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Para ser coherentes

25 / Ago

Por Jaime Baeza



En el caso de Julian Assange, como en todas las noticias recientemente, surgen modas y al poco tiempo decantan. Lo anterior, es especialmente cierto considerando que hace una semana fue un gran escándalo, donde todos ponían el grito en el cielo para la libertad de prensa y expresión. Pero con el correr de los días, el tema de a poco ha salido de las primeras planas y la silenciosa diplomacia retoma su lugar protagónico.

En realidad, el problema para mí no es Assange en sí mismo, ni su cruzada por dejar al descubierto medio sistema mundial de inteligencia. No aplaudo lo que hizo pero tampoco rasgo vestiduras por la mantención de los secretos mundiales. Es decir, reconozco que en buena medida el tema no me da ni frío ni calor. A lo más, me surge la reflexión sobre la privacidad de los datos y cuál es el límite de los medios de comunicación. Pero claramente existe un grupo a nivel global, y también en nuestro continente, para el cual todo lo discutido y vivido desde Londres era un gran inhibidor del sueño,  por decir lo menos.

Lo que me sorprende es que da la impresión que lo que los afecta no es tanto el tema del manejo de la información si no que la posibilidad de vaciar toda su rabia contra Occidente, y en especial contra Estados Unidos. Es por esto que me llama la atención lo que me ocurrió el lunes por la mañana. No tengo ningún interés de presuponer intenciones y, por el contrario, creo que muchas veces hay reclamos justificados de los pueblos pobres del sur sobre el accionar del norte. 

Estaba yo en mi oficina y recibí un llamado programado de una productora del canal Telesur, el canal con que el Presidente Hugo Chávez de Venezuela entrega su visión informativa al mundo. La verdad es que el mandatario venezolano no llena mi gusto para nada, pero tampoco lo considero el demonio personificado. Es decir soy un momio de la DC, pero no ando viendo comunistas debajo de las piedras. En el marco de su noticiario matinal, me hicieron en vivo una serie de preguntas ultra cargadas, en una encerrona donde era muy difícil no terminar repitiendo monsergas. Es decir, no había como contestar. Querían un académico cantando el “abc“ del anti-imperialismo yankee, cuestión que no se me daba por ningún lado. Primero porque no lo soy y segundo porque en mi rol de académico debo ponderar cosas y no repetir diatribas de otros. 

En definitiva, lo que me molesta es que se utilice lo de Assange para seguir dividiendo al mundo entre buenos y malos. La derecha y extrema izquierda en el mundo siguen obsesionados con calificarnos, como si la bondad o la maldad estuviera radicada en una sola visión de sociedad. Lo mismo pasa con este caso en Europa. Es verdad, no se puede decir que el acusado merezca ser extraditado a un país donde pudiera enfrentar la pena de muerte, pero nadie tampoco en su sano juicio podría decir que Suecia no sea un país que entrega plenas garantías para un debido proceso.

Hay algo en lo que si estoy de acuerdo de lo que Assange dijo desde el balcón de la embajada ecuatoriana en Londres. Es hora que Estados Unidos retome esa senda que le dejaron los padres libertadores. Sin embargo, creo que como país los norteamericanos han estado mucho más cerca de los ideales de justicia, solidaridad y libertad que varios de los hoy acérrimos defensores del periodista asilado. El problema, finalmente, es que le falta coherencia discursiva y, en la práctica,  le pasa a varios que hacen gárgaras de la libertad de expresión violentada. 

En definitiva, los que creemos en los derechos humanos debemos ser coherentes entre el gran No que se le dijo a Pinochet y que se le deben respetar las garantías a Assange de todo orden. Sin embargo, y con mucha fuerza, también debemos exigirles a los nuevos adalides de las libertades públicas en el continente que no miren la paja en el ojo ajeno solamente, si no que también lo que ocurre con sus países, ahí donde la prensa libre es amordazada, tal como ocurre en Cuba o Venezuela.

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