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Estuvo bueno el bautizo


por Antonio Martínez | Ilustración Francisco Javier Olea 



Es cierto que en apariencia era un cóctel inofensivo de canapés, aceitunas rellenas, pastelería diversa, menudencias culinarias, nada fuerte para tomar y esa onda. Pero también es cierto que Borghi les pidió lo que sólo se pide cuando no bastan las normas, el horario de recogida, las órdenes y lo que está escrito. El entrenador quería algo más, algo así como una promesa extra.  

Claudio Borghi, entrenador de la Selección Nacional, es un hombre comprensivo con la tropa, porque la mayoría son jugadores que viven en el extranjero y siguen querendones de la patria, con todos sus ritos, licores y gastronomía.
Venir a Chile y jugar por la selección, para ellos, es una fiesta.

Allá lejos están solos, muy solos, la mayoría del tiempo. Esto la gente no lo sabe y no tiene porqué saberlo, pero es así: difícil la vida del futbolista. Y corta.

¿Y qué se añora, por ejemplo, desde la fría Inglaterra?

Los completos palta, los pisco sour, las sopaipillas y los desayunos de pan tostado con café con leche, por ejemplo.
¿Qué se echa en falta desde Brasil o desde Italia?

Un asado de tira o de punta picana o paleta, el pebre, la cazuela, el choripán y el vino chileno tomado en Chile.

Jugadores fieles a las fiestas locales y nuestras. Pegados a los sabores propios. Chilenos unido
s a las costumbres que dan identidad.

En este caso en particular, además, se trataba de una ceremonia religiosa, profunda y tradicional: un bautizo. Nada menos.
El bautizo y la cita tenían hora señalada: a las 15 horas, podían ser pasadas, pero lo ideal era la puntualidad, para celebrar el bautizo de Jorge Ignacio Valdivia Aránguiz, dos años.

Regalón del "Mago", los ojos del jugador, el pequeño hijo varón de Jorge Valdivia y el gran inocente de la vieja historia.
El día estaba apuntado de hace un tiempo, más que eso: agendado con letras mayúsculas y de oro.

El padre de la criatura y cuatro de sus mejores amigos iban a estar en Santiago, justo antes de los partidos de la selección por las Clasificatorias, un torneo complicado: Uruguay en Montevideo y Paraguay en Santiago.

En los días previos, yacerían medio concentrados y en parte entrenando en los pastos y el edificio de Juan Pinto Durán, pero cuando un chileno vive fuera, cada vez que regresa, tiene cosas que hacer y para eso no falta el permiso y alguien les da tiempo.

Cosas por hacer.

Papeles que ordenar, trámites que realizar, visitas protocolares, asuntos privados que sólo los puede hacer uno, mucha diligencia, ayuda al familión, contratos por firmar y un bautizo.

Una celebración religiosa, íntima y familiar, lo que aumenta la protección y el control.

Un bautizo y cuatro de sus yuntas y compadres, colegas en activo, jugadores de fútbol, chilenos que trabajan desperdigados por el mundo y seleccionados de primera, nada menos que en el lugar de los hechos y claro que podían ser de la partida.
El dueño de la fiesta y sus mejores amigos.

Un rey de corazones y un póker de ases.

Era ahora o nunca. Era una oportunidad.

La ocasión la pintaban calva.

Les faltaba el permiso que no era notarial, pero como si lo fuera, y para eso estaba la aprobación y el visto bueno del entrenador.

A Claudio Borghi no es difícil encontrarle el lado humano y esta historia, tiene varios lados de ese tipo y buenos argumentos: es mi hijo, es un momento de reencuentro familiar, están mis amigos de toda la vida y quiero bautizarlo con los míos, en mi tierra y en mi Chile. Es una fiesta de Fe, óleo, agua, calas y cirios.

A las 15 horas del martes 8 de noviembre en la Iglesia Rectoral de la Sagrada Familia, avenida Las Pataguas, por lo Barnechea.

Al otro día se celebra a la patrona de Madrid, la Virgen de la Almudena, pero esto ocurre por España, donde todo el mundo es bueno después de unas copas y no digamos si hay sangría.

El 9 de noviembre, pero de 1991, murió el actor y cantante francés Ives Montand, que en 1988 visitó Chile y estuvo en la embajada de Francia, departiendo con los compatriotas que hablaban francés, pero muy especialmente con Gabriel Valdés. De lejos no se sabía quién era quién. De cerca, sí.

Ese día, pero del lejano 1918, nació el general surcoreano Choi Hong Hi, artista marcial, maestro y gran difusor del Taekwondo.

Estos acontecimientos tan diversos -el bautizo de Jorge Ignacio, la muerte de un chanteur, nace un militar coreano y viva la Virgen- no están conectados de ninguna manera, en absoluto, pero así es como empiezan y terminan estos días fatales e inesperados: se habla de cualquier cosa, porque se calienta la boca, los afectos y recuerdos, no paran las anécdotas ni las risas y las cosas sin sentido, adquieren sentido: quedémonos un ratito más, no pasa nada.

¿Jugamos mañana o jugamos pasado mañana? Pasado mañana. ¿Entonces, cuál es el problema?

Caen en cascada los chistes antiguos y hay algunos nuevos, pero lo que no cambia es el ardor en los labios, bajo el bigote. Esas ansias por conversar la amistad, nunca decir que no y echarle para adelante, que total es día de bautizo y esta es mi casa, compadres: échenla por la ventana, que para eso tengo lo que tengo y muy merecido.

Hace unos años, por decir algo y entre otras cosas, un AudiR8 y un BMWX5, que sumados eran 130 millones de pesos.
Lo anterior viene a cuenta y no es indiscreción, porque en estos días fatales, todo se mezcla, lo espiritual y lo material.
Los amigos se muestran lo que tienen: vehículos, ideas de inversiones, dineros en acciones y paseo por la casa nueva, también por la cocina y desde luego el bar.

El dueño de casa y los amistades, expresan lo que sienten: todos se quieren más que a un chancho y son amigos hasta la muerte y más allá.

El tercer tiempo de las dos mitades anteriores es pelar al cuerpo técnico, a los jugadores más quedados y no digamos a los dirigentes, pero esta es otra historia y nada de esto le lleva  malas intenciones, es tan solo una costumbre muy chilena.

Y así se pasa la hora, cae el bautizo y se viene la noche, la fiesta y la licuadora, tómate la otra y arde la lengua y la pera, somos o no somos compadres paleteados, nosotros que nos mandamos solos, propietarios de los autos del millón de dólares, envidiados, más o menos protegidos por los condominios, perseguidos por la prensa de todo color -amarilla, roja, rosa, gris, azulita-  y por eso están todas las medidas de seguridad tomadas a la entrada de la iglesia: maceteados guardias de negro con paraguas negros, para espantar a los no invitados, que son la mayoría.

¿Invitados de honor?

Pocos, pero muy buenos:

Jean Beausejour, juega de lateral, lateral volante o delantero, en verdad, casi juega de lo que sea. Por ahora está en el Birmingham, en el West Midlands inglés, ciudad industriosa donde las haya, le dicen Palmatoria, pero no le gusta el apodo que viene de la revista Barrabases. Entonces, te diremos Jean Valjean, para rabia de tanto miserable malo para la pelota.

Carlos Carmona, mediocampista incansable del Atalanta, vive en Bergamo, por la región de Lombardía. Carlitos se come la cancha corriendo, es duro sin llorar, nació enjuto y parece quitado de bulla, pero eso no es más que un parecer. Todos los días ve Los Alpes nevados, que no son nada comparados con la Cordillera chilena.

Gonzalo Jara, esforzado defensa que milita y vive en un club que se llama como la ciudad: Brigthon & Hove Albion, lugar costero y ventoso, que colinda con el Canal de la Mancha, que es de donde viene el viento. Por la región de Sussex, pero al este, entre verdes y suaves planicies, Jarita.

Arturo Vidal, con la camiseta listada de la Juventus, un club viejo y glorioso de la gran Turín o de Torino, en el Piemonte italiano. También ve Los Alpes desde su ventana y de nuevo lo mismo: piensa en Chile y se pone generoso.

El anfitrión del bautizo y el padre del niño, Jorge Valdivia, juega por el Palmeiras brasileño y es considerado un virtuoso de la de cuero, la redonda o la caprichosa.

No importa el nombre del tesoro, Valdivia siempre lo encuentra.

Un artista con arte que hace cosas que no se ven venir y practica jugadas en las que nadie piensa.

Imprevisible e increíble, finalmente un jugador que nació chicharra y que por trayectoria humana y profesional ha sido y será un hombre impensable.

Valdivia quiere que Borghi piense que es lo que es: el bautizo de Jorge Ignacio. Honestamente es así, al comienzo. Primero la ceremonia en la iglesia y luego una fiesta donde estar un rato y departir, sobre todo eso: departir. 

Es lo que se llama un bautizo.

Y para eso necesita el permiso, para él y sus amigos, que están apenas a unas cuadras y reunidos en Juan Pinto Durán; y el hombrón, el jefe, el que escucha, el confesor y, en fin, Claudio Borghi, director técnico y sin embargo amigo.

Borghi, argentino, Rey Guachaca y sin un pelo de tonto, presintió el peligro y la desbandada y por eso les pidió la palabra.
Esto no se hace si no hay una brizna de desconfianza.

Es cierto que era un bautizo, empezaba a las tres de la tarde y tenían que estar de vuelta a las 10.

Es cierto que en apariencia era un cóctel inofensivo de canapés, aceitunas rellenas, pastelería diversa, menudencias culinarias, nada fuerte para tomar y esa onda.

Pero también es cierto que Borghi les pidió lo que sólo se pide cuando no bastan las normas, el horario de recogida, las órdenes y lo que está escrito.

El entrenador quería algo más, algo así como una promesa extra.

Un gesto para estar realmente seguro de que iban a volver a la hora y siempre sanos, sobrios y serenos, como cinco profesionales que defienden a Chile.
Pidió la palabra, a lo mejor les dio la mano, los miró a los ojos y les hizo prometer y jurar no de guata, pero sí de frente.
Especialmente a Jorge Valdivia, el mediocampista que invita a la ceremonia y la fiesta. Borghi exigió la palabra de hombre, porque no quería nada parecido a los terribles acontecimientos de Dublín, Irlanda, o Puerto Ordaz, Venezuela.

El comienzo del final de la historia ocurrió el mismo 8 de noviembre, como a las once de la noche.

Los jugadores no llegaron a la hora señalada, la selección comió sin ellos, fue una cena rápida, había poca hambre, sed ninguna.

Borghi los fue a visitar a sus respectivas piezas en Juan Pinto Durán y después de ver lo que vio, tomó la decisión de echarlos del búnker y separarlos de la selección: al padre de la criatura y a sus cuatro compadres.

El entrenador, una persona comprensiva, describió de dos maneras lo que observó con sus propios ojos sorprendidos y húmedos: "estado no adecuado" y "no se veían en buenas condiciones".

Las conclusiones son numerosas, pero todas preliminares:

No corrió la palabra de hombre.

Claudio Borghi seguirá humano.

Sólo el tiempo dirá si estaban malitos, 
muy malitos o tan malitos, 
como para convertir el búnker en una fiesta.

Las penas del fútbol se pasan con fútbol, y estas cosas también.

La pelota es redonda y seguirá rodando.

Estuvo bueno el bautizo.

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