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Metro Cuadrado

por Ascanio Cavallo
Diario El Mercurio, Revista Sábado, 4 de junio de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/06/04/el_sabado/el_sabado/noticias/fe3bb96e-e61a-4073-b4ab-31c610c0d470.htm
 
Francisca (Natalia Grez) acaba de mudarse a vivir con su novio, Andrés
(Álvaro Viguera), a un departamento del barrio de Santa Lucía que
pertenece o perteneció a la madre de él. Así es el andamiaje de esta
película: leve, cotidiano, rutinario, inestable.
 
El relato transcurre en poco más de cinco días, si se mide por las
noches que se ven en pantalla. Cada día ocupa sólo unos pocos minutos
y en la mayor parte de ellos Francisca está desembalando cajas,
sacando objetos, ordenando y probando ubicaciones. La cuestión del
tiempo es crucial, no sólo porque establece la progresión de lo que le
ocurre a la protagonista, nada de lo cual es inmediato ni súbito, ni
siquiera rápido, sino sobre todo porque marca el tempo opresivo de la
situación de Francisca.
 
Transcurre también, en su mayor parte, dentro del departamento, lo que
hace del espacio la otra determinación fundamental. Francisca se mueve
en una vivienda que su lacónico padre (Boris Quercia) describe como
"amplia", pero que se hace pequeña precisamente porque la joven no
sale de él. Pronto se torna visible que el departamento es un espacio
tan físico como sentimental, tan material como emocional.
 
El problema de Francisca es altamente volátil. Inicia una nueva vida
en un espacio que no es suyo, pero que tampoco es neutral. El
departamento está marcado por la vida de Andrés: su madre (Consuelo
Holzapfel) opina sobre la decoración, su ex exposa (Fernanda Urrejola)
merodea por un lugar que conoció, y hasta su pequeño hijo tendrá una
habitación allí. A Francisca le toca instalarse y dominar un espacio
ajeno, y cada vez que saca un objeto propio parece preguntarse si
tiene cabida allí.
 
La alienación del departamento es, por supuesto, una proyección de la
relación entre Francisca y Andrés, que muestra abundantes aunque
minúsculas señas de deterioro. Metro cuadrado está dedicada a esto,
pero no lo hace explícito, ni menos permite que sus personajes lo
digan.
 
La directora debutante Nayra Ilic filma con delicadeza, como si
prestase más atención a las pulsiones internas de sus personajes que
al entorno que los rodea. Su cámara parece flotar tal como flota el
conflicto inasible, impreciso, ambiguo, entre las paredes del
departamento. Esto es más cine que guión. Es más cine que la pedante
cita inicial, que la manía de la protagonista de hablar con la boca
llena y que otros defectillos insufribles.
 
Y es también la opción por un cine intimista y aéreo, con ambiciones
autorales, serio y hasta grave, que quizás no tenga pretensiones
comerciales, pero sí de empatía. No todos los que siguen esta línea
tienen las capacidades y la sensibilidad para sacar de ella películas
interesantes. Nayra Ilic sí las tiene. Metro cuadrado muestra una
comprensión tan singular de los recursos fílmicos, que no es difícil
apostar por ella.

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