En tiempos de desorientación y cambio,
de una sensación de fin de la civilización,
y del creciente sentido de la común tragedia global.
En momentos en que pareciera
que vivimos en un mundo
perdido, confundido y maltrecho
donde los estragos causados
por la desnaturalización del ser humano,
capturada por la ambición de unos,
la corrupción de otros, la estupidez de tantos,
la debilidad de todos...
En circunstancias en que es promovida sin límite
la idiotización de los masas por los medios,
junto con la avasalladora y obsesiva compulsión
por imponer intereses y agendas de todo tipo
-incluyendo las ideológicas de diverso signo-
mientras se desarticula el núcleo familiar
y se procede sistemáticamente
a la desintegración del tejido social,
desdibujando el sentido de la existencia
y borrando todo cimiento que provea
de una mínima estabilidad,
condición necesaria para construir,
más aún una civilización,
la cual ignora por completo
la trama de la vida que la sustenta.
Son los tiempos para reflexionar,
para integrar las diversas variables
que nos han llevado a este estado de cosas,
para valorar la libertad indisolublemente
ligada a la responsabilidad;
conjugando respeto por todos
y valoración de cada uno,
sino que ello signifique
que determinados derechos invocados,
condicionen y pretendan voluntariosa
y avasalladoramente borrar
toda rasgo reconocible
de nuestra verdadera esencia,
impidiéndonos caminar hacia el bien.
El Hombre, sin distinción
de género, raza o condición,
tiene instalada en su alma
una insaciable sed de infinito,
jamás quedará satisfecho con
lo que los vociferantes pretenden imponer
-lo que de paso nos llevará a la autoaniquilación-
por eso es, más que nunca necesario,
volver a la fe, levantando la vista
para contemplar al único Maestro,
el que dulcemente y amorosamente nos anima
con su paz, entrega, sencillez y misericordia
en su cada vez más necesario
y consolador Sermón de la Montaña...
Kipling
En estos tiempos de desorientación y cambio, quizá ayude mirar al pasado no tan lejano... Entre las guerras mundiales, por ejemplo, los escritores fueron importantes en la vida social y política inglesa. H. G. Wells, G. B. Shaw y Winston Churchill tuvieron actuaciones significativas. Sin embargo, su verdadera importancia estuvo en cómo reflejaron la situación. En Huxley, por ejemplo, hay un convencimiento del fin de la civilización. Joyce no sólo expresó un conflicto entre la vieja y la nueva novela, o el febril experimentalismo estético en boga. Ulises muestra el creciente sentido de la común tragedia occidental. T. S. Eliot cantará la idea de un continente perdido, confundido y maltrecho en The Waste Land, donde los estragos del modernismo han desdibujado el sentido de la existencia.
Pero de todos los grandes escritores del siglo XIX, quizá ninguno dio inicio al XX con mayor popularidad e influencia que Rudyard Kipling (1865-1936). Empeñado en reconstruir la historia inglesa y cantar las glorias del Imperio, fue el primero en utilizar las máquinas como objeto poético, adelantándose al modernismo literario. “Lo romántico está en el presente y no en el pasado”, dijo. Sumado al “descubrimiento” de la India, en The Jungle Books y Kim plasmó el espíritu de la agónica Inglaterra victoriana. La “Ley de la selva” del primero de esos libros, contiene en esencia todo su grandioso espíritu. Pero tras la Primera Guerra, Kipling ensombreció. De hecho, no escribió más hasta su muerte en 1936.
B.B. COOPER
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