La cifra de un abandono...
"Yo", "uno", lo que sea
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias, lunes 13 de mayo de 2013
Por algún motivo que desconozco,
uno pasa de un estado de ánimo al otro
sin atender el modo en que
éstos se manifiestan en el cuerpo.
Siempre estamos proyectando
la mirada en el exterior,
pero a veces es recomendable
retrotraerla a esa mezcla rara
de memoria, conciencia y bulto humano
que constituye lo que denominamos
"yo", "uno", lo que sea.
¿Recomendable en qué sentido?
En el sentido
de restarle importancia
a nuestras propias opiniones,
diagnósticos y variados énfasis,
sobre todo a los elaborados
en trances de ansiedad paralizante
(bramar por los objetivos
descartando los medios).
En ocasiones, por ejemplo,
no nos damos cuenta de la conjunción
de tres síntomas matinales que nos afectan:
desconcentración, pesadez de párpados
y un pequeño escalofrío establecido
en el tercio inferior de la columna.
Nos quedamos simplemente en los efectos:
nos sentimos desvinculados del mundo,
con un pie en el resbaloso plano inclinado
de la depresión, sin ganas de hablar ni de pensar,
miramos las calles de los primeros nublados del año
y vemos en ellos un problema insoluble de ajenidad:
ese plomo del asfalto que parece
reflejar las nubes sin ser un espejo;
esos papeluchos plásticos de papas fritas
o alfajores que un viento débil
mueve levemente, con mala voluntad;
esas como huellas de ríos secos que hay en las cunetas;
cadenas oxidadas, escalas de aluminio,
árboles somnolientos, mercaderías baratas
expuestas en una lona en el suelo;
en fin, todo aquello que nos devuelve
la imagen, la cifra de un abandono.
Por otra parte, si estuviéramos todo el tiempo
pendientes de cómo sentimos,
llegaríamos igualmente a la inmovilidad,
en la medida en que ese plan es infinito.
Ya los saben los obsesivos y los hipocondríacos,
siempre se puede ir un poco más allá en esta materia:
de la tensión en los maxilares podemos pasar
a la opresión de la tráquea, de las puntadas en el cerebelo
al hueco ardiente en el plexo solar, de la trabazón
de las articulaciones a los movimientos peristálticos.
He logrado entender
que esta lúgubre disposición
se verifica siempre que tenemos
cosas pendientes, aplazadas o peloteadas.
Una cita hecha
en un momento de entusiasmo voluntarista,
una reunión "corporativa" donde
nos van a dar la lata con un power point,
la legalización de unos arreglos inmobiliarios,
repactación de deudas, dentistas,
plumones sucios que llevar a la lavandería,
plazos que vencen, que se renuevan,
que vencen otra vez.
En eso nos pasamos el tiempo,
o bien de esa manera
el tiempo nos sobrepasa.
Lo increíble es que contemos
con un instinto que nos permite
sobrevivir a la lata:
nos distraemos, nos olvidamos
y recuperamos tramos de felicidad reconocible,
la certeza de ser livianos, irresponsables, juveniles.
"Yo", "uno", lo que sea
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias, lunes 13 de mayo de 2013
Por algún motivo que desconozco,
uno pasa de un estado de ánimo al otro
sin atender el modo en que
éstos se manifiestan en el cuerpo.
Siempre estamos proyectando
la mirada en el exterior,
pero a veces es recomendable
retrotraerla a esa mezcla rara
de memoria, conciencia y bulto humano
que constituye lo que denominamos
"yo", "uno", lo que sea.
¿Recomendable en qué sentido?
En el sentido
de restarle importancia
a nuestras propias opiniones,
diagnósticos y variados énfasis,
sobre todo a los elaborados
en trances de ansiedad paralizante
(bramar por los objetivos
descartando los medios).
En ocasiones, por ejemplo,
no nos damos cuenta de la conjunción
de tres síntomas matinales que nos afectan:
desconcentración, pesadez de párpados
y un pequeño escalofrío establecido
en el tercio inferior de la columna.
Nos quedamos simplemente en los efectos:
nos sentimos desvinculados del mundo,
con un pie en el resbaloso plano inclinado
de la depresión, sin ganas de hablar ni de pensar,
miramos las calles de los primeros nublados del año
y vemos en ellos un problema insoluble de ajenidad:
ese plomo del asfalto que parece
reflejar las nubes sin ser un espejo;
esos papeluchos plásticos de papas fritas
o alfajores que un viento débil
mueve levemente, con mala voluntad;
esas como huellas de ríos secos que hay en las cunetas;
cadenas oxidadas, escalas de aluminio,
árboles somnolientos, mercaderías baratas
expuestas en una lona en el suelo;
en fin, todo aquello que nos devuelve
la imagen, la cifra de un abandono.
Por otra parte, si estuviéramos todo el tiempo
pendientes de cómo sentimos,
llegaríamos igualmente a la inmovilidad,
en la medida en que ese plan es infinito.
Ya los saben los obsesivos y los hipocondríacos,
siempre se puede ir un poco más allá en esta materia:
de la tensión en los maxilares podemos pasar
a la opresión de la tráquea, de las puntadas en el cerebelo
al hueco ardiente en el plexo solar, de la trabazón
de las articulaciones a los movimientos peristálticos.
He logrado entender
que esta lúgubre disposición
se verifica siempre que tenemos
cosas pendientes, aplazadas o peloteadas.
Una cita hecha
en un momento de entusiasmo voluntarista,
una reunión "corporativa" donde
nos van a dar la lata con un power point,
la legalización de unos arreglos inmobiliarios,
repactación de deudas, dentistas,
plumones sucios que llevar a la lavandería,
plazos que vencen, que se renuevan,
que vencen otra vez.
En eso nos pasamos el tiempo,
o bien de esa manera
el tiempo nos sobrepasa.
Lo increíble es que contemos
con un instinto que nos permite
sobrevivir a la lata:
nos distraemos, nos olvidamos
y recuperamos tramos de felicidad reconocible,
la certeza de ser livianos, irresponsables, juveniles.
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