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Chile: ¿una democracia coja? POR SEBASTIÁN EDWARDS




Hace unas semanas -nadie sabe muy bien cuándo- fui borrado de los padrones electorales. Con el click del mouse de la computadora, el Servicio Electoral (Servel) decidió negarme el derecho a voto. Mis expectativas y anhelos fueron obliterados en un dos por tres. Y lo peor es que, según me dicen abogados ilustres, no hay apelación. Me negaron el derecho a voto y por más que alegue, no me lo van a restituir para que alcance a votar en las elecciones venideras.
Nuevamente soy un ciudadano de segunda -o quizás de tercera- categoría. Me hacía muchas ilusiones votar en estas elecciones. Tanto es así que compré un pasaje para viajar a Santiago el 12 de diciembre y quedarme durante unos días. Mientras pagaba el boleto -nada de barato, por lo demás- pensé que esa es una época preciosa, en la que la ciudad se presenta en toda su gloria y en la que se vive un aire navideño lleno de alegría.
Pero por cortesía del Servel, mi viaje será en vano. O tal vez lo cancele y no aparezca por esos derroteros para participar del acto más importante de una democracia. A lo mejor me quedo en California, pegado al internet, siguiendo los escrutinios, esperando que se confirme lo que ya sabemos: el nombre de la próxima presidenta de Chile.
Seguiré siendo una de las pocas personas que, a mi edad, sólo ha podido votar en una elección chilena, en la parlamentaria de 1973. Después del retorno de la democracia, la UDI se negó, sistemáticamente, a darme el derecho  a votar en el extranjero. Y ahora, después de un breve período en el que estuve felizmente inscrito, el Servel decidió sacarme del padrón.
Me enteré del asunto por casualidad. Hace unos días le comenté a una amiga que en Chile el uso del internet estaba muy avanzado y que, incluso, las reparticiones públicas lo usaban en forma eficiente. Me miró con una expresión que denotaba sorpresa y escepticismo. “Mira, le dije, te lo voy a demostrar en el sitio del registro electoral; vas a ver que estoy inscrito y que a través de la red puedo saber en qué mesa debo sufragar”. Introduje mi RUN y en un milisegundo apareció la respuesta, en letras rojas y enanas: “RUN no encontrado”. Mi amiga se murió de la risa y dijo algo que no recuerdo; algo entre humillante y ofensivo. Yo, claro, me turbé y volví a meter el número de marras, con idénticos resultados. “No puede ser”, pensé y repetí la operación. Pero nada: otra vez en el limbo, nuevamente  mis derechos cercenados.
Fue entonces cuando mi amiga hizo la pregunta importante: “Oye -me dijo con una cara súbitamente seria-, ¿a cuántas personas les habrá pasado lo mismo? ¿A cuántos habrán borrado? ¿Cuán incompleto está el padrón?”. No supe qué responderle, pero entendí que más allá de mi caso particular, esta era una situación grave.
En todas las naciones avanzadas se hace un enorme esfuerzo por darles a los ciudadanos todas las facilidades para que puedan emitir el voto. En países como EE.UU., por ejemplo, este derecho es tan elemental que existen las figuras del voto por adelantado, el voto por correo, el voto en ausencia y el voto condicional o provisional. Si una persona aparece en una mesa y no está en la lista, igual puede votar. Ese voto se pone en una urna especial, y sólo es contado si se verifica que el individuo en cuestión tenía derecho a sufragar.
En Chile poca gente joven se inscribía para votar. Para ampliar los ámbitos de la democracia, los legisladores reformaron la ley e implementaron la inscripción automática y el voto voluntario. Una buenísima idea. Todos los ciudadanos nacidos en Chile pasaban a formar parte del padrón. Aquellos naturalizados como chilenos eran inscritos siempre y cuando estuvieran avecindados en Chile. Una ley que no sólo era buena -al menos en su intencionalidad-, sino que además era simple.
Esta ley, que lleva el número 18.556 y que se puede consultar en el sitio del Servel, establece lo siguiente:
• Se crea un registro electoral en el que estarán, automáticamente, todos los ciudadanos nacidos en Chile (lo que me incluye a mí). (Art. 1º)
• Para los ciudadanos residentes en el extranjero -entre los que se incluye este servidor- se entenderá como “domicilio electoral” el “último domicilio en Chile informado al Servicio Civil e Identificación y, a falta de éste, el lugar o comuna de nacimiento en Chile” (Art. 10).
• Todo elector tiene derecho a votar en la circunscripción de su domicilio electoral. (Art. 11).
De acuerdo con lo anterior, el Servel debiera de haberme inscrito automáticamente en la circunscripción de Recoleta, lugar donde yo nací. Y así, efectivamente, lo hizo a principios de este año. Hasta ahí, todo bien. Pero mi calidad de votante duró poco, lo que un suspiro en un canasto.
¿Qué pasó exactamente? No lo sé, aunque tengo ciertos indicios.
Lo primero que hice al enterarme de la situación fue escribirle al Servel un correo electrónico. Mi perspicaz amiga me dijo que perdía el tiempo. Pero se equivocaba. A las 24 horas el Servel me envió un mail corto que parecía sacado de una novela de terror:
“Le informamos que se ha recepcionado su contacto, al cual se le ha asignado el Nº 57058, el que ha sido derivado al Departamento correspondiente. En el plazo de 5 días hábiles se le dará respuesta”.
Hasta ahora no he vuelto a saber de ellos, pero supongo que me volverán a escribir dentro del plazo burocrático. En el intertanto y con la ayuda de amigas y amigos, he podido desarrollar ciertas explicaciones.
Después de las elecciones municipales, el Servel fue criticado porque algunas personas fallecidas se encontraban en los registros. Además, la nueva ley fue cuestionada porque el porcentaje de votantes fue relativamente bajo en relación con los inscritos. La manera más fácil de enfrentar ambas críticas -matar dos pájaros de un tiro, como quien dice-, era borrar a aquellos que no tenían domicilio físico en Chile, aun cuando, de acuerdo con la ley, tuvieran “domicilio electoral”.
El problema, claro, es que no sólo eliminaron a los fallecidos, sino que también a los vagos nacidos en Chile, a los transeúntes, a quienes viven en hoteles, a quienes van saltando de lugar en lugar, a los que rebotan de hospital en hospital, a los allegados sin dirección postal y a todos aquellos que vivimos en el extranjero.
¿Cuántos ciudadanos están afectados? Nadie lo sabe.
El legislador, en su sabiduría, se puso en el caso en que no fuera fácil establecer el domicilio electoral. Es por eso que determinó que a falta de dirección física se usará el lugar de nacimiento. Pero fue más allá: en el artículo 11 de la ley se establece que si el Servel tiene dificultades en encontrar el lugar de nacimiento, “procederá a registrarlos en la circunscripción electoral con más electores”. Pero en vez de eso, en vez de implementar la voluntad legislativa de inscribir automáticamente a todos los ciudadanos, el Servel elimina electores del padrón.
El artículo 13 define a quién se borrará de los registros (fallecidos y otros). No figura como causal de eliminación el no tener un domicilio físico ni el vivir en hoteles ni debajo de los puentes ni ser vago ni estar desempleado ni vivir de allegado ni residir en el extranjero.
El artículo 22 establece que el Servel debe informar  a quienes han sido borrados del padrón. Pero a mí nadie me informó. Si lo hubieran hecho, yo hubiera reclamado, hubiera dado explicaciones, les hubiera dicho que si revisaban los registros de bienes raíces verían que tengo una propiedad, que pago contribuciones, que ahí se me pueden enviar misivas, cartas (certificadas o no) y todo tipo de mensajes. Pero, ¿cómo me informaban? La respuesta es obvia: el Servel debiera haber publicado un insertado en la prensa con la lista de todos aquellos que corrían el riesgo de perder el derecho a voto.
Pero no se hizo, y yo perdí el derecho al voto y miles de ciudadanos lo perdieron, y seguimos siendo ciudadanos de segunda, ilusionados con que alguna vez podamos participar en esa fiesta que es la democracia, esa fiesta que nos negó la dictadura y que tanto nos costó recuperar.

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