por Héctor Soto
Publicado en La Tercera, 22 de mayo del 2013
Contundente
en términos económicos y sociales, demasiado literal como cuenta
pública y débil desde la perspectiva política, fue un mensaje muy
parecido a los sesgos que el Presidente Piñera trajo cuando debutó el
2010: adicción a las cifras, devoción al detalle, confianza en la
productividad y apuesta decidida a la unidad nacional para afrontar los
desafíos del futuro. Estas cartas podrán irritar a los opositores y
decepcionar a los aliados que esperaban una mirada más personal sobre
los dilemas que está enfrentando el país, pero son coherentes con lo que
al Presidente le importa. El suyo ha sido un gran gobierno en términos
de logros y realizaciones y fue eso -ni más ni menos- lo que quiso
decir.
Si las cifras fueran argumentos y la acumulación de evidencias un buen método para forjar convicciones, el de ayer estaría entre los mejores mensajes presidenciales. Pero no lo fue. El Presidente más que contactarse con la ciudadanía habló para sí mismo y para congratularse de lo mucho que ha hecho.
No siempre el Presidente les cedió la palabra a las cifras. También se las dio a las convicciones, destacando que este gobierno de centroderecha es distinto porque apuesta de verdad a la igualdad de oportunidades y se la juega en serio por la educación preescolar, que él cree en un modelo de educación libre y mixta, que ha estado trabajando para robustecer la familia y no para debilitarla, que en su concepto el orden es esencial para la convivencia y que por eso su guerra contra el delito y la inseguridad es frontal, que reivindica el principio de autoridad y ha resuelto terminar con los ataques a carabineros y que, en fin, tal como no tiene problemas en reconocer derechos, tampoco los tiene en exigir responsabilidades. Un categórico desmentido a quienes plantean que el suyo fue el quinto gobierno de la Concertación y no el primero de la centroderecha.
El mensaje también fue revelador del escaso peso que el Presidente le asigna a la política. Su mensaje no contiene una sola reflexión sobre las crecientes presiones sobre el régimen político por parte de distintos grupos de interés . Nada sobre el supuesto malestar de la sociedad. Nada sobre el clima político encanallado y lo difícil que resulta forjar consensos. Ni sobre quienes invitan a tirar buena parte de los logros de los últimos años por la borda para volver a fojas cero. Lo único que hubo parecido a esto, al comienzo y al final, fue el tributo a una retórica antigua sobre el heroísmo chileno y la adversidad, sobre el temple colectivo y la unidad. Como diagnóstico, pobre. Como testimonio político, muy lírico.
Si las cifras fueran argumentos y la acumulación de evidencias un buen método para forjar convicciones, el de ayer estaría entre los mejores mensajes presidenciales. Pero no lo fue. El Presidente más que contactarse con la ciudadanía habló para sí mismo y para congratularse de lo mucho que ha hecho.
No siempre el Presidente les cedió la palabra a las cifras. También se las dio a las convicciones, destacando que este gobierno de centroderecha es distinto porque apuesta de verdad a la igualdad de oportunidades y se la juega en serio por la educación preescolar, que él cree en un modelo de educación libre y mixta, que ha estado trabajando para robustecer la familia y no para debilitarla, que en su concepto el orden es esencial para la convivencia y que por eso su guerra contra el delito y la inseguridad es frontal, que reivindica el principio de autoridad y ha resuelto terminar con los ataques a carabineros y que, en fin, tal como no tiene problemas en reconocer derechos, tampoco los tiene en exigir responsabilidades. Un categórico desmentido a quienes plantean que el suyo fue el quinto gobierno de la Concertación y no el primero de la centroderecha.
El mensaje también fue revelador del escaso peso que el Presidente le asigna a la política. Su mensaje no contiene una sola reflexión sobre las crecientes presiones sobre el régimen político por parte de distintos grupos de interés . Nada sobre el supuesto malestar de la sociedad. Nada sobre el clima político encanallado y lo difícil que resulta forjar consensos. Ni sobre quienes invitan a tirar buena parte de los logros de los últimos años por la borda para volver a fojas cero. Lo único que hubo parecido a esto, al comienzo y al final, fue el tributo a una retórica antigua sobre el heroísmo chileno y la adversidad, sobre el temple colectivo y la unidad. Como diagnóstico, pobre. Como testimonio político, muy lírico.
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