Para ello, tenemos que remontarnos
a épocas muy pretéritas, del año 1958
hacia atrás, o a lo sumo el verano de 1959.
Estamos hablando de más de medio siglo
con la dificultad agregada que cuesta
fijar los acontecimientos sin tener
como referente la plantilla ordenadora
que dan los grados y agendas escolares.
En mi caso, tengo recuerdos
de mi casa de Los Leones,
casi al llegar a Providencia,
sobre todo el período en que
la Navidad se aproximaba.
Los veranos de mi infancia
están asociados a Viña del Mar,
Caleta Abarca, Reñaca,
la calle Valparaíso... Valparaíso mismo...
No pasé por el Kindergarten,
pero la 'señorita Ika'
una señora muy canosa y bondadosa,
me enseñó las primeras letras,
y algo más, porque recuerdo
un ábaco y algo parecido
a un reloj de juguete de madera
con sus punteros de madera
para enseñar a ver la hora.
Eduardo Donoso y Rodrigo Rojas
contaron hace poco más de una
década de sus experiencias pre-escolares.
Lalín:
«Yo pasé por Kinder
antes de entrar al colegio;
un kinder de barrio,
tan bueno como el mejor del centro.
Debe haber estado en el sector Lyon
o Suecia con Capitán Orella
u otra calle cercana a ese barrio
donde vivimos más o menos
hasta tercera preparatoria.
Se llamaba Melrose School
(probablemente seguía como colegio
después del kinder),
donde entré de 4 años.
Mira la memoria.
Me acuerdo poco del kinder,
pero sí de todo el primer año
en el Saint George.
Entré, todavía de 4 años,
por cumplir 5 (en abril del 59).
Yo era más o menos
un año menor que el resto.
Debo haber sido muy ladilla
en la casa, por lo que me mandaron
al kinder y muy luego al colegio.
De primera, me acuerdo casi de todo,
de compañeros que no siguieron,
como el guatón Johnson,
de quien era muy amigo.
También eran de mi curso
Jorge Bande, quien casi siempre
obtenía el primer puesto,
de Raúl Williams, de Ricky Villaseca,
de Ñurdo Ortúzar, de quien
me hice amigo el primer día de clases
y hasta hoy somos como hermanos, etc.
Guardé las libretas de notas,
esas forradas en género
que se llenaban de estrellitas.
Mis viejos las guardaron
y yo las heredé.
Por ahí deben estar
en alguna caja con recuerdos
en el entretecho.
Me voy a preocupar de desempolvarlas.
En otra caja de cachureos, hace poco,
encontré la insignia en formato de barra
del "Honor Roll". Debe ser robada,
porque creo que había que devolverlas.
Obviamente, ya no lo pienso hacer.
Nuestra sala de clases en la Casa de las Primeras,
la Primera D con la Miss Lucía, fue la misma
que en 1970 terminó siendo el fumadero y club
de los Seniors que funcionó en el primer semestre
de ese año hasta que nos cambiamos
a la Pirámide y egresamos.
Por esas cosas del destino,
donde empezamos, terminamos.
Hasta otra...
Lalín
---
Y ahora la de Rodrigo:
Antes de entrar al colegio
yo viví tres años en Antofagasta.
Por razones laborales
mi padre se trasladó con la family
hasta dicha nortina ciudad.
Estuve aceptado para ingresar
al Kindergarten 'Colo Colo'
en Antofagasta, cuando
nos volvimos a Santiago.
Ya en Santiago, mis padres
a 'un kindergarten de barrio
tan bueno como el mejor del centro'.
El 'Arrow School' cuyo logo
era un Guillermo Tell
-medio después del choque-
con una manzana roja
atravesada por la flecha
del Arrow School en la cabeza.
Estaba ubicado en Suecia pasado Bilbao.
Era mixto como los kinders de hoy
y ahí fui contanstemente asediado (acosado)
por la "Perencha", una coqueta
y buenamoza niñita un poco mayor que yo.
A esa edad uno está en otra, por lo que
el haber entrado a primera en el colegio
-un colegio de puros hombres-
resultó un gran alivio.
---
Algo más del colegio, ahora
de una anécdota ocurrida
un par de años después que nos salimos
(también relatada por Rodrigo,
cuya madre fue secretaria del Saint George
a fines de los sesenta y comienzos de los setenta).
"Mi mamá siempre cuenta
entre sus anécdotas georgianas
como forma de graficar el 'despelote'
que ella consideraba había existido
desde siempre en el colegio,
mirado por supuesto desde
una óptica muy 'germana',
algo natural dada su ascendencia.
Una tarde invierno se abre
en forma brusca la puerta
de la oficina de partes del colegio
y mi mamá ve aparecer en el umbral
a un individuo absolutamente fuera de sí.
Gesticulando al viento y cubierto
de pies a cabeza con una sustancia blanca
Mi madre se para prontamente de su escritorio
para socorrerlo y reconociéndolo le pregunta:
"Pero por Dios, qué te pasó Pedro".
Pedro Olivares, el sujeto súbitamente
convertido en empolvado chileno,
rompe en sollozos y le cuenta
que en uno de los cursos
de castellano que dictaba,
le habían preparado una trampa,
colocando un saco de harina sobre la puerta,
de modo que cuando Olivares hizo
su ingreso a la sala, quedó como ratón de panadería.
Dicho esto, dio media vuelta y se fue,
perdiéndose en lontananza,
esta vez enfiló hacia el cerro La Pirámide.
Era bastante más largo el camino a casa."
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