Drogas, la falsa analogía
por Joaquín Fernandois
Diario El Mercurio, Martes 06 de enero de 2015
"Es lo que han propuesto un grupo de ex Presidentes latinoamericanos -Ricardo Lagos entre ellos-, ninguno caracterizado por la demagogia ni por recomendaciones fáciles o altisonantes, achaque desde siempre esparcido en la región..."
No cabe duda de que en la guerra contra las drogas se pierden posiciones día a día. La inseguridad y violencia que ahora campean se relacionan en no pequeña medida con ella. Por ello es que crece la presión, que puede llegar a ser incontenible, por buscar un camino alternativo.
Es lo que han propuesto un grupo de ex Presidentes latinoamericanos -Ricardo Lagos entre ellos-, ninguno caracterizado por la demagogia ni por recomendaciones fáciles o altisonantes, achaque desde siempre esparcido en la región. Recientemente se les ha agregado un destacado economista de estos pagos. Entregan el peso de su nombre a la idea ya preparada y discutida de que legalizando algunas drogas, sobre todo la marihuana, podría descomprimirse la violencia al sustraer el negocio de las manos del narcotráfico. En algunos lugares se ha intentado, como en ciertas partes de Holanda, algunos estados de EE.UU. o en el Uruguay de ese genial showman de José Mujica. Hay que mirar con lupa lo que allí sucede.
Frente a la euforia por esta posibilidad, restan dos dudas demasiado grandes. Una es que las voces médicas estiman que la marihuana es dañina en un plazo relativamente breve, amén de que podría ser natural puerta de entrada a drogas más potentes. La otra es que el narcotráfico obviamente se dirigiría a donde ya lo hace, solo que con más intensidad: las drogas duras y sucias. Y si se permite el consumo legal bajo prescripción médica de todas las drogas a los adultos, será irresistible la presión del narcotráfico por hacerse de consumidores adolescentes e infantiles, acechando a la salida de los establecimientos educacionales, por muy públicos, gratuitos y de calidad que fuesen.
La propuesta de legalización descansa sobre lo que creo son falsas analogías. Primero, que no sería mucho más que el consumo de tabaco. Este sin embargo solo es dañino en el transcurso de una vida (no fumo), aunque sí con serias consecuencias. Si se lo abandona a edad razonable, puede dejar huellas apenas perceptibles, casi inocentes. La droga, en cambio, arroja a un espiral sin control, autodestructivo.
La segunda analogía es la del alcohol, sobre todo con los efectos contraproducentes del caso más famoso, la Prohibición en EE.UU. en los años 20 del siglo pasado, que incrementó las filas y el volumen de "negocios" del crimen organizado, y quizás nunca se bebió tanto como en aquellos años. Aunque habría que ver qué sucede en la actualidad en los países islámicos, por supuesto que uno considera esa medida muy norteamericana como una calamidad tanto por gusto personal como porque pasa por alto lo fundamental: que ingerir alcohol la mayor parte de las veces pasa a ser un consumo controlado e incluso se transfigura en un bien cultural. Por algo lo de la consagración del pan y del vino, entre otras manifestaciones. Nada de ello pasa con las drogas. Es de sospechar que, como lo han afirmado muchos especialistas, con su legalización y legitimidad sencillamente tengamos todavía más drogadictos.
Tras la permisividad hacia las drogas yace un argumento al que no se le desconoce su valor: que la ebriedad acotada y controlada, con sutil veta de espiritualidad, constituye una experiencia fundamental que sublima la vida: como aquella que se descubre en el amor en sus diversas manifestaciones, en el misticismo, en el arte, a veces en la conjunción del pan y el vino, en la re-experiencia de momentos excelsos del pasado, como aludía Proust, etc. Pero lo que llamamos drogas, más un frenesí que un rito, no permite esa sublimación, no en la experiencia real que hemos tenido, aunque reconozco que las cosas tal como van ofrecen un horizonte cada vez más oscuro.
Es lo que han propuesto un grupo de ex Presidentes latinoamericanos -Ricardo Lagos entre ellos-, ninguno caracterizado por la demagogia ni por recomendaciones fáciles o altisonantes, achaque desde siempre esparcido en la región. Recientemente se les ha agregado un destacado economista de estos pagos. Entregan el peso de su nombre a la idea ya preparada y discutida de que legalizando algunas drogas, sobre todo la marihuana, podría descomprimirse la violencia al sustraer el negocio de las manos del narcotráfico. En algunos lugares se ha intentado, como en ciertas partes de Holanda, algunos estados de EE.UU. o en el Uruguay de ese genial showman de José Mujica. Hay que mirar con lupa lo que allí sucede.
Frente a la euforia por esta posibilidad, restan dos dudas demasiado grandes. Una es que las voces médicas estiman que la marihuana es dañina en un plazo relativamente breve, amén de que podría ser natural puerta de entrada a drogas más potentes. La otra es que el narcotráfico obviamente se dirigiría a donde ya lo hace, solo que con más intensidad: las drogas duras y sucias. Y si se permite el consumo legal bajo prescripción médica de todas las drogas a los adultos, será irresistible la presión del narcotráfico por hacerse de consumidores adolescentes e infantiles, acechando a la salida de los establecimientos educacionales, por muy públicos, gratuitos y de calidad que fuesen.
La propuesta de legalización descansa sobre lo que creo son falsas analogías. Primero, que no sería mucho más que el consumo de tabaco. Este sin embargo solo es dañino en el transcurso de una vida (no fumo), aunque sí con serias consecuencias. Si se lo abandona a edad razonable, puede dejar huellas apenas perceptibles, casi inocentes. La droga, en cambio, arroja a un espiral sin control, autodestructivo.
La segunda analogía es la del alcohol, sobre todo con los efectos contraproducentes del caso más famoso, la Prohibición en EE.UU. en los años 20 del siglo pasado, que incrementó las filas y el volumen de "negocios" del crimen organizado, y quizás nunca se bebió tanto como en aquellos años. Aunque habría que ver qué sucede en la actualidad en los países islámicos, por supuesto que uno considera esa medida muy norteamericana como una calamidad tanto por gusto personal como porque pasa por alto lo fundamental: que ingerir alcohol la mayor parte de las veces pasa a ser un consumo controlado e incluso se transfigura en un bien cultural. Por algo lo de la consagración del pan y del vino, entre otras manifestaciones. Nada de ello pasa con las drogas. Es de sospechar que, como lo han afirmado muchos especialistas, con su legalización y legitimidad sencillamente tengamos todavía más drogadictos.
Tras la permisividad hacia las drogas yace un argumento al que no se le desconoce su valor: que la ebriedad acotada y controlada, con sutil veta de espiritualidad, constituye una experiencia fundamental que sublima la vida: como aquella que se descubre en el amor en sus diversas manifestaciones, en el misticismo, en el arte, a veces en la conjunción del pan y el vino, en la re-experiencia de momentos excelsos del pasado, como aludía Proust, etc. Pero lo que llamamos drogas, más un frenesí que un rito, no permite esa sublimación, no en la experiencia real que hemos tenido, aunque reconozco que las cosas tal como van ofrecen un horizonte cada vez más oscuro.
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