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Razones para vivir



Diario La Segunda 09/01/2015
No sé si viene ahora un “boom” del cine latinoamericano. 
No me parece tan fácil: las condiciones son diferentes y hay feroz competencia de otras regiones. 
Vemos películas uruguayas, chilenas, argentinas, mexicanas, entre muchas otras de nuestro mundo, pero también salen grandes producciones de Turquía, de la India, de Irán, de Japón, además de los productores de siempre. 
En resumen, hay un cine de todas partes, para escoger, y de repente una obra sobre la fenecida Alemania Oriental, o sobre la Polonia de los años del comunismo, nos sorprende y nos sobrecoge. 
Uno llega a sentir que el lenguaje del cine ha reemplazado al de la novela, pero esto es una verdad a medias, una no verdad. 
La novela evoluciona y asimila elementos de la crónica, la historia, el reportaje de periódico. 
El cine sigue caminos igualmente libres, pero divergentes.
Escribo después de haber visto Mr. Kaplan hace menos de 24 horas. 
Vi Mr. Kaplan en buena compañía, ayer en la noche; comimos un par de tapas y un vaso de vino de la Rioja en “Manolo”, el lugar donde Rafael Alberti, Neruda, Cernuda, Federico García Lorca hacían lo mismo en la década de los treinta, un poco antes de la guerra; dormí con interrupciones de reflexión, con imágenes mezcladas, y trato ahora de explicar y de sintetizar. 
Álvaro Brechner, el director y guionista, hizo antes, como dicen los folletos, una película basada en un cuento de Juan Carlos Onetti. 
Es un buen antecedente, una indicación de que el vigor narrativo de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, de los inicios del llamado “boom”, tiende a expresarse ahora en el cine y quizá, también, en el teatro. 
Se diría que Onetti es uno de los autores recientes que sobreviven mejor, con mayor frescura, con un lado sugerente, enigmático, que no se gasta. 
Uruguay, con sus millones de habitantes contados en los dedos de una sola mano, da futbolistas y personajes de la política, pero también, y desde hace mucho, poetas, ensayistas, narradores, pintores. 
¿Por qué no directores de cine? 
Mr. Kaplan es una película interesante, divertida, cómica, tierna, con elementos de aventura burlona, de historia trágica del siglo XX, de patología senil, que toca de cerca el Alzheimer, y de lucha patética, y al final, con todas las reservas del caso, victoriosa, por la salud.
Jacobo Kaplan, quien ha escapado de la guerra europea y del nazismo y que entra, en su Montevideo de adopción, en una especie de demencia senil más bien benigna, con altibajos, con fuertes intervalos de lucidez, no encuentra nada mejor que seguir a un probable ex criminal de guerra alemán, con la ayuda casi perfectamente ineficaz de un policía retirado, y con el fin de entregarlo a la justicia de Israel, a la manera de lo que se hizo en el célebre caso de Adolf Eichmann. 
La actuación de nuestro conocido Héctor Noguera es impecable, en muchos momentos magistral. 
Alcanza una síntesis única de comicidad y de emoción afectuosa. 
Es el equivalente nuestro, del sur, de la síntesis cómico-sentimental de un Carlos Chaplin o de un Buster Keaton. 
En este sentido, es un cine de hoy, pero lleno de parodia, de guiños al cine del pasado. 
Por una parte asoma Chaplin, por otra la comedia italiana, por otra El padrino; esto es, Italia en América, la pequeña Italia.
Enrique Lihn decía que no le gustaban las novelas del “boom” porque se podían contar por teléfono. 
Ya he contado bastante y no voy a seguir contando la película de Brechner y de Héctor Noguera. 
Y no sé cómo se podría contar, por ejemplo, Rayuela de Julio Cortazar, o El astillero de Onetti. 
Pero la arbitrariedad de los poetas, como la de Lihn, es siempre válida, interesante.
 Interpreto la película de Brechner como lucha por la vida, como una búsqueda de razones para vivir en la vejez, en la monotonía, en una forma de exilio. 
Mr. Kaplan es el invento de una acción, de una persecución, de un objetivo, que permiten justificar la existencia. 
El escenario de fondo, simpático, no desprovisto de belleza, de cielos, playas, oleajes bonitos, de chiringuitos endebles, de edificios un poco anticuados, es un Montevideo que he conocido en diversas etapas de su historia moderna. 
Para mi gusto, Uruguay es un país que ha producido novelistas breves notables, como Feliberto Hernández, como Juan Carlos Onetti, y que ahora podría entrar en una cinematografía sólida, de indudable interés, con las proporciones, la discreción, la ironía que corresponden, pero con una capacidad de superación, de ir más allá. 
Pues bien, creo que en esta noción de ir más allá hay que tomar en cuenta el tema central del lenguaje. 
El diálogo de la película está bien ajustado, con chispazos de calidad, pero siempre tengo dificultades para entender la lengua de los actores latinoamericanos.
 Recuerdo una experiencia de miembro del jurado del Festival de Cine de San Sebastián. 
La película chilena Taxi para tres sólo fue votada por los miembros extranjeros que la vieron en versión original subtitulada. 
Héctor Noguera y Néstor Guzzini son mucho mejores en materia de dicción. 
Sin embargo, creo que intentar seguir el lenguaje local en su dicción real, cotidiana, callejera, es un error. 
Hay que hacer una creación a partir del lenguaje hablado, no una imitación.
 Noguera y Guzzini hacen una creación de lenguaje, pero quizá podrían hacer una verdadera invención, sin el menor complejo. 
Por mi lado, me propongo seguir el cine de ahora más de cerca, aparte de leer poesía cada vez que pueda. 
Y buscaré unas obras de teatro que escribí en mi adolescencia y que están enterradas en unas cajas de cartón, en un subterráneo húmedo del centro de Santiago. 
Si los ratones se las han comido, es probable que tuvieran razón los ratones.
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