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El alma dividida

POR HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 22 DE FEBRERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/02/22/HECTOR-SOTO/EL-ALMA-DIVIDIDA/People protest against (9816720)



En la Nueva Mayoría la experiencia del chavismo inspira muchas dudas. Pero también grandes adhesiones y simpatías. El fenómeno no es para nada extraño en los gobiernos de coalición, donde no todos piensan igual. El problema, eso sí, se vuelve complicado de manejar cuando las divergencias son sobre valores y principios fundamentales de la acción política.
LA VELOCIDAD a la que se está radicalizando la escena política venezolana es uno de esos fenómenos que generan incomodidad en la Nueva Mayoría. Dado que conviven en el bloque fuerzas políticas, como la DC, cuyas simpatías están abiertamente con la oposición al gobierno de Nicolás Maduro con colectividades como el PC o el MAS que son resueltamente chavistas, no va a ser fácil para los próximos responsables de la política exterior chilena adoptar posiciones de fondo que logren ir más allá de las gárgaras de la diplomacia o de invocaciones retóricas a los principios de la democracia y la autodeterminación de los pueblos.
Hasta ahora, las respuestas que se han dado a problemas como este ha sido que, más allá de las divergencias internas de la coalición en esta u otra materia, lo importante es el programa del futuro gobierno y que existiendo acuerdo en torno a él todo lo demás es anecdótico o accesorio.
La verdad, sin embargo, es que lo que está ocurriendo en Venezuela no figura en ningún programa y está muy lejos de ser un episodio intercambiable. En Venezuela están en juego cuestiones muy de fondo y, quiéranlo o no las nuevas autoridades, llegará el momento en que el futuro gobierno deberá optar entre reconocerlas y afrontarlas o bien hacerse el leso, escondiendo la cabeza lo que más pueda. La primera es la opción que ha tomado el gobierno de Sebastián Piñera, al exhortar al gobierno del Presidente Maduro a respetar los derechos humanos y al reivindicar sin subterfugios la legitimidad de los movimientos ciudadanos de protesta. La segunda es la estrategia que siguieron, como era de esperar, los países de la trenza del Alba, con la señalada complicidad de Brasil y Argentina.
La “democracia” chavista
Como en todas las definiciones de la política, aquí hay argumentos para todo. La mirada prochavista descansa en una falsificación tan feble como persistente cuando asegura que Venezuela tiene una democracia. Y es cosa de analizar un poco las estructuras de poder vigentes allá para convenir que la República Bolivariana puede ser cualquier cosa, menos una democracia, por mucho que originalmente se haya levantado a través de sucesivos procesos electorales que le fueron entregando un manto de legitimidad al régimen.
Pero si Venezuela es una democracia, vaya que es distinta de lo que se entiende por tal en la ciencia política y en el mundo civilizado. Abundan los pañuelos rojos, pero no hay división de poderes. El Ejecutivo controla tanto al Poder Legislativo como al Judicial. Las Fuerzas Armadas están politizadas desde hace años. Operan de facto o con fuerte opacidad grupos armados por el régimen y que son parte de los cuadros de control político sobre la población. El gobierno tiene un peso incontrarrestable en la economía y la sociedad. Hace ya mucho tiempo que las elecciones dejaron de realizarse en condiciones de mínima paridad. El gobierno central terminó asfixiando los pocos centros de poder local que la institucionalidad federal contemplaba. La libertad de expresión vive momentos difíciles y los pocos medios independientes que sobreviven ya están en franca agonía. Venezuela tiene el curioso y dudoso privilegio de representar un caso bastante anómalo de captura de un estado soberano por parte gobierno extranjero no por guerra y tampoco por invasión sino por pura seducción ideológica.No es ningún misterio que los cargos estratégicos del aparato estatal y los sistemas públicos de información, el servicio de identificación y los registros incluso de la propiedad, además de numerosos sistemas de control político, están en manos o son digitados por agentes cubanos. Así las cosas, ya no quedan en Venezuela espacios en los cuales la ciudadanía que no se siente interpretada por el chavismo pueda manifestarse o invocar derechos ciudadanos mínimos. De eso -en el contexto de una economía en ruinas, además- es de lo que están dando cuenta los últimos acontecimientos. Cuando ya no quedan recursos antes los tribunales, cuando los medios de comunicación carecen de independencia,  cuando la defensoría del pueblo claudica y se suma al discurso poder, lo único que le resta a la sociedad civil es salir a protestar a las calles. A quemar sus últimas reservas de integridad antes de sumergirse en el sombrío vasallaje del estado totalitario.
La crítica que no se hizo
Aunque un sector de la izquierda chilena -como quedó claro sobre todo en tiempos del Presidente Lagos- fue capaz de hacer un corte frontal con los brotes neoestalinistas que presentó la revolución chavista, hay otros sectores incluso dentro del PS que nunca dieron ese paso y que tienen el corazón dividido o no tan dividido a este respecto. Y no se diría que están aislados. Al contrario, la recuperación del alma autoflagelante de la vieja Concertación y el oxígeno entre anarco y bolchevique proveniente de los grupos más extremos del movimiento estudiantil los han revitalizado.
Entre dimes y diretes, la izquierda chilena dejó pasar la ocasión de desmarcarse de versiones espurias del progresismo latinoamericano, en las cuales el aprecio al sistema democrático es más bien bajo en relación al desbordante entusiasmo que inspira el populismo de corte autoritario cuando el castrismo puro y duro. Si alguien tenía autoridad para hacer una crítica frontal a estas desviaciones, por ser una fuerza de izquierda y de probada legitimidad democrática, esa era la Concertación. Pues bien, no quiso o no pudo hacerlo como bloque. Más improbable aun es que consiga hacerlo como Nueva Mayoría.
Por lo mismo, porque la casa está dividida y porque las divergencias internas fueron en el pasado la mejor excusa para el inmovilismo y los empates, nadie debería hacerse muchas ilusiones respecto del papel que el futuro gobierno de la Presidenta Bachelet pueda jugar respecto del drama de Venezuela. En este tema no ya las divergencias sino las dudas y las grietas pueden ser muy sinuosas. Fue Michelle Bachelet, al fin y al cabo, quien hizo el papelón el año 2009 fugándose a pasitos cortos, como de jilguero, de un acto en La Habana para correr a una entrevista con Fidel Castro, después de la cual el venerable santón de la revolución cubana le propinó un golpe no sólo descomedido sino también injustificado, en la forma de una columna que apoyaba incondicionalmente las aspiraciones marítimas bolivianas. ¿Qué necesidad tenía Chile por entonces -que no fuera la inflamada emoción izquierdista de la Presidenta ante el encuentro- de acudir a la isla a esa humillante entrevista y a ese penoso besamanos? Qué duda cabe que el episodio dejó desencantos y lecciones.
Respecto de las lecciones, sin embargo, lo importante no es el momento en que se imparten. Lo que cuenta es el momento en que se aprenden. Y eso es lo que en este caso está por verse. 

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