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Estímulos del presente donde el futuro no existe y no hace falta el progreso...‏



El futuro esquivo
por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias
Martes 28 de Agosto de 2012

A propósito de la muerte de Neil Armstrong,
en El Mundo se publicó anteayer un artículo
que resumía una teoría del economista Tyler Cowen,
quien sostiene que el progreso tecnológico
se ha frenado desde la la década de los sesenta,
es decir, que la llegada del hombre a la Luna habría 
sido el punto culminante de una época económica.

Salvo por los computadores, 
los teléfonos e internet, sugiere Cowen, 
nuestras tecnologías son prácticamente
las mismas de hace medio siglo, aunque mejoradas.

Durante el último siglo, sólo hemos visto
sucesivas transformaciones del automóvil,
los electrodomésticos o los televisores,
pero en lo esencial seguimos asistidos
por los mismos inventos: 
jugueras, urinarios, ollas a presión.

Nadie se ve 
teletransportado a su trabajo,
nadie almuerza pildoritas
con sabores de alta cocina,
ningún robot está a cargo
de la seguridad de las ciudades.

El futuro era más esquivo de lo previsto.

Es curioso el contraste:
creemos vivir en una época
ultratecnologizada, pero al parecer
eso es más bien una ilusión,
por lo menos en el mundo concreto.

Todas las nuevas tecnologías
están enfocadas en la realidad  virtual
y muy pocas en nuestra
condición de mamíferos.

Mi computador de hoy
tiene una memoria
diez mil veces más poderosa
que el de hace veinte años,
pero la cura del Alzheimer
no está diez mil veces más cerca.

El sueño de Tesla
de la electricidad gratuita
para todos no sólo
se ha vuelto inimaginable,
sino que además se ha invertido
por completo y sólo cabe esperar
que la energía sea cada vez
más costosa y escasa.

Pareciera ser que hasta los años sesenta
la capacidad de asombro recibía estímulos
que era imposible no hacerse
ilusiones acerca del futuro.

Las memorias familiares
sobre la llegada del hombre a la Luna
son extremadamente intensas y vivas,
imborrables imágenes que no tienen
un símil en el presente,
donde no se ve por dónde
pueda ocurrir algo que produzca
tales escalofríos de sorpresa,
de fascinación y de temor
a lo desconocido.

De hecho, hace poco 
el astromóvil Curiosity
empezó a recorrer 
territorio marciano, 
pero todo el mundo siguió
como si lloviera.

Un día nos van a decir
que se ha inventado
la máquina del tiempo
y la noticias no sorprenderá
tanto como la caída del dólar
o el alza de la bencina.

El asombro colectivo
ya no es impactado
por aletazos del futuro imaginado,
sino por entretenciones dudosas
como la inauguración
de los Juegos Olímpicos
o por desastres televisados
como el atentado contra
las Torres Gemelas
o el bombardeo sobre Bagdad.

Por supuesto, detrás de todo eso
hay una maquinaria comunicacional
controlada por los grandes poderes,
sin los cuales nadie se acordaría
de Neil Armstrong ni de la carrera espacial
ni de nada que haya ocurrido 
fuera de nuestro planeta,
pero deja un regusto extraño comprobar
que los estímulos del presente,
cuando no son 
la destrucción y las catástrofes, 
provienen del entretenimiento,
donde el futuro no existe
y no hace falta el progreso.

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