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El laberinto del pasado por José Promis


Diario El Mercurio, Revista de Libros,
Domingo 26 de agosto de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/08/26/al_revista_de_libros/critica/noticias/D7E05135-8C56-492C-863D-740FBD1AB37E.htm?id={D7E05135-8C56-492C-863D-740FBD1AB37E}
 
En varias oportunidades me he referido al rescate de la memoria como una de las tendencias más reconocibles dentro del campo de nuestra novela reciente. Se manifiesta a través de representaciones que se interesan por recuperar de manera exclusiva experiencias individuales y sociales que de un modo u otro fueron perturbadas y, en la mayoría de los casos, heridas o destruidas por las condiciones políticas que se vivieron en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular, su derrocamiento y los años que condujeron al retorno de la democracia, experiencias que el poder de intereses específicos o la debilidad o la indolencia del recuerdo podrían conducir al olvido. Nuestra narrativa las ha convertido así en un referente literario que pocos escritores nacionales han logrado rehuir y menos aún han querido ignorar. Por el contrario, muchos de nuestros novelistas, tanto mayores como de última generación, utilizan obsesivamente los referentes históricos ofrecidos por las últimas décadas del siglo pasado. El título de la última novela de Jaime Casas revela inequívocamente su propósito de regresar a ese pasado, pero a la vez anticipa que tal período no es un aguafuerte de nítidos contrastes.

Juvenal Vargas Antilef, conocido como el Comandante Piojo de las Coles, es un regidor socialista de la zona de Temuco que durante la época de la Unidad Popular lucha con entereza e incansable denuedo por los derechos de los campesinos mapuches. Ha sido encarcelado en un par de oportunidades como recurso de ablandamiento y castigo, pero ninguno de sus contrincantes ha conseguido doblegar su voluntad. Durante su segundo encarcelamiento, pide a Matías, un joven dirigente socialista de esos años, que escriba su historia para que sus acciones, los motivos que las provocaron y los castigos que ha sufrido como retribución no se pierdan de la memoria colectiva. De no ser así la redactaría algún abogado, un historiador o un dirigente de gobierno que la contarían "a su pinta". La novela de Casas se ofrece, pues, como un discurso marcado por la voluntad sincera de rescatar una verdad histórica que de otro modo sería deformada por interpretaciones interesadas, insuficientes o partidistas. Las experiencias de Juvenal se recortan sobre un fondo contradictorio. El peso del burocratismo oficial de la Unidad Popular -asfixiado por interminables reuniones de análisis, por disensiones ideológicas, teorías revolucionarias antagónicas y por los esfuerzos del presidente Allende para poner orden mediante la letra escrita a un mundo dominado por el caos de facciones irreconciliables que se alejan progresivamente de la autoridad central, o sea, un mundo que ha perdido contacto con la realidad histórica- se opone a los hechos concretos y a los personajes de carne y hueso que sufren las condiciones de injusticia y persecución que constituyen esa misma realidad. Verdad del documento y de la retórica frente a la dolorosa verdad real se instala como el conflicto más profundo que trasmite la representación de la época laberíntica y confusa que la novela quiere comunicarnos.

Pero Matías, el depositario del encargo de Aquiles y narrador de la historia, nos recuerda que escribe una novela, la representación imaginaria de un conflicto histórico que ha sido configurado, en este caso, a partir del referente del gobierno de la Unidad Popular como asimismo de los conflictos mapuches que se han desarrollado durante los últimos años. Matías explica a su hija Victoria, la destinataria del relato, que a pesar de que en su discurso participen figuras históricas reales, sus palabras instalan una inevitable interpretación de los acontecimientos vividos. Y como para enfatizar aún más la naturaleza imaginaria que adquieren los referentes, cierra su relato con un recurso narrativo que si por un lado recuerda con demasiada cercanía el desenlace de la popular novelaExpiación , de Ian McEwan, insiste en la virtud del lenguaje literario para rellenar con imágenes alternativas los vacíos de la memoria.

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