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McCloskey y las predicciones en economía


por Loreto Cox
Diario El Mercurio, Economía y Negocios,
Domingo 6 de Noviembre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/11/06/economia_y_negocios/economia_y_negocios/noticias/DC55E852-164E-45DF-8AD7-38002BA98D9D.htm?id={DC55E852-164E-45DF-8AD7-38002BA98D9D}

De alguna manera, u otra, la crisis financiera ha puesto en tela de
juicio el rol de los economistas, al menos desde el punto de vista de
su capacidad predictiva. El escalofriante documental Inside Job
(2010), de Charles Ferguson, presenta esto de buena manera: detrás de
la crisis económica mundial de 2008, que costó a decenas de millones
de personas sus ahorros, sus trabajos y sus casas, hubo una serie de
predicciones económicas erradas (y muy bien pagadas) en las que se
confió más de lo que correspondía. Aun dejando de lado el grave
problema de conflictos de intereses que la película denuncia, cabe
cuestionar la pretensión de exactitud de aquellas predicciones. En una
escena clave, se les pregunta sobre esto a economistas importantes de
las financieras, de las calificadoras de riesgo y de la academia, y la
respuesta se repite: no eran más que opiniones. No obstante, es poco
probable que lo hayan planteado así al momento de cobrar por ellas.

El problema de fondo tiene que ver con cuál es el fin de la ciencia y
con cuáles son sus propios límites. En este contexto, Deirdre
McCloskey -Ph.D en Economía en Harvard, ex economista de Chicago y
actualmente profesora de economía, historia, inglés y comunicación en
la Universidad de Illinois y profesora de historia económica en la
Universidad de Gotemburgo-, quien se define a sí misma como
"posmoderna, pro libre-mercado, cuantitativa, anglicana, feminista y
aristotélica", tiene mucho que decir.

Para McCloskey, las personas tienen una tendencia a buscar certezas,
que a fin de cuentas, refleja un deseo por controlar el mundo. De ahí
que oráculos y magos sean una constante antropológica. Pero el
advenimiento del mundo moderno, con sus avances tecnológicos y su fe
descomunal en la racionalidad humana, traspasó en alguna medida este
rol de adivinadores a los científicos.

En el caso de la economía, esto es claro y quedó consagrado en el ya
mítico artículo de Milton Friedman sobre metodología (1953): "la tarea
es proveer un sistema de generalizaciones que pueda ser usado para
hacer predicciones correctas sobre las consecuencias de cualquier
cambio en las circunstancias". Tanto así, dice Friedman, que en la
medida en que las predicciones sean correctas, da lo mismo si los
supuestos usados son falsos. (!)

McCloskey no cree que haya problema con que la predicción sea uno de
los fines del conocimiento, el problema está en creer que es el único
relevante. Esto no sólo porque desatiende, entre otras cosas, a la
explicación como objetivo de la ciencia (por ejemplo, la teoría de la
evolución no predice nada, sino que sólo explica), sino también porque
implica desconocer sus propios límites. La razón la da la misma teoría
económica: en equilibrio, no es posible hacer predicciones rentables
(si lo fueran, el mercado se ajustaría y, entonces, dejarían de
serlo). Creer que las predicciones pueden generar riqueza así como así
es olvidarse del problema de la escasez. Por eso, éstas operan sólo
dentro de los márgenes, deben ser costosas y no pueden, por ejemplo,
aparecer así nomás en los diarios (si éstas efectivamente tuvieran la
capacidad de hacernos ricos, ¿por qué querría el predictor
compartirlas con todos nosotros?). Y lo mismo vale para el resto de
las ciencias sociales, si las maneras de ganar votos o de alcanzar
rápidamente la felicidad pudiesen predecirse, ¿por qué no las han
seguido todos los políticos y todos los mortales, respectivamente? A
los economistas y demás cientistas sociales que creen dominar el
futuro con exactitud, McCloskey les dice: "if you're so smart, why
ain't you rich?" (Si eres tan inteligente, ¿por qué no eres rico?).

Y no es que esto hable mal de la capacidad de nuestros científicos,
sino que tan sólo refleja la complejidad del objeto de estudio -los
hombres y sus creaciones-. Quizá sea mejor comprender ex ante y no
sólo ex post, que nuestros juicios no son sólo tecnicismos
científicos, sino que tienen algo, además, de opiniones.

En tiempos en que se oyen fuertes críticas a la precisión de las
predicciones de los economistas y, también, a su actual predominio en
el diseño de las políticas públicas, tal vez valga la pena prestar
atención a las críticas y abrirse algo hacia nuevas formas de
argumentar. Aquí, McCloskey juega un rol importante, no sólo porque
conoce en primera persona el quehacer de los economistas, sino que
también porque ama profundamente la disciplina. Y, afortunadamente,
ella estará de visita la próxima semana en el Centro de Estudios
Públicos y en la conferencia de economistas de LACEA.

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