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El arte de aprender enseñando‏



Los Reemplazantes
por Claudio Gaete retrato Macarena Pérez
Diario El Mercurio, Revista El Sábado, 26 de octubre de 2013

Hace cuatro años se enfrentaron a alumnos desmotivados y con graves problemas familiares. Hoy, la primera generación de voluntarios de Enseña Chile -que los preparó para hacer clases en escuelas vulnerables- saca lecciones de sus logros, sus frustraciones y de sus estudiantes, quienes les mostraron que hacía falta mucho más que los estudios y las ganas.  
 

CAROLINA RIVERA
Con todo en contra

En la cabeza de Carolina Rivera quedaron muchos alumnos que la marcaron. Uno fue Andrés. Ella instauró un sistema de incentivos que consistía en otorgarle puntos por cada logro o respuesta correcta a una pregunta. Cuando juntaban 15, podían elegir entre una anotación positiva o una llamada a sus padres para que ella les contara lo bien que lo habían hecho.

Andrés escogió la segunda opción. "Me pidió que llamara a su abuela para Navidad. Y lo hice. Le dije que su nieto era brillante y que la llamaba para decirle lo feliz que estaba de trabajar con él. Ella estaba muy emocionada. Yo también".

Carolina decidió que quería ser profesora cuando tenía 15 años. En 2008 se tituló en Licenciatura en Filosofía en la Usach. Su idea era trabajar en un lugar vulnerable. Un día vio una entrevista a Tomás Recart, director de Enseña Chile, y postuló. Tenía 22 años.

Pronto se convirtió en uno de los 29 profesionales que conformaron la primera generación de Enseña Chile, en 2009. Después de pasar un curso intensivo en el verano, Carolina fue enviada al colegio Erasmo Escala, en Peñalolén.

Le asignaron cursos desde quinto básico a cuarto medio, donde enseñaba lenguaje.

"Fue súper difícil, porque tenía una jefatura de octavo básico, catalogado como el curso más complejo. Habían tenido seis profesores jefes el año anterior y eran 50 alumnos. Cuando llegué, muchos niños estaban parados porque no cabían en la sala. Me presenté y ahí recién sentí la adrenalina de estar allí y ganarse la confianza de ese grupo, que es lo primero y lo más importante".

Le costó lograrlo. En parte, porque era muy joven como para que los alumnos la vieran como profesora. "Pero ellos nunca olieron miedo en mí, estaba bastante confiada, aunque fue difícil establecer normas de comportamiento. Para poder trabajar me demoré 15 minutos en ordenarlos, desde pedirles que se sentaran, y explicarles el método de trabajo. Les pedía que se callaran y no lo hacían. Ese curso tenía un problema con la autoridad importante y tenía el desafío de echar a todos los profes".

A partir de entonces comenzó un trabajo de hormiga, dice, que consistió en conversar con cada uno de ellos para conocerse.

"Al principio había indiferencia, tenían una actitud de nos da lo mismo que usted esté parada ahí. Yo no di mi brazo a torcer, mostrándoles que estaba ahí y que iba a lograr lo que quería. Estaban acostumbrados a que los profesores se fueran. Algunos no habían durado más de una semana. Les costaba entender que uno no estaba porque no le quedó otra cosa. Les dije que quería estar ahí y que pensaba que tenían potencial".

Cuenta que muchas veces se sintió frustrada y que se encontró pensando, "en qué me metí". Los primeros meses durmió muy poco por el exceso de trabajo, ya que tenía un contrato de 40 horas semanales. Y también porque le costaba desligarse de la realidad de sus alumnos. Recuerda niños que no tenían dónde dormir, porque los habían echado de sus casas. "Y yo les exigía altos estándares de aprendizaje en un contexto donde tienen todo en contra".

Pero con el tiempo notó un cambio en la actitud de sus alumnos. Recuerda que comenzaron a llegar temprano a clases, a participar más, y se percató de que los que eran más desordenados se encargaban de mantener el orden gracias, dice, a que les entregó confianza.

Con los apoderados la situación no partió mucho mejor. La miraban con recelo, "como pensando qué hace esta cabra chica diciéndonos qué hacer con nuestros hijos". Ella salía a buscarlos a su lugar de trabajo, generalmente en las ferias, donde también laboraban sus hijos después del colegio. "Ahí entendían que yo tenía un compromiso real con sus hijos y empezaron a ir a las reuniones".

El momento más difícil lo vivió al principio, debido al alto nivel de violencia que había en el colegio. "Eso fue difícil. Fue un trabajo de joyería lograr que entendieran que tenían que comportarse como seres humanos". Abordó el tema mediante cortometrajes que hicieron sus alumnos. Además, los interesó en la lectura, tema en el que, asegura, tenían al menos dos años de retraso.

"Tomé un séptimo para una experiencia piloto: les di a leer un libro de Darío Oses, luego les hice conocer su vida y cuando ya estaban entusiasmados, invite al escritor al colegio. Ellos tenían preguntas listas para hacerle, y con eso trabajaron habilidades de lenguaje, llegaron muy preparados. Fue emocionante".

Le dolió dejar el colegio a Carolina. La despedida de sus alumnos fue con regalos, discursos y hoy los tienen a todos en Facebook.

Decidió que tenía que dedicarse al tema educacional y armó una ONG, Innovacien, cuyo objetivo es introducir la innovación en las salas de clases.

CRISTIÁN LINCOVIL, 
Tensión, impotencia 

Había cursos en los que a Cristián Lincovil le costaba mantener el orden. Eso le provocó una sensación de tensión, angustia e impotencia, porque las cosas no le estaban resultando, pese a que trabajaba prácticamente 24/7.

Terminó dejando de lado a su familia y a su polola, hasta que un día decidió que tenía que irse. Pensó que no tenía la capacidad para estar ahí, ni las competencias pedagógicas para manejar la clase, y que pese a que no tenía cursos excesivamente desordenados, no lograba el nivel que él perseguía. "Hoy lo miro con distancia. Tiene que ver con que hay un proceso de aprendizaje. La formación universitaria no te prepara para la vida real, menos en una profesión tan sensible como la pedagogía".

Su caso está dentro del 20 por ciento que no terminó su paso de dos años por un colegio. Hoy, Cristián Lincovil se hace una fuerte autocrítica y dice que tenía las herramientas para lograr enseñar y cautivar a los alumnos del Liceo San Gerónimo de Puente Alto, pero lamenta haber tenido que dejar el proyecto de Enseña Chile al finalizar el primer semestre.

Ingeniero civil industrial de la UC, su inquietud por la educación empezó en la universidad. Había empezado a estudiar un certificado académico en educación y había hecho voluntariado casi toda la carrera. Se enteró de Enseña Chile en una feria de trabajo en su carrera.

En enero de 2009 hizo el programa de aprendizaje. Cuando terminó, reconoce que sintió que no estaba preparado para enfrentar su misión. Aún así llegó como profesor jefe de un segundo medio del San Gerónimo. "Es difícil la llegada, porque las expectativas son muy altas. Tiene que ver con el ímpetu de uno cuando sale de la universidad, de querer cambiar el mundo rápido".

Asegura que lo invadió lo que hoy llama "una ingenuidad". Sentía que por su sola llegada y sus ganas, podría provocar cambios en los estudiantes y lograr que participaran más.

No era un curso desordenado ni muy vulnerable. Sus expectativas eran que al final del día los estudiantes estuvieran tan motivados que solo quisieran aprender.

Les contó quién era, un ingeniero y no un profesor, y que los iba a desafiar en muchas tareas, y a la vez los iba a apoyar. A cambio recibió rostros silenciosos y poca participación. "Yo esperaba en mi fantasía que todos se pararan y dijeran ¡sí, yo quiero, estoy y voy a hacer esto otro!, cosa que no pasó".

También se dio cuenta de que el trabajo de profesor es sumamente demandante y que a veces son culpados, injustamente dice, por la calidad de la educación.

"Yo no tenía mucha vida para mí, y eso es un error, porque siempre hay que guardar algún espacio. Hubo un par de situaciones bien personales y yo no pude dar el apoyo emocional que necesitaba mi familia en ese momento. Pospuse a mi polola, mis intereses, todo. La tensión de no tener tiempo genera esta ceguera de ver todo negativo", reflexiona.

Conversó lo que le pasaba con sus dos colegas de Enseña que estaban en el mismo colegio. Ellos eran su apoyo entonces, porque al principio tuvo una relación tensa con el resto de los profesores. "Es algo súper natural, ellos ven que llegan tres chiquillos jóvenes, que vienen a enseñarles a los estudiantes y que no son profesores. Y llegamos con el mismo prejuicio, pero al revés, con la idea de salvar a este colegio. Es la ingenuidad máxima. Es invalidar todo lo que hacen los profes. Pero con el tiempo fuimos matando los prejuicios y ellos también fueron conociéndonos un poco más".

Le contó su decisión de renunciar a sus colegas y familia, y acordó con el director que le avisaría a los alumnos tras las vacaciones de invierno. Pero ellos se enteraron antes, por el programa Anónimos, de Canal 13, que entonces grababa la labor de Enseña Chile en el liceo.

"El primer día de vuelta de vacaciones me dijeron: 'Profe, lo vimos en la tele, supimos que usted se va'. Lo dijeron con curiosidad, algunos con pena. Me arrepentí emocionalmente de mi decisión, pero racionalmente necesitaba dejarlo igual. Los estudiantes se me acercaron harto, se organizaron para actos de despedida, hubo regalos, una caricatura bien grande firmada por todo el curso. Me emocionaron harto".

Cuando salió, pensó en tomarse un mes para digerir toda esa experiencia. A la semana recibió un llamado de Grupo Educativo, una entidad que se dedica a asesorar a sostenedores, fundaciones e instituciones que trabajan en proyectos educativos. Sigue allí hasta hoy.

Pese a su abrupto final, dice que la suya fue una buena experiencia. "Aprendí un montón, de todo. Y reafirmé que mi vocación era seguir con la educación".

ISABEL VALDIVIA
"Siento que yo aprendí más de ellos"

"Yo nunca tuve problemas de indisciplina -relata Isabel Valdivia-. El mayor fue con una alumna que no se quiso quitarse los audífonos. Yo paré la clase, le pedí que lo hiciera. Se los sacó, pero apenas me di vuelta, se los puso de nuevo. Le dije que no iba a seguir con la clase hasta que se los sacara. En eso los estudiantes empezaron con 'ya, po', quítate los audífonos'. Comenzó una presión social. Pero ella no accedió. 'Quítemelos usted', me dijo. Obviamente que no lo hice y pedí que llamaran a un inspector. Después hablé con su apoderado y también con ella".

El gran problema que encontró Isabel fue más bien de contenido. Había cursos con una brecha de cuatro años. "Alumnos de primero medio que no entendían qué era una célula, es como si en cuarto medio no supieran sumar un medio más un medio. Cómo cubrir esa brecha".

Poco antes, Isabel estaba haciendo su tesis para titularse de Bióloga en la Católica, y después planeaba postular a un doctorado en el extranjero. Pero un amigo le mandó un mail con un link de Enseña Chile. 

Tenía 23 años y postuló.

En la universidad participó en el Centro de Alumnos, hizo clases en Infocap y fue jefa de área de un preuniversitario de una ONG. Allí hizo clases en un colegio municipalizado de Peñalolén. "Era un desorden. Las sillas estaban rotas, los vidrios quebrados, y mientras uno hacía clases, tiraban piedras desde la calle. Y había una niña de tercero medio que no podía entender por qué +1-1 era igual a 0. El + la confundía. Esta niña estaba en tercero, ¿qué va a hacer el próximo año? Y ahí uno dice, esta mal la educación en Chile".

Nunca olvidó eso. "No se le puede dar la espalda a lo que viste".

En Enseña Chile le asignaron el Liceo Antonio Hermida Fabres, en Lo Hermida. Su misión era hacer clases de Química y Biología a alumnos de primero a cuarto medio.

Afirma que tuvo suerte en su primer día, porque le tocó un cuarto medio científico y era considerado el mejor curso del colegio. Cuenta que a los alumnos les gustó tener a una profesora joven que viniera de una carrera científica.

"Después me tocó un primero, eran más chicos y más desastrosos, pero igual estaba ese elemento de la profesora joven que los enganchó. Claro que cuando les dije que teníamos que trabajar, comenzaron los problemas. Me decían, 'y cómo vamos a tomar apuntes, cómo vamos a preparar la prueba, antes nos daban puros trabajos y nos sacábamos puros siete'. Ahí empezó el tira y afloja de tres meses, pero después el comportamiento mejoró", recuerda.

Había otro compañero de Enseña Chile que le contó que en su curso los alumnos se arrancaron por la ventana. Él le recomendó que tuviera cuidado, porque si la veían volando bajo, los niños eran capaces de comerla viva.

Pero, afirma, todos tienen sueños. Su tarea era aterrizarles ese sueño y decirles que tenían que dar la PSU, estudiar, trabajar para lograr lo que querían. "Siento que yo aprendí más de ellos que ellos de mí. Primero, si tú tienes altas expectativas de alguien, eso va a ser recíproco. Los estudiantes a los que les tenía más fe se los decía y ellos se disparaban, se sentaban al frente, se sacaban mejores notas. Son las joyitas. En el otro extremo, no es que sean malos, pero están perdidos, no saben lo que quieren. Y también están los que quieren ser ídolos futbolísticos".

Ahora los tiene de amigos en Facebook. Asegura que la mayoría está estudiando, salvo dos. 

Después de terminar sus dos años en el liceo, obtuvo un Máster en Harvard. Se olvidó de la Biología y ahora está con un proyecto educacional. Junto a un grupo de 10 colegas creó la Fundación Colegios MAS, que aspira a tener una red de establecimientos en todo el país donde los alumnos lleguen con un buen nivel a la universidad.

Espera abrir el primer colegio en Batuco, en marzo del próximo año.

HUMBERTO VACCARO
"Muy pocos tenían un sueño claro"

El quinto básico B de la escuela Juan Bosch, en Niebla, cerca de Valdivia, tenía el estigma de chicos porros y con problemas conductuales. "Eran solo 17 alumnos, muy desmotivados, incapaces de leer números de tres dígitos", recuerda Humberto Vaccaro.

Sus alumnos eran pobres. El porcentaje de vulnerabilidad económica, medido por la Junaeb, superaba el 80 por ciento. Humberto se topó con casos extremos, como el de un alumno de 14 años que había repetido tres veces y que se metía a las casas a robar. Dice que, a veces, el niño desaparecía por una semana y se iba a Valdivia. Conversó muchas veces con él para orientarlo, pero era difícil. Hoy ese chico está viviendo en el norte, y trabaja en la minería.

Nacido en España e hijo de padres exiliados, Humberto estudió Veterinaria en la U. de Chile. Lo hizo porque le apasionan los sectores rurales y pensó que con esa carrera podría ayudar a su desarrollo. Trabajó de voluntario y ahí se dio cuenta de que había que poner el énfasis en la educación. Eso, hasta que una amiga le mandó un link de Enseña Chile.

Él quería un colegio rural y dio con la escuela básica Juan Bosch. Le dieron la jefatura del quinto básico y enseñó matemáticas y comprensión de la naturaleza.

Vaccaro les planteó a los niños que sería bueno que se conocieran primero. Les pidió que se sentaran en círculo, sacó un mate y les propuso conversar. "Eso les pareció muy raro. Estaban expectantes y silenciosos. Les conté quién soy. Les pregunté qué sueños tenían. Muy pocos tenían un sueño claro, fue interesante identificar sus sueños ocultos, y cómo apoyarlos para que se dieran cuenta de que son capaces de realizarlos".

Hay dos casos que Humberto recuerda nítidamente. Uno es el de una niña que había repetido dos cursos y siempre estaba enojada. "En muchas ocasiones traté de que se diera cuenta de que nuestra relación estaba basada en el respeto y el cariño, y que el enojo no era conmigo. Estaba vinculado con su casa y su mamá, que se había ido y ahora vivía con la tía. Luego pudimos entendernos. Su rendimiento y su conducta mejoraron". 

El segundo caso es el Bastián, un chico que sí tenía muy claro sus sueños: quería ser pescador como su padre y su abuelo. "Demostró que lo que sabía del mar era gigantesco, y se trataba de un niño de 10 años. Sabía de dónde sacar merluza, congrio, entendía dónde estaban los ecosistemas y las artes de pesca para extraerlos, pero le iba mal en rendimiento".

Humberto dice que su sensación era siempre revitalizadora y cada vez que iba a la escuela salía cargado positivamente.

"Cuando uno tiene un problema, los niños son tan perceptivos e inteligentes emocionalmente, que se dan cuenta de lo que pasa. Un día ellos estaban sin ganas de aprender y eso era problema mío, porque yo no supe ver qué era lo que querían aprender en ese momento. Los niños se dieron cuenta de que su actitud me estaba afectando y cambiaron; de hecho, me pidieron disculpas. Eso es cariño y se mantiene cada vez que los veo".

Tras cumplir sus dos años en el colegio, trabajó en otros proyectos educativos en la zona. Luego creó una ONG llamada Territorio en Acción, para dotar de un liceo a la localidad de Cochamó. Son 27 socios los que trabajan en ese proyecto y confía en poder abrirlo en marzo de 2015. Humberto vivirá ahí con su familia. Dice que se le ha olvidado casi todo lo que aprendió de veterinaria.

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