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Caballero solo por Roberto Merino


Diario Las Últimas Noticias, lunes 21 de octubre de 2013

En los antiguos avisos económicos al final de la sección inmobiliaria, siempre aparecían versiones de este mensaje: "Se arrienda pieza a caballero solo que trabaje afuera".  Estas ofertas de hospedaje rentado trasuntaban hostilidad y miseria.  Uno imaginaba la situación de abandono o de transitoriedad total que vivía aquel que respondía a estos anuncios, alguien que se consideraba a sí mismo incluido en la clasificación "caballero solo".  Alguien que sabía que no iba a recibir visitas nunca.  Alguien que podría eventualmente tener, en alguna parte del mundo, "una sobrina".  Alguien que aceptaba el tiempo parcelado que se le ofrecía en un sucucho ajeno.
El asunto es que yo llevo tantos años viviendo solo que ya podría ir ingresando a una categoría semejante.  Claro, no he ido de tumbo en tumbo ni de pensión en pensión, ni he tenido que alimentarme de mezquinos charquicanes servidos con mala voluntad por una vieja chascona, pero la soledad es un poco la misma siempre.
Yo creo que va moldeando lentamente la expresividad hasta que llega el día en que al hombre solo pueden reconocerlo en la calle nada más que por la facha: cierto deterioro (o cierta impecabilidad) de la ropa, cierto desfase al retirar la mirada de los ojos del otro en los cruces callejeros casuales, ciertos horarios fielmente obedecidos, cierta manera de escrutar el punto de fuga de la calle en espera de un taxi, ciertos paquetitos que lleva a la hora del regreso a la casa.
Todo esto lo pienso a partir de un hecho doméstico: me quedé sin televisión y la falta de televisión ha sido un revelador de un estado de soledad del que no tenía mayor conciencia.  Es decir, he pasado años de algún modo acunado por el rumor humano de la televisión, que ha operado como un eficiente sucedáneo de compañías reales. He usado este recurso para apurar el tiempo y para aletargarlo, para pensar y para bloquear el pensamiento, para pasar a otra cosa y para adherirme a alguna obsesión (como la que pueden generar las evidencias de vida extraterrestre).  Y así se han ido yendo los años.
No estoy haciendo aspavientos dramáticos.  Simplemente me extraña el hecho de llevar solo un tiempo tan prolongado sin haberme dado demasiado cuenta.  Claro, hay indicios, la tendencia al monólogo ya sin vergüenza incluso en lugares concurridos, la lealtad neurótica a las rutinas diarias, la fobia a las invitaciones a alojar.  Por cierto: lo que menos le gusta al hombre solo es pasar la noche en otras casas, en piezas cuya decoración desconoce. Teme probablemente sufrir descompensaciones anímicas al ser arrasado por ritmos familiares de una familia que no es la suya, tautológicamente teme tener miedo en la noche, o contemplar cómo el amanecer se insinúa en un jardín que antes sólo ha visto de noche y muy a la pasada, con gritos de pájaros sepultados en los arbustos húmedos, cantos que le recuerdan forma de felicidad que propiamente no ha vivido jamás.

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