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El multifacético David Gallagher

Su vida ha estado siempre entre dos mundos que parecen opuestos: los libros y las finanzas. Sin embargo, para él son complementarios. Fue profesor de literatura en Oxford siendo un veinteañero; se hizo amigo de Vargas Llosa; hace más de 16 años que es columnista, pero nunca sintió vocación por ser novelista. La pregunta, entonces, es para qué escribe: "Porque me divierte escribir", dice.   

Por Sabine Drysdale retrato Sergio López I. 

Diario El Mercurio, Revista Sábado, 22/02/2014


http://diario.elmercurio.com/2014/02/22/el_sabado/_portada/noticias/F2CE42AA-BCC0-4BAA-B43B-583C9DBF64ED.htm?id={F2CE42AA-BCC0-4BAA-B43B-583C9DBF64ED}



David Gallagher está sentado en un sofá blanco, rodeado de libros, cuadros modernos y clásicos, decenas de fotos familiares -con Ricardo Lagos, con Margaret Thatcher-, en su colorido departamento de Las Condes, cuyas paredes están cubiertas de un papel mural de fondo dorado y vistosos pájaros. Un departamento ecléctico que, de alguna manera, representa lo que es él: un intelectual experto en literatura inglesa, francesa, rusa y latinoamericana, y al mismo tiempo un destacado hombre de negocios en los bancos de inversiones y miembro del directorio de la Peggy Guggenheim Collection. Un talentoso ensayista, crítico de libros y columnista, y un hábil negociador en la compra y venta de grandes compañías. Un hombre que votó por Evelyn Matthei, pero antes por Ricardo Lagos, y que usó su amplia red de contactos en Inglaterra para hacer lobby para que Pinochet regresara cuando estuvo preso en Londres. Que nació en Valparaíso, donde vivió su infancia. Que terminó sus estudios en Inglaterra y regresó a Chile a hacer fortuna. Que formó una familia multicultural -es divorciado de ecuatoriana y vuelto a casar con una chilena; y tiene dos hijas, una casada con un egipcio y la otra con un cubano-ecuatoriano-. Que por sus venas solo corre sangre inglesa, pero se considera chileno y lidera la reconstrucción de la iglesia y la plaza de Chépica, en el va lle de Colchagua, asoladas por el terremoto. Que es amante de la ópera y también del rock. Que lee a Zambra, a Gumucio y a Patricio Fernández, y los combina con Tolstoi, Cervantes y Shakespeare. Que cambia de paralelos y meridianos con la misma facilidad con que pasa del inglés al castellano, al ruso, al portugués, al francés o al italiano. En fin, un liberal.

Él lo resume así:

-Para mí significa tener la mente abierta, ser tolerante, aceptar diferencias, aceptar que el mundo es tremendamente plural, aceptar que la mujer que tengo, que los hijos que tengo, son personas que viven a su manera y no tienen que vivir a mi pinta. No querer cambiar cosas que no me corresponde cambiar.

-Pero usted votó por Evelyn Matthei, que milita en el partido más conservador del espectro. ¿Cómo se entiende eso?

Se ríe.

-Yo soy un votante muy independiente, muy atípico, quizás porque viví en Inglaterra un tramo tan largo de mi vida, y me siento menos apegado a una tribu que mucha gente en materia de voto.

-¿No pertenecer a una tribu lo salva?

-Me da libertad interior, al menos.

Su padre era el gerente de Duncan Fox, una importante empresa dedicada al comercio internacional, quien luego fue enviado a Londres. Allá, David Gallagher terminó el colegio y estudió Literatura francesa, inglesa y rusa en Oxford. Su inmersión en la literatura latinoamericana se dio cuando trabajaba como encargado de criticar los libros extranjeros en The Times Literary Supplement (TLS), la revista literaria del Times, donde sigue escribiendo. Fue en los años 60 cuando alucinó con autores como García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa, de quien más tarde se haría íntimo amigo.

-En el TLS como que "descubrimos" el boom de la literatura latinoamericana desde el mundo de habla inglesa. La novela latinoamericana casi no había existido allí, y de repente irrumpe con textos tremendamente potentes, como La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, Cien años de soledad, de García Márquez, y Rayuela, de Cortázar. En ese momento la novela europea estaba en un callejón que parecía sin salida. Samuel Beckett, que había estado escribiendo su trilogía, termina con una novela que se llama El innombrable, con un personaje que vive en un tarro de basura y que es indistinguible de la basura, que no es nada más que la conciencia de estar vivo. El postulado es: los cuentos ya se contaron y no queda más que pensar sobre los cuentos que ya se contaron.Y de repente aparece un mundo nuevo, donde las historias no se han escrito.

David Gallagher estuvo a cargo de un número especial del TLS dedicado a las letras latinoamericanas, lo que quizás influyó en que, cuando aún estaba en sus 20 años, lo contrataran como profesor de esta materia en Oxford.

-¿De dónde viene su amor por los libros?

-Mis padres eran muy lectores, pero además fui a un colegio bastante literario. La literatura te hace más propenso a analizar la vida y a analizarte a ti mismo.

-Una especie de terapia.

-Puede ser. Todas las cosas placenteras son terapia. También un instrumento de análisis, no solo de uno mismo, sino que de situaciones. Fíjate que en las escuelas de negocios en EE.UU. están enseñando cada vez más situaciones de teatro de Shakespeare. En la literatura todas las situaciones humanas existen. Es una expresión de la vida, ayuda a entender la vida. Claro, si estas leyendo novelas rosa o novelas negras, eso es literatura netamente escapista.

-¿Alguna vez quiso ser novelista?

-No. La persona que decide ser novelista tiene una vocación profunda y apasionada que yo no he tenido.

-No se consideró con talento.

-No.

Ha publicado tres libros, uno en inglés sobre literatura latinoamericana y dos -Improvisaciones y Otras improvisaciones- con las recopilaciones de sus columnas de El Mercurio, que prologó Mario Vargas Llosa.

-La editorial se lo pidió y él dijo que sí. Yo no me habría atrevido a pedirle una cosa así.

Decidió dejar la cátedra de Oxford tempranamente y empezó una promisoria carrera en la banca de inversiones como ejecutivo de Morgan Grenfell.

-¿Por qué estudia Literatura y termina metido en el mundo del dinero?

-Bueno, y ¿por qué no? Quizás si me hubiera querido encerrar en un mundo literario o escapar en una especie de torre literaria, me habría quedado ahí. A mí me gusta tener una vida más variada y también, te voy ser muy franco, me criaron con ciertas comodidades, y como profesor de Literatura no daba para eso. Fui profesor en Oxford hasta los 29 años. Cuando me estaba acercando a los 30, me pregunté: "¿Quieres hacer esto el resto de tu vida?". Veía colegas que tenían 60 y parecían estar haciendo lo mismo que yo. Además, tenía un padre que venía del mundo de la empresa; el lenguaje del mundo de la empresa era el lenguaje que yo oía en la casa, así que no era una cosa ajena para mí. Y por otro lado, en Inglaterra es bastante común que una persona que estudia una disciplina humanista, se vaya al mundo de la empresa, de la industria, de las finanzas, o lo que se sea.

-Acá es una rareza.

-Es rarísimo y es una pena, un error. Ahora, no creo que la literatura se enseñe muy bien en las universidades chilenas; por lo cual, una parte de mí entiende que el jefe de recursos humanos no tome a una persona que estudió Literatura, a diferencia de Inglaterra, donde lo tomaría sin ningún problema.

-¿Cuál es la diferencia?

-En general, la educación humanista en Inglaterra, ya sea literatura, historia, apunta a enseñarle al estudiante a pensar, a analizar, a deconstruir y conceptualizar el mundo. Yo creo que acá hay más tendencia a inculcar información. A saber cosas y eso, sobre todo en el mundo de hoy, de Google, es menos relevante.

Se vino a Chile a los 36 años a abrir las oficinas para América Latina de Morgan Grenfell, pero no duró mucho, ya que el banco decidió cerrarlas tras la crisis de los 80. Aprovechó que los mercados estaban revueltos y que los grandes bancos se retiraban de la región para quedarse y abrir su propia empresa independiente de banca de inversiones, Asset. Desde entonces que reside en Chile.

Desde 1987 escribe una columna semana por medio en la página editorial de El Mercurio, donde, con un estilo aparentemente distraído, pero con ideas e historias claras, y con un particular sentido del humor, se pasea por los libros que está leyendo, las películas que ha visto y los lugares que ha visitado, que generalmente relaciona con algún tema de interés actual, o se mete de lleno en la política: hace poco mandó a la derecha a zambullirse en las aguas gélidas del Océano Pacífico.

-Este año quiero escribir harto menos de política.

Una de sus últimas columnas, que generó un gran debate de cartas de lectores, fue una sobre sus cinco horas de espera en el Registro Civil para sacar pasaporte. La escribió a mano, sentado en una escalera. Con un aire de tragicomedia, mostraba la ineficiencia de ese servicio público sin despotricar.

-Escribirla me ayudó a pasar el tiempo. Y uno conversaba con la gente y era divertida la situación, era como insólita, había rumores de que hasta estaban prestando guaguas para pasar la cola.

-Generalmente los columnistas tratan de convencernos de algo. Usted no. ¿Qué busca con sus columnas?

-No se me ha ocurrido que pueda estar buscando algo, no creo que busque nada. La pregunta obvia, entonces, es para qué las escribo: porque me divierte escribir. Lo que sale es una reflexión de algún tipo, pero nada más, no es algo muy trascendente.

-¿Pero, qué le gusta provocar en sus lectores?

-Yo no busco provocar. Si hay algo que me molesta, lo digo; si hay algo que celebrar, lo celebro.

-¿Lee los comentarios del blog?

-A veces, pero poco, porque encuentro que hay un fenómeno en los blogs de un negativismo y una agresividad poco atractivas para mí. Es el fenómeno del encapuchado. La gente escribe en los blogs con nombres que en muchos casos no son los propios, y se atacan entre ellos también, no solo al columnista. El columnista queda perdido al tercer o cuarto comentario. Es un mundo extraño. En el TLS hay blogs que son súper eruditos, que hacen contribuciones impresionantes y hay respeto mutuo también. Yo creo que en Chile la gente ha vivido por muchos años en una estructura muy jerarquizada, de mucha deferencia. Este es un país donde tú me dices usted y yo te trato de tú. A mí me carga eso. Chile es tan jerarquizado, aplastado, que de repente se fue mucha gente al otro extremo de querer destruirlo todo, y surge este fenómeno del encapuchamiento.

-Es como un resentimiento.

-Sí. Es una venganza por quienes te aplastaron y contra ti mismo por haberte dejado aplastar.

-¿Qué responsabilidad tiene la élite en todo eso?

-Tiene una responsabilidad, sin duda, pero creo que los cambios de las relaciones sociales que se producen en los países, y que se están produciendo ahora en Chile, tienden a venir desde abajo; la presión viene de abajo. No es la élite la que pide que le dejen de decir "don no sé cuanto".

-¿Se siente cómodo en la élite chilena?

-Yo me siento muy cómodo en Chile y, en general, con todo el mundo. No soy una persona conflictiva, lo paso muy bien donde estoy.

-Es afortunado.

-Bueno, eso uno lo adquiere con la vejez.

-Usted dijo que Bachelet era como la espuma...

-Me equivoqué.

-Que su popularidad se iba a desplomar cuando volviera de Nueva York.

-Me equivoqué profundamente.

-¿Por qué?

-Porque me parecía que era imposible que tanta popularidad pudiera ser sino burbuja. El grado de popularidad me parecía excesivo. Pensé que cuando estuviera de vuelta y se viera a la persona de carne y hueso, eso iba a volver a un nivel más razonable para un político, pero no fue así. Hay un fenómeno político profundo que no está totalmente analizado. La gente se siente muy representada por Bachelet. Encuentra que expresa algo propio, la gente se identifica con ella, lo que para un político es un tremendo fenómeno. Es un tipo de liderazgo muy distinto de los carismáticos, como los que se han visto en otros países latinoamericanos, Venezuela o Argentina, porque ella no es una mujer estridente ni grandilocuente, ni habla tonteras.

David Gallagher es casado con Sara Crespo. Con ella pasa buena parte del tiempo en Chépica, en el valle de Colchagua, donde su familia tiene un campo. Entre ambos juntan cuatros hijos de matrimonios anteriores.

-¿Cómo se conocieron?

-Yo estaba saliendo de un matrimonio y ella de otro, y nos conocimos, por ahí, en Santiago -dice con una sonrisa tímida-. Hubo una química total, lo pasamos regio, somos distintos y complementarios.

-¿Por qué se embarcó en la reconstrucción de la iglesia de Chépica? ¿Es muy católico?

-No. Soy católico, pero soy divorciado, así que vivo en pecado -dice riendo-. Voy a misa en los matrimonios. A mí siempre me encantó Chépica, a lo mejor porque lo asocio con la Sarita. La iglesia no era una gran monumento internacional, qué quieres que te diga, pero era una iglesia simple, simpática. De ella quedó solo el campanario, que fue como un símbolo del terremoto. Parecía una cosa surrealista. Me dieron ganas de ayudar a reconstruir eso, y armamos una corporación de amigos de Chépica.

-El arquitecto Germán del Sol hizo un diseño de una nueva iglesia, que no fue aprobado.

-Él hizo un diseño de una iglesia totalmente distinta, contemporánea, y la gente de Chépica quería que se volviera a reconstruir su iglesia. Si se cae Dresden o Varsovia, ¿reconstruyes lo que había o haces algo nuevo? Los dos caminos son válidos. Para mí es muy importante la presencia en la vida, en los espacios, de las generaciones anteriores. Hacer tabla rasa de todo es peligroso, es perder la sabiduría del pasado. Encuentro que en un país como Chile, donde hay tan poca tradición, tan poco patrimonio, cuando hay una plaza que realmente era bonita, partir de cero y hacer algo totalmente distinto, a mí no me pareció la mejor ruta.

-En Santiago queda poco de la sabiduría de los antepasados.

-Por eso mismo hay que rescatarla. Los constructores han sido implacables, los planos reguladores han sido muy frágiles. En Santiago se ha destruido mucho.

-¿Está al día con la literatura chilena?

-No ciento por ciento, pero al día sí.

-¿Cree que Bolaño sea el último gran referente de la literatura chilena?

-Yo creo que Bolaño es un escritor; iba a decir gran escritor, pero suena como a lugar común, no sé qué significa ser gran escritor. Yo creo que tiene una forma muy original de escribir. Me gusta la forma en que de repente va un poquito, pero no mucho, más allá de la realidad. Tiene una visión del mundo en que todo está como rozando un precipicio de irrealidad, de absurdo, pero al mismo tiempo está a este lado, porque no es un escritor surrealista. Las novelas son buenísimas y los cuentos extraordinariamente buenos.

-¿Cree que se merece este boom?

-Yo creo que merece muchísima atención. Se ha instalado, cosa que no comparto, la idea de que un escritor se tiene que autoinmolar por la literatura. Está la imagen de que Bolaño prácticamente murió por la literatura. La antítesis de eso es una persona como García Márquez o Vargas Llosa, que han vivido vidas tremendamente normales siendo grandes escritores, y probablemente más importantes que Bolaño. Como murió joven y en circunstancias trágicas para la edad que tenía, se crea este culto al héroe de la literatura, un Arturo Prat de la literatura.

-Hace poco Gonzalo Contreras dijo que la literatura chilena actual no tenía olor ni color.

-A mí me interesa Zambra, está bien; Rafael Gumucio está bien; Patricio Fernández está bien. Uno no puede esperar La guerra y la paz (de Tolstoi) de todo el mundo y en todo momento. Me gusta muchísimo Arturo Fontaine, íntimo amigo mío; uno puede tener sus prejuicios, pero encuentro que La vida doble es una novela notable, muy excepcional, muy extrema en su exploración despiadada de un mundo bien siniestro.

-Sin embargo, no se desplegó con tanto éxito.

-Estoy de acuerdo. El tema del éxito, de cómo se crean las famas en la literatura, es misterioso y complejo. 

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