WELCOME TO YOUR BLOG...!!!.YOU ARE N°

Una falacia argumentativa y una insensatez política, planteada como opinión plausible.‏



Columnistas

¿Ceder frente a Perú y Bolivia?

Carlos Peña
Diario El Mercurio, Domingo 16 de febrero de 2014

"La idea de que las fronteras son al país como los miembros del cuerpo a la identidad personal es una tontería que convendría ir abandonando. Y, así, quizá la política de cuerdas separadas que llevó adelante Piñera no sea del todo insensata..."


¿Tiene sentido mantener un conflicto con Perú, o con Bolivia, a propósito de las fronteras?

La principal razón para mantenerlo -se dirá- es que esas fronteras están indisolublemente atadas a nuestra identidad.

Como sugiere Góngora, en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX , la nación chilena se configuró al compás de la guerra, entre ellas la del Pacífico. Y esa configuración no fue solo simbólica. La guerra por las fronteras estimuló la migración (las masas alistadas en el Ejército casi no volvieron a sus lugares de origen); racionalizó y burocratizó al Ejército (y por esa vía al Estado), y generalizó la idea de que Chile era una comunidad atada a un territorio y unida por la sangre (si no la sangre de los ascendientes, sí, en cambio, la derramada).

Y es probable que una de las ventajas de Chile respecto del resto de la región derive de esos hechos.

Los mayores grados de institucionalidad, la temprana modernización del Ejército, el más intenso respeto por las reglas y la más rápida consolidación del Estado, y también de la Iglesia, pueden estar vinculados a ese fenómeno. La guerra por las fronteras galvanizó un sentido de comunidad y ordenó retrospectivamente la historia: todo lo acontecido comenzó a leerse entonces como si le hubiera ocurrido a un solo sujeto: la nación chilena.

Si ahora -podría concluirse- después de un siglo, el Estado de Chile se mostrara flojo o renuente a la hora de defender esas fronteras; si con el pretexto de que lo que queda en disputa luego del Fallo de La Haya no es más que un retazo, se le abandonara; si en virtud de la hermandad latinoamericana se cediera frente a Bolivia, ¿acaso ello no equivaldría a negar esa historia en torno a la cual la identidad colectiva se construyó?

Esos argumentos parecen fuertes. Casi indesmentibles.

Pero no lo son.

Porque lo que ocurre es que hoy día la idea de identidad nacional se ha modificado muy radicalmente.

Dos fenómenos han contribuido a ello.

Desde luego, hay un renacer de la memoria. Y ocurre que, según observa Renan, el olvido y el error histórico son factores esenciales en el surgimiento de una nación. De ahí que cuando los países recuerdan de veras su pasado, como ha ocurrido con los pueblos originarios en Chile, la idea de nación se deteriora. Detrás de los símbolos de la nacionalidad que la guerra alimentó y oculta tras los relatos que la historiografía del diecinueve esparció, estaba la conciencia de la pluralidad étnica y cultural. La nación, con su idea de territorio y de unidad de sangre, no era una, sino muchas. Cuando los pueblos originarios demandaron el reconocimiento (uno de los fenómenos políticos más relevantes del último tiempo al que, sin embargo, se le ha prestado poca atención) la idea de nación como una comunidad homogénea, que hunde sus raíces en la historia y se desempeña uniformemente en ella comenzó a perder buena parte de su fuerza simbólica.

Sumado a lo anterior, y estrechamente relacionado con él, se encuentra la expansión del mercado y de la técnica.

El intercambio comercial y la técnica han hecho más por borrar las fronteras que cualquier ofensiva guerrera, y más por construir vínculos entre los países que cualquier iniciativa ideológica o sueño utópico. Por supuesto, sería una ilusión creer que la economía global será seguida por una identidad igualmente global, por un cosmopolitismo que borre todas las identidades (sobre la imposibilidad de que esto ocurra, Carl Schmitt escribió páginas notables); pero no cabe duda de que el fenómeno transforma en un anacronismo la reducción del sentimiento nacional y de la propia identidad a la defensa irrestricta del territorio y de los límites.

En otras palabras, la idea de que las fronteras son al país como los miembros del cuerpo a la propia identidad personal es una tontería que convendría ir abandonando.

Y, así, quizá la política de cuerdas separadas que llevó adelante Piñera no sea del todo insensata. Y la voluntad de negociar con Bolivia que debiera tener Bachelet tampoco.

Después de todo, ambas serían un reconocimiento a los procesos por los que atraviesa hoy día la nación: cuando mira al pasado guerrero, ella se aferra a los límites como a un fetiche; cuando se detiene en el presente, sabe que ellos ya no son lo que fueron, ni valen lo que valieron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS