por Liberty Valance
Diario El Mercurio, Revista Sábado,
31 de Diciembre de 2011
A tan pocas horas del otro año, voy y hojeo el libro "El Chile que se viene" de varios autores jóvenes. Un texto recopilado por Ricardo Lagos y Óscar Landerretche, con el subtítulo de "Ideas, miradas, perspectivas y sueños para el 2030".
El libro me recordó otro libro, no por el contenido, porque es distinto el análisis, la perspectiva y el tono ideológico, pero el título es casi idénticamente igual: "El Chile que viene", lanzado el 2008, una obra del entusiasta abogado Axel Kayser, que fue publicada por la editorial Maye, de Alfonso Márquez de la Plata, que por otro libro ha estado muy de moda y entre los rankings de unas semanas a esta parte.
La lectura que viene se me sumó con las que aún no termino de leer, porque todavía no acabo de empezar.
Se trata de otro libro colectivo, lanzado el 10 de agosto del 2009, por una reunión editorial del Instituto de Políticas Públicas Expansiva de la Universidad Diego Portales y el CEP, dos instituciones enamoradas del tema.
Título: "El Chile que viene".
Subtítulo bien largo, como es natural: "De dónde venimos, dónde estamos y a dónde vamos".
En esta fecha tan precisa y marcada, Año Nuevo, es cosa de mirarse al espejo para saber dónde uno está parado: un lugar impreciso que se mueve en el tiempo y el espacio.
Los autores y editores de los libros anteriores se miran al espejo con otros propósitos y ven cosas que sólo ellos ven.
Algunos, incluso, han descubierto una aureola a su alrededor.
Es gente con bolas de cristal que vislumbra el futuro.
Son personas adelantadas que les encanta hablar de lo que viene.
"El Chile que viene. De dónde venimos, dónde estamos y a dónde vamos" y "El Chile que se viene. Ideas, miradas, perspectivas y sueños para el 2030".
Los editores que saben del tema dicen que los libros más aburridos del mundo son los que llevan subtítulos extensos.
Es algo que no nos consta, porque nunca hemos leído ni uno.
Antes de hablar de dónde vamos, lo mejor es descubrir de dónde venimos.
Desde lo más antiguo, es decir: el origen del nombre de Chile.
Según don Ricardo Latcham de los indios mitimaes, que fueron cautivos por los incas, y llegaron al lugar, sin olvidar que en su tierra natal había un río llamado Chile.
El abate Molina dice es que por un pajarito amarillo, denominado "chih" o "trih" por los araucanos.
Don Diego Rosales dice otra cosa: era el nombre de un cacique araucano.
Y el cronista Gerónimo de Vivar entrega su versión:
"Decíanle los indios a don Diego de Almagro, que eran unos indios que habían traído del Perú, que hacía en este valle Anchanchir, que quiere decir 'gran frío'. Quedóle al valle el nombre de Chire. Corrompido el vocablo le llaman Chile, y de este apellido tomó la gobernación y el reino el nombre que tiene, que se dice Chile."
La conclusión es maciza, como los Andes: si no sabemos de dónde venimos, menos vamos a saber para dónde vamos.
La única manera de saber lo que viene es conseguirse un piano, un pianista negro y pedir con humildad lo mismo de todos los años: "Tócala de nuevo, Sam".
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