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Ustedes son testigos de todo esto


por Monseñor André Arteaga Manieu
Obispo Auxiliar de Santiago
Diario El Mercurio, domingo 12 de mayo de 2013

Para comprender el acontecimiento de la Resurrección de Jesús,
es necesario integrarlo en el contexto de la historia de la salvación con ese otro misterio de la Ascensión del Jesucristo.
Acontecimiento que en este domingo celebra la liturgia de la Iglesia. No es un asunto 'atmosférico' o 'meteorológico' de cielo, nubes y tierra.

Jesús, después de realizar su ministerio salvífico terreno, muere en la cruz y vuelve a la vida. Durante cuarenta días se aparece a los discípulos de una manera nueva, que los llena de alegría.
Regresa a su lugar, a la diestra del Padre, con la promesa del Espíritu Santo, que llega a los discípulos que permanecen en oración, con María.

No hay confines donde su palabra no deba ser anunciada. La misión de la Iglesia tiene un carácter universal, no tiene fronteras.

Con Él ya en el cielo, comienza definitivamente la transformación del mundo y de la humanidad toda. No es una reanimación para volver a vivir y luego morir (como en el caso de Lázaro y otros), sino un triunfo definitivo sobre la muerte y el pecado, que el Padre le ha otorgado a su Hijo y que se derrama sobre el cuerpo de la Iglesia, del cual Cristo es cabeza. Y sobre todo el mundo creado. Pues todo será consumado. Y habrá cielos nuevos y Tierra nueva.

Testigos de estos misterios son los apóstoles, como consignan los evangelios, y todos los creyentes de todos los tiempos. Con el corazón bien puesto en los bienes definitivos en medio del mundo inestable. Como afirma el Vaticano II:

«Constituido Señor por su resurrección, Cristo,
a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra,
por la fuerza de su Espíritu obra ya en los corazones de los hombres no sólo suscitando el anhelo del siglo futuro, sino también animando, purificando y fortaleciendo de un modo nuevo aquellos propósitos generosos con los que la familia humana intenta hacer más humana su propia vida y someter toda la Tierra a este fin» (Gaudium et Spes 38).

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