalgia.
Pero si hay alguien cuyo nombre
es algo así como la impronta
del Saint George's College
de fines de los años 40
y comienzos de los 50,
cuando los de mi generación
estuvimos allá, es Ud.,
Father Provenzano.
El porte severo
y la actitud siempre medida y austera
que le imponían tanto su misión educadora
como su carácter, nunca pudieron
ocultar el mensaje de abnegación,
de entrega generosa que,
quiero decirle hoy,
sus alumnos de esos años
supimos captar y apreciar.
Porque todos nosotros
sabemos que Ud.,
durante cuarenta años,
no ha hecho sino dar, dar, dar,
sin pedir nada a cambio,
y, atendida la naturaleza de su misión,
recibiendo a veces ingratitud e incomprensión.
Sin embargo de pocas maneras
se podría cumplir mejor que de la suya
el ejemplo de amor al prójimo
que nos legara Cristo en el Evangelio.
En la parte que nos cabe a nosotros
le damos, pues, las gracias
con cariño sincero, por todo
lo que Ud. nos entregó entonces,
por todo lo que ha entregado
después a nuestro país,
y por todo lo que, confiamos,
por muchos años más,
seguirá Ud. dando
a las sucesivas
generaciones de Georgians.
Hermógenes Pérez de Arce
.................................................
DISCURSO DE AGRADECIMIENTO
DEL FATHER FRANCIS PROVENZANO, C.S.C.
Esta tiene que ser la única vez
que me encuentro delante
de un grupo de Georgians
sin poder expresar
en forma adecuada lo que pienso,
lo que quiero decir.
Porque agradecer a Uds. en forma adecuada,
explicar la profundidad de mi gratitud
por lo que han hecho aquí hoy día es imposible.
Para mí, para la Congregación,
para todo el Colegio, hay algo aquí
en este acto de cariño suyo
que tiene un significado que quizás
ni Uds. mismos han sospechado.
Déjenme explicarme.
Uds., para acompañarnos
en un acto de gratitud a Dios
por su bondad y paciencia conmigo
durante unos cuarenta años,
han dejado a un lado
sus múltiples compromisos,
preocupaciones y responsabilidades
que reclaman su atención.
Los charlistas dejaron de lado
su propio trabajo
para preparar unos preciosos discursos
-de hecho son tan lindos
que me parece que estaban hablando
de otro Provenka que yo no conozco.
Y si preguntamos cuál es la fuerza motora,
el motivo -no la ocasión- de su generosidad,
de su cariño, la única respuesta
que me viene a la mente es ésta:
que el Georgian Spirit vive todavía en Uds.
y eso me llena de una gran alegría, de gozo,
y de una enorme gratitud a Dios,
porque esto significa que la cooperación suya
como jóvenes colegiales, y que tanto
los sacrificios de sus padres
como los esfuerzos del personal
-todo el personal- no fueron en vano...
Significa que recibieron una formación
como Dios manda, la formación
que todos llamamos The Georgian Spirit.
La periodista Raquel Correa,
me preguntó una vez
en qué consistía ese Spirit
de que se hablaba tanto.
Yo le expliqué que para mí
es un estilo de vida,
la manera de vivir de un Georgian.
Es poner en práctica
los dos mandamientos de Jesús:
Amar a Dios sobre todas las cosas
y Amar al prójimo.
Otra manera de decir lo mismo podría ser
respetar la dignidad de la persona
-de su propia persona y la del prójimo.
Pienso así porque acepto
lo que enseña San Pablo:
el amor es servicial,
es comprensivo,
no se irrita, no es mal educado,
y goza con la verdad.
¿Entienden ahora por qué
el Colegio insistía tanto
en ciertas normas
de conducta, de acción?
Seguramente pocos de ustedes
son capaces de resolver
hoy día un problema
con la regla de tres inversa,
y menos todavía tienen idea
de qué trata la Ley de Coulomb,
pero gracias a Dios,
viven aferrados todavía
a los valores de Cristo,
esos valores que aprendieron
a apreciar en el Colegio
- a pesar que de vez en cuando
necesitaban del estímulo
de uno u otro castigo.
Es interesante que
después de tantos años,
algunos todavía me puedan recitar
"The Charge of the Light Brigade".
Además, gracias a la Divina Providencia,
Uds. tuvieron el privilegio de tener
dos factores a su favor:
sus propios padres que cooperaron
tan bien con nosotros
y un equipo de maestros extraordinarios.
Los padres William Havey,
el primer rector de la Congregación
en el Colegio- Alfred Send,
James D'Autremont, Theodore Huard,
John Haley, Elmer Gross...
todos ellos ya están descansando en paz;
y de los vivos sólo voy a mencionar
sólo a los que viven en el extranjero
-los padres Peter Müller, John Payne,
Gerald Buttomer y Clifford Atwood.
No hablo de los que están con nosotros
en Chile por motivos obvios,
Uds.conocían muchos si no a todos
los padrecitos que he nombrado
-eran todos de distinto carácter y personalidad-
muy distintos, pero créanme
tenían un solo ideal en la mente,
el modelo, que tenían fijado para Uds.
Pero no vayan a pensar
por un solo momento
que la Congregación ha hecho
todo esto sola y sin ayuda.
Dios se ha preocupado
mucho de nosotros
y nos mandó un equipo de chilenos
profesores, administrativos y auxiliares- de primera.
Sin ellos el Colegio nunca
habría podido cumplir su misión
de educar y formar el alumnado.
Estoy pensando en eminencias
como Roque Scarpa, Eliodoro Cereceda,
Eduardo Mujica, Ángel Custodio González,
Mario Góngora, la Miss Lindsey,
la Miss Lumpdsen, la Clementina Hernández,
Arturo Valenzuela, Monsieur Lamborot,
Fernando Cortez, para nombrar algunos nomás.
También estaban los administrativos
y auxiliares: el padre Arturo Roasio,
el sacerdote chileno que no llevaba
puesta una camiseta del Colegio -No!
Llevaba puesta cinco o seis por lo menos,
el padre Carlos Rodríguez, la Mary Toovey,
la Nelly Biggs, la Señora Chaparro,
la Miss Souper, la Ester Paton,
la Nena Reid, la Nena Farías
-la Dama de Blanco que les daba pan
cuando Uds. se lo pedían
con esa cara de hambre
que sabían fingir muy bien,
la María, la Laura, Manuel,
los dos Raúles -Núñez y Fonolito,
y los choferes Juanito e Ismael-
y no sé cuántos más que
literalmente trabajaban día y noche
con el verdadero Georgian Spirit
para que nos les faltara nada a Uds.
a quienes querían a pesar de sus diabluras,
o quizás, por sus mismas diabluras.
Seguramente se acuerdan de la Aurorita
-la sacristana de este porte-
una señora de mucha edad-
ni ella sabía cuántos años tenía.
Aurorita tenía una dedicación única para el Colegio
y como no tenía ningún familiar, estábamos
más que contentos que siguiera viviendo en el Colegio.
La ecónoma, la señorita Elena,
le dio como tarea comprarme
la Revista Zig-Zag
una revista familiar
que salía cada semana.
Aurorita estaba feliz
porque aprovechaba ella
de leer la revista
antes de entregármela a mí.
Un día, al leer un artículo,
noté algo raro en un dibujo
-como todas las revistas de esa época,
el Zig-Zag usaba pequeños dibujos
en cualquier parte para llenar huecos
cuando faltaba texto para completar la página.
Lo que me distrajo fue un dibujo
ovalado de la cabeza y hombros de una mujer.
Su vestido era un poco escotado
-en ningún caso y muy lejos de ser escandaloso.
Pero Aurorita no pensó así, parece,
y con mucho cuidado con lápiz en mano
subió el vestido de la señora hasta el cuello
-casi hasta el mentón.
Créanme, nunca me voy a olvidar de la Aurorita
y no por lo divertido de lo que hizo y era divertido,
pero por lo que me decía de ella
-de su amor, de su respeto,
de su preocupación por mí, por mi sacerdocio-
en efecto me dijo mucho de su Georgian Spirit.
Estoy seguro que ella con San Pedro a su lado
está riéndose con nosotros ahora mismo.
Para terminar -con respecto a mis
cuarenta años en el Colegio-
hay dos cosas: primero han sido años felices
con uno que otro momento de amargura o desilusión
causado por mis fallas y faltas.
Años durante los cuales
he sido más aprendiz que maestro,
porque Uds. mis alumnos y mis colegas,
me enseñaron muchísimo.
Doy gracias a Dios por haberme permitido
vivir como sacerdote y religioso en Chile,
y por haberme mostrado tanta paciencia,
tanto amor, tanta compasión, y tanta bondad.
Y doy gracias a Uds., mis alumnos
y sus padres también por la fe y confianza
que han tenido con la Congregación
-entregarse a sí mismo o a un hijo a otros enteramente
para ser sometido a este complejo y delicado
proceso que se llama educación y formación
exige una fe casi sin límites.
Personalmente, agradezco muy de corazón
el hecho de que Uds. me hayan permitido
ser una parte tan íntima de sus vidas.
Y finalmente, doy gracias a mis colegas
-profesores, administrativos y auxiliares-
que a través de los años
siempre me han sido muy fieles,
muy leales, y muy cordiales colaboradores
en nuestra linda tarea de educar y formar,
que es nada menos que cooperar
con Dios en su creación del Hombre.
CLASE DEL 70 SGC
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Dos discursos pronunciados en los años ochenta,en homenaje al Father Francis Provenzano, C.S.C.
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