Amar, amar, amar...

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El Amor, así con mayúsculas.

Es amor que lo trasciende todo,

es amor que no termina

sino que crece continuamente;

es absoluta entrega y fidelidad

y se fundamenta en la

fuente misma del amor: Cristo.



«Amaos los unos a los otros

como Yo os he amado».



Él nos amó hasta dar su vida,

ésta ha de ser la medida de nuestro amor

y ésta ha de ser la señal del reconocimiento

cristiano: ¡Mirad como se aman!



Un amor con entrega total,

con pureza y caridad,

con bondad y fidelidad,

con ternura y compasión

por el otro, con delicadeza

y gentileza…un amor sensible

y amoroso, respetuoso y cariñoso,

y también un amor con fortaleza

para enfrentar las asperezas de la vida,

sin perder la suavidad en el trato

y la preocupación por el que sufre

en cuerpo o en alma, con corazón herido

y espíritu abandonado…



Amar hasta olvidarse de uno...



Miremos al Divino Redentor,

que es manso y humilde de corazón

y que por sobre todo es el único

Maestro que nos enseña continuamente a amar.



Sólo Dios basta...