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Lo del cambio es ardid‏




ALFREDO JOCELYN-HOLT, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 8 DE FEBRERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/02/08/ALFREDO-JOCELYN-HOLT/CHILE-CAMBIO/1895623


EN SU libro Secretos de la Concertación, Carlos Ominami cuenta un episodio, según él decisivo: zanjó la candidatura de Bachelet el 2004. Estaban reunidos los “barones” del PS en casa de Jaime Gazmuri (Escalona, Solari, Núñez, Martner, Barrios, Insulza, Ominami) para definir un nombre de consenso. Bachelet, también invitada, se impuso luego que afirmara que Chile habría experimentado un cambio muy profundo que políticos como ellos no percibían (“Si ustedes pudieran verse en el espejo, se darían cuenta de cuán lejos están de la opinión de los ciudadanos”). Desde entonces, hace 10 años, Bachelet y, ahora, su próximo ministro de Interior y confidente, repiten lo mismo cual mantra (véase entrevista a Rodrigo Peñailillo en Qué Pasa, donde no dice nada o quizá no tiene nada que decir).
El cuento suena falso: tanto se insiste en el lobo que uno se pregunta dónde está, no vaya a ser que se aparezca de verdad, y ahí sí que al diablo con el rebaño. Cambio venimos teniendo desde mucho tiempo atrás a un ritmo que viene acelerándose hace varias décadas. Por ejemplo, veamos algo que podamos medir: el porcentaje de niños que nacen cada año fuera del matrimonio, lo que antiguamente llamábamos “huacherío”. Ya en 2001 se alcanzó la cifra emblemática del 50% (hoy debemos bordear el 70%), aunque el dato clave -el 35%- lo sabíamos en 1990; es decir, las cifras de hoy día se veían venir tan atrás como hace ¡25 años! ¿Hemos “cambiado”? No exactamente, más bien, “venimos cambiando” o, dicho en duro, “hace rato que cambiamos”, lo que no es lo mismo.
 Por supuesto a los políticos y operadores como Bachelet y Peñailillo poco o nada les importa la precisión. Si dijeran que “venimos cambiando” no sacan un voto en limpio. Y esto porque las ansias de cambio (expectativas) son siempre mayores que el cambio mismo. Aunque devienen en un problema y grave cuando los políticos se pasan la vida haciendo de ellas su caja de resonancia con eslóganes trillados (“somos el cambio”, eso es lo que les encanta vender) sin bajarse del tren de campaña. Bachelet y Piñera los peores de aquel lote.
Dicho lo anterior, ¿qué tanto ha cambiado la sociedad chilena? Hace rato que la población “envejece”, es cada vez más obesa, tiene pésimos niveles de educación, no lee (aunque analfabetismo casi ya no hay), ve la tele (a Mario Kreutzberger), vive en ciudades, es mayoritariamente de clase media (pero tan desigual en este solo segmento que la categoría apenas sirve), es individualista, consumista, endeudada, desconfiada, aterrada con la violencia (altísima al interior de la familia). Los jóvenes, segmento sobrevalorado, no son una aparición de ahora último (hablamos de “flaites” desde el 2002). Su desafección con la política lleva más de 20 años; su consumo de drogas data de muy atrás. Hay más autos, celulares, se viaja, va a cafés, se anda en bicicletas y patines, se asiste a conciertos rock; vale, pero esto no supone un cambio profundo. El mejor indicio de que no hemos cambiado es que vuelven la Concertación y Bachelet.
Los cambios en una sociedad como la nuestra se iniciaron hace 50 años y fue tal vez la dictadura la que marcó el ritmo actual, cuestión que los políticos jamás van a reconocer. Lo del cambio es ardid.

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