por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias, martes 28 de mayo de 2013
Una de las pocas cosas
que han permanecido inmutables
en los noticiarios de las últimas décadas
es el reportero de la lluvia.
Todo el resto está en constante transformación:
el estilo de los lectores de noticias,
el vestuario, el lenguaje, la duración del deporte,
el tipo de sucesos, la decoración del estudio, etcétera.
El reportero de la lluvia, en cambio, es igual a sí mismo.
Apenas caen los primeros goterones del otoño,
hace su puntual aparición en Gran Avenida
o en La Reina o en Departamental,
donde se instala frente a la cámara
para informar el hecho noticioso de su especialidad:
está lloviendo (o bien "continúa precipitando").
El reportero de la lluvia jamás hará su reporte
bajo un alero; no, por ningún motivo:
por algo es el reportero de la lluvia.
Para cumplir su misión debe mojarse,
y cuanto más se moje, mejor,
mostrando así que la lluvia es de verdad,
no un montaje periodístico.
Asimismo, si la calle está inundada,
el reportero de la lluvia hará su reporte
con el agua hasta las rodillas
(o de rodillas, quién puede saberlo).
A continuación, luego de hacer
una descripción somera del caudal,
avanzará por el torrente achocolatado
hasta interceptar a su majestad
el cruzador de peatones
(en cualquiera de sus modalidades:
con puentes mecanos, en triciclo o al apa)
con el objeto de preguntarle cómo anda el negocio.
Y a un transeúnte: ¿salió sin paraguas?
Y a un vendedor de sopaipillas: ¿han subido las ventas?
Y así sucesivamente.
Lo más curioso de todo esto es que
el reportero de la lluvia
nunca demuestra el menor interés
en su especialidad periodística.
A diferencia de todos sus colegas
en el noticiario, que siempre exhiben
algún grado de conocimiento, pasión
o simplemente dominio en relación a sus temas,
al el reportero de la lluvia parece importarle un pepino.
Le basta manejar un léxico pluvial aceptable
(es la ocasión de usar el adjetivo "copioso")
para acometer su tarea.
Nunca se le ha visto comenzar su reporte
con melancolía, a lo Carlos Pezoa Véliz
("Aquí en Macul el agua mustia/
cae fina, grácil, leve;/
con el agua cae angustia:/ llueve"),
o dejándose llevar
por entusiasmos rokhianos trágicos
("Aquí en La Cisterna está lloviendo,
está lloviendo, está lloviendo,/
¡ojalá siempre esté lloviendo,
esté lloviendo siempre
y el vendaval desenfrenado que soy yo
íntegro se asocie a la personalidad del huracán!").
No, ni hablar: el reportero de la lluvia
sólo mira llover como quien mira llover.
Asume su rol con estoica resignación,
sin aspavientos, sin melodramas.
Simplemente, se moja con profesionalismo,
porque sabe que nos encanta
que nos cuenten lo que ya sabemos.
Cuando niños, nos hacían a un lado
con el bando familiar clásico:
"¿Por qué no va a la esquina a ver si está lloviendo?".
El reportero de la lluvia es acaso
el único ser humano que se ha tomado
esa orden de manera literal
y la ha convertido en un oficio,
una vocación, quizás una condena.
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