La política y la gestión
por Héctor Soto
Mayo 25 , 2013
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Algún día se reconocerá que pocos presidentes chilenos -en realidad, pocas figuras de nuestra escena política- han tenido la resistencia y capacidad de aguante de Sebastián Piñera. Como político y empresario se diría que ha tenido más vidas que un gato. Sus adversarios creen que hay algo mecánico en este rasgo suyo, más propio de Terminator que de un ser de carne y hueso. Porque Piñera ha mostrado tener una suerte de inmunidad no sólo a la crítica durísima que ha resistido como gobernante. También la tuvo en los momentos en que resistió esos verdaderos operativos de destrucción política de que fue víctima en los 90 y en los 2000.
Al margen de la lectura que haga cada cual, es un caso bien notable de supervivencia política. Como todo, o casi todo, tiene una parte buena y otra mala. La mala lo delata y revela que a él como persona le cuesta mucho “enganchar” con los demás. La buena lo protege, porque sin duda poca gente tiene la fuerza o capacidad suya para recomponerse y seguir como si nada.
En realidad, no es sólo una cuestión de fortaleza interior. También es de porfía, como se vio en el reciente mensaje presidencial. Piñera no cambia y tampoco da su brazo a torcer. Es llevado de sus ideas y tozudo.
Cuentas al haber
Tal como le prometió en su momento al país, el Presidente siente que llegó a La Moneda a hacer un trabajo arduo -volver a poner la economía en movimiento, crear un millón de empleos, mejorar los estándares de gestión del aparato público, elevar los alicaídos niveles de productividad que estábamos mostrando- y este 21 de Mayo estuvo dichoso contándole a la ciudadanía que la misión se ha estado cumpliendo muy por encima de las expectativas. Efectivamente, las cuentas del mensaje presidencial son alegres. Lo que no le cuadra a él -y menos a la gente de la calle- es que el balance político, a pesar de eso, sea mucho menos estimulante. Bien por él en el primer caso; mal por las posibilidades de continuidad de la derecha en el gobierno en el segundo.
Al Presidente, sin embargo, esto no le importa demasiado. Y no le importa no porque le dé lo mismo que después de él venga el diluvio. No se trata de eso, como creen los que le asignan intenciones maquiavélicas. No las tiene y, obviamente, nada le gustaría más que ser sucedido por el candidato de su sector.
Lo que ocurre son dos cosas distintas. La primera es que él confía en que llegará el momento en que la gente apreciará los resultados y en función de eso modificará sus percepciones. La segunda -muy conectada a lo mismo- es que al Presidente le aburre soberanamente la política. La considera una pérdida de tiempo. La desprecia. Le decepciona que sea puro ruido y pocas nueces. Le saca de quicio que no sea más que aire. Se puede dormir si alguien se empeña en explicarle que la política es una emoción colectiva que se refiere a ese espacio simbólico donde la vida pública se conecta con la experiencia y la identidad individual. Pamplinas, debe pensar. La política, para él, es algo mucho más concreto: es hacer más cosas con menos recursos, es entregarle a su sucesor un país con mejores indicadores que los que tenía cuando asumió. El mensaje de este 21 de Mayo fue reiterativo en esta lógica y eso explica los 16 planos comparativos donde el Presidente midió a su administración con la anterior.
Cuentas al debe
La duda es si logró convencer a alguien y, más que eso, a gente que no estaba convencida. La duda es si se convence con cifras y porcentajes. La duda es si la política tiene algo que ver con los ratios de la economía.
Desgraciadamente para él, pareciera que no. Estas cosas no van por ahí. A estas alturas, ya es fácil decir que la política es posiblemente el aspecto en el cual la actual administración está más al debe. La política es conexión, y la verdad es que este gobierno ha tenido poca con la ciudadanía. Ha sido un gobierno pródigo en responder y ejecutar. Pero pobre en términos de empatías, complicidades y capacidad de escuchar.
Si las cosas en política se dirimieran exclusivamente por resultados, la derecha podría tener su suerte comprada. Si no la tiene, bueno, es porque las cosas son harto más complejas que eso.
La empresa, el país
A diferencia de lo que ocurre en el ámbito de la empresa, donde la línea final del balance decide si el ejercicio fue bueno o malo -no sólo eso, la utilidad o pérdida decide con terrible precisión qué tan bueno o tan malo fue-, en el manejo de los países el asunto tiene otras vueltas. A momentos demasiadas, al extremo de ser a veces muy populares gobiernos que son empobrecedores y nefastos para el presente y el futuro de sus sociedades. Pero son casos extremos. Lo normal es que en el largo plazo, no en el corto, los buenos gobiernos sean reconocidos y que los votos se junten con los resultados. Lo normal es también que a corto andar los malos gobiernos queden al desnudo. Es cuestión de tiempo. El problema es que la política algo tiene que ver con el aquí y el ahora, no con el largo plazo. Para eso, dicen, están la quiromancia y la futurología, no la política.
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