Ojalá que la efervescencia cultural que ha comenzado a sentir nuestra sociedad se prolongue y eche raíces.
por Alvaro Matus - Diario La Tercera 03/11/2011 - 04:00
NO ES frecuente que la oferta cultural de nuestro país esté tan nutrida como en estos días primaverales. Hay conferencias, exposiciones, ciclos y diálogos públicos que además de acercarnos a la experiencia artística invitan a revisar las ideas instaladas y a fortalecer el sentido de comunidad.
El sábado pasado, en la Feria del Libro de Santiago, el escritor César Aira contó que comienza sus novelas a partir de una idea, una idea descabellada incluso, pero que ésta siempre debe tocarlo emocionalmente para convertirse en libro. La confesión no es trivial, viniendo de un escritor cuya literatura en primera instancia es pura invención. Autor de 80 novelas pobladas de sabios locos, animales mutantes y catástrofes planetarias, Aira posee un sentido común a toda prueba: dejó claro que por mucho que la industria editorial descubra un genio cada seis meses, un gran escritor se da cada 40 ó 50 años.
Hoy, como parte de la Cátedra Bolaño, está en la feria de Estación Mapocho el francés Olivier Rolin. Sus libros llegan poco, pero aún recuerdo la calidez de Paisajes originarios, ese trabajo hermoso que reconstruye los lugares donde pasaron su infancia Hemingway, Kawabata, Borges, Michaux y Nabokov. De este último, por ejemplo, conocemos la biblioteca de su casa, lugar en el que junto a los miles de volúmenes recibía clases de boxeo y esgrima. Nabokov decía que allí se combinaba la erudición con el atletismo.
En Valparaíso este fin de semana se llevará a cabo la primera edición de Puerto Ideas, un festival que viene a ser como el Lollapalooza del pensamiento. Julia Kristeva, Carlo Ginzburg, Alan Pauls, Alfredo Jaar y Marc Augé forman parte de este encuentro donde la cultura, por fin, aterriza en la ciudad sin por ello verse homologada a los espectáculos de saltimbanquis, tragafuegos y batucadas.
Autora de textos en los que confluyen la mirada microscópica con el aliento social, Kristeva formó parte de la legendaria revista Tel Quel, donde escribían autores del calibre de Bataille, Foucault, Henri-Lévi, Umberto Eco y Roland Barthes. Este último le dedicó palabras elocuentes: "Julia Kristeva cambia el lugar de las cosas. Siempre destruye la última de nuestras presunciones, aquella que nos consolaba, aquella de la que podíamos estar orgullosos". Marc Augé, por su lado, es el antropólogo que acuñó el concepto de "no-lugares" para definir esos espacios impersonales y estereotipados que han venido a modificar la manera de relacionarnos. Augé habla de hoteles, autopistas, centros comerciales, aeropuertos; el mismo paisaje desolador y amenazante que muestra Música campesina, la magnífica película de Alberto Fuguet.
En esta columna que ha descrito solo buenas noticias también podría mencionarse que la U. Diego Portales inaugura mañana la Biblioteca Nicanor Parra y que en el Museo de Bellas Artes el público se agolpa ante las fotografías de André Kertész. Ojalá que esta efervescencia cultural se prolongue y eche raíces en una sociedad que de pronto ha empezado a sentir que no basta con abandonarse a los placeres del consumo. Después de todo, las viejas preguntas sobre el sentido de la vida, sobre el origen y la proyección de nuestra comunidad, siguen siendo formuladas por eso que llamamos cultura.
El sábado pasado, en la Feria del Libro de Santiago, el escritor César Aira contó que comienza sus novelas a partir de una idea, una idea descabellada incluso, pero que ésta siempre debe tocarlo emocionalmente para convertirse en libro. La confesión no es trivial, viniendo de un escritor cuya literatura en primera instancia es pura invención. Autor de 80 novelas pobladas de sabios locos, animales mutantes y catástrofes planetarias, Aira posee un sentido común a toda prueba: dejó claro que por mucho que la industria editorial descubra un genio cada seis meses, un gran escritor se da cada 40 ó 50 años.
Hoy, como parte de la Cátedra Bolaño, está en la feria de Estación Mapocho el francés Olivier Rolin. Sus libros llegan poco, pero aún recuerdo la calidez de Paisajes originarios, ese trabajo hermoso que reconstruye los lugares donde pasaron su infancia Hemingway, Kawabata, Borges, Michaux y Nabokov. De este último, por ejemplo, conocemos la biblioteca de su casa, lugar en el que junto a los miles de volúmenes recibía clases de boxeo y esgrima. Nabokov decía que allí se combinaba la erudición con el atletismo.
En Valparaíso este fin de semana se llevará a cabo la primera edición de Puerto Ideas, un festival que viene a ser como el Lollapalooza del pensamiento. Julia Kristeva, Carlo Ginzburg, Alan Pauls, Alfredo Jaar y Marc Augé forman parte de este encuentro donde la cultura, por fin, aterriza en la ciudad sin por ello verse homologada a los espectáculos de saltimbanquis, tragafuegos y batucadas.
Autora de textos en los que confluyen la mirada microscópica con el aliento social, Kristeva formó parte de la legendaria revista Tel Quel, donde escribían autores del calibre de Bataille, Foucault, Henri-Lévi, Umberto Eco y Roland Barthes. Este último le dedicó palabras elocuentes: "Julia Kristeva cambia el lugar de las cosas. Siempre destruye la última de nuestras presunciones, aquella que nos consolaba, aquella de la que podíamos estar orgullosos". Marc Augé, por su lado, es el antropólogo que acuñó el concepto de "no-lugares" para definir esos espacios impersonales y estereotipados que han venido a modificar la manera de relacionarnos. Augé habla de hoteles, autopistas, centros comerciales, aeropuertos; el mismo paisaje desolador y amenazante que muestra Música campesina, la magnífica película de Alberto Fuguet.
En esta columna que ha descrito solo buenas noticias también podría mencionarse que la U. Diego Portales inaugura mañana la Biblioteca Nicanor Parra y que en el Museo de Bellas Artes el público se agolpa ante las fotografías de André Kertész. Ojalá que esta efervescencia cultural se prolongue y eche raíces en una sociedad que de pronto ha empezado a sentir que no basta con abandonarse a los placeres del consumo. Después de todo, las viejas preguntas sobre el sentido de la vida, sobre el origen y la proyección de nuestra comunidad, siguen siendo formuladas por eso que llamamos cultura.
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