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Cambiar por Cristián Warnken



Diario El Mercurio, Jueves 27 de febrero de 2014

Terminan las vacaciones, y muchas decisiones de cambio se toman en estos días. Algunos deciden cambiar de trabajo, otros cambian de colegio. Muchos quieren cambiar su auto, su casa, su computador. Hay quienes quieren cambiar de look. No pocos o pocas quisieran tal vez cambiar de pareja (está de moda), o de sexo. O de AFP. En pocos días más, hay cambio de gobierno. “La vida es puro cambio”, dijo hace mucho tiempo Heráclito, “el oscuro”, que era claro como el agua de un río. Pero, ¿son los cambios de colegio, de trabajo, de auto, de pareja, de computador y de casa verdaderos cambios, o más bien operaciones maquillaje de nuestro viejo y astuto “ego” para hacernos creer que cambiamos?

“Que todo cambie para que todo siga igual”, es la frase acuñada en esa gran novela que es “El Gatopardo”. Hay personas “gatopardescas” y países “gatopardescos”, como Italia, por ejemplo, que cambian de primer ministro como quien cambia de camisa, para que al final todo siga igual. Por eso mismo, la palabra “cambio” está tan gastada, tan desprestigiada. Es una palabra comodín de los políticos y los publicistas. ¿Cómo reconocer cuándo estamos ante un cambio genuino? El verdadero cambio, cuando llega, nos quema por dentro, nos expone a un proceso de destilación, de depuración, de alquimia o metamorfosis que no tiene que ver con un simple maquillaje o una “manito de gato” para mejorar la fachada. Porque el cambio tiene que ver con la muerte, esa a la que tanto tememos, pero que está siempre actuando en nosotros desde el momento mismo que respiramos. Inspiramos y expiramos todo el santo día: la mariposa de la muerte aletea sin cesar en nuestra nariz.

Desde antiguo se habla de “cambio de piel”, eso lo aprendimos de las serpientes. Cambiar no es simplemente cambiarse de ropa, es desollarse vivo. Y por eso duele. Pero, después del dolor inevitable que conlleva el perder la piel vieja, nos visitan la alegría y el entusiasmo que están a solo unos pasos de la angustia, inevitable en cualquier cambio verdadero. Pienso en Gauguin, que fue a comprar el pan y no volvió nunca más, o en Sidarta Gautama abandonando el palacio familiar antes de convertirse en Buda, o en Rimbaud embarcándose a África. Ellos dieron saltos abruptos, ellos quemaron las naves. Pero a veces los cambios son metamorfosis más armoniosas: como la de Dafne, la muchacha que huyó del dios para convertirse en laurel.? ? Se ha dicho que nuestra época es un tiempo de cambios vertiginosos. En apariencia, sí, pero toda las agitaciones y convulsiones externas no parecen sino variaciones de lo mismo. El gran cambio que nuestro mundo necesita con urgencia es un cambio planetario de Conciencia, y esto ya no es clisé o consigna new age, pues estamos hablando de sobrevivencia, de factibilidad de seguir coexistiendo juntos. La pura política o la pura economía ya no dan el ancho para resolver los dilemas del presente del hombre sobre la tierra. Esto lo saben desde grandes personalidades (como el Dalai Lama o el Papa), hasta seres anónimos que están ya haciendo cambios radicales en sus vidas.

Los cambios más difíciles son los cambios interiores, porque requieren de mucho más coraje y más decisión que tomarse la Bastilla o asaltar el Palacio de Invierno. Estamos instalados en la gran cobardía, cooptados por la dictadura silenciosa de Lo Mismo. Y nuestra civilización se está muriendo por dentro, porque no quiere cambiar de verdad. Y para evitar los cambios están los administradores del miedo. Pero no escuchemos los cantos de sirena de los que “sentaron cabeza”, escuchemos mejor a ese gran peregrino que fue Rilke: “Desea el cambio/ Oh, sé entusiasta de la llama (...) Lo que se encierra en la permanencia ya está petrificado/ ¿es que se cree seguro al amparo del gris anodino?(...)/ Dafne, la transformada/ desde que se siente laurel quiere que tú te conviertas en viento”. ¿Quién dijo que era tarde para aprender de las serpientes y las mariposas?


Comment


Tal vez lo que ocurre
es que la natural incertidumbre
de la condición humana,
con peligros reales o no tanto,
hacen muchas veces
que la vida se estructure
en torno al temor,
lo que hace que las personas
tiendan a refugiarse
en los que les provee
una (tal vez falsa)
sensación  de seguridad.

Como lo observaba Pablo Illanes:
primero está el temor al rechazo,
después el temor al fracaso
y finalmente el temor al ocaso.

No siempre 
es fácil liberarse
de dichos temores,
pero es imperioso
si queremos ser libres,
sobre todo para hacer el bien
y contribuir a un mundo mejor,
y el amor en todas sus manifestaciones
debiera se el motor no sólo de las emociones
sino de nuestras motivaciones
para cambiar porque más importante
que hacer lo que uno quiere
es querer lo que uno hace.

Es natural que la persona 
que navega en aguas desconocidas
se sienta un poco insegura de sí misma.

Es el hombre o la mujer 
con esos aires de superioridad,
que pretenden saberlo todo, 
de los que hay que cuidarse.

Sin embargo, 
como apuntaba un poeta de la plaza,
la esperanza es un territorio 
para el que no existen mapas
y es dicha esperanza
la que nos infunde coraje.

No se puede surfear
en la seguridad
detrás de la ola,
hay que conocerla
y atreverse a deslizarse
en dicha maravilla
compleja y peligrosa
y cuando la complicación 
enturbie la mirada, dejemos
que la complejidad la enriquezca.

Leyendo a Cristián Warnken
hablando del verdadero cambio,
el que nos lleva a vivir
la esencia de lo que somos a plenitud
me volvió a la memoria
la imagen del huevo 
de Buckminster Fuller.

El embrión al comienzo 
tiene todo lo que necesita 
al interior del huevo:
seguridad, alimento, calor. 

A medida que crece el pollo
los recursos se van agotando,
el espacio se hace estrecho
hasta que llega un punto
en que la situación
se hace insostenible.

En su desesperación,
cuando pareciera
que todo está perdido,
comienza a picotear
el borde interno
de la cáscara,
hasta que ésta se fractura.

Es la eclosión del huevo,
el nacimiento a un nuevo mundo,
lleno de posibilidades y peligros
-la vulnerabilidad y al mismo tiempo
la inmersión en un espacio más complejo,
abierto a lo desconocido: al riesgo, a la aventura, 
tal vez hacia un sentido y una misión…

El temor al cambio
tiene que ver siempre
con las inseguridades propias
y los administradores del miedo
no son siempre conservadores
o los dueños del poder y el capital.

También está el prurito
de cambiar por cambiar,
lo que no siempre es bueno
si no es para mejor.

Por supuesto que hay mucho
que cambiar, sobre todo 
con y en uno mismo.

Luchar contra la comodidad
y no confundir la prudencia
con lo timorato, ni la valentía
con la temeridad irresponsable.

Saber qué es lo que es bueno
conservar, tanto en la naturaleza,
como en nuestra sociedad,
para permitir la renovación,
sin olvidar o menospreciar
lo que provee de cierta necesaria
estabilidad que permita
el crecimiento hacia la plenitud.

Por lo demás
el amedrentamiento puede venir
de muchos que quieren cambios
como sea, pasando a llevar
los derechos de otros
para allegar aguas a su propio molino:
a río revuelto ganancia de pe(s)cadores.

Al final uno siempre vuelve a San Agustín:

Señor, concédeme serenidad 
para aceptar las cosas que no puedo cambiar, 
valor para cambiar las cosas que sí puedo 
y sabiduría para reconocer la diferencia.

1 comentario:

  1. Además del miedo en sí, hay otras cosas que dificultan mucho los cambios. Son claves en esto sentimientos como el orgullo, carencia de auto-crítica, miedo de aceptarse a uno mismo y a los demás que te puedes equivocar y deber pensar/hacer las cosas de nuevo, como si equivocarse o aprender fuera un pecado, una degradación y humillación.
    El miedo a reconocer las propias carencias, errores o caminos es el mayor engaño que te puedes hacer como persona. No aceptar que puedes intentar cambiar y darte cuenta el porqué de esa necesidad es simplemente evitarlo por el hecho de sentir que tus propias imperfecciones son motivo de sentirse menos hombre, más pequeño, más insignificante... Es ese miedo y nefasta idea lo que da origen a la aversión a los cambios positivos y evolución del ser humano, a la envidia, a la insana competencia y al resentimiento.

    Cristián Warnken
    como "Guest" o autor del artículo; comentario en el blog:
    http://www.elmercurio.com/blogs/2014/02/27/19805/Cambiar.aspx

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