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Valparaíso es un sueño

por Agustín Squella
Diario El Mercurio, Viernes 10 de Junio de 2011 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/06/10/valparaiso-es-un-sueno.asp
Los honores tienen en común con las bendiciones que aunque no se los merezca no hay más alternativa que aceptarlos y agradecerlos. Es lo que me acaba de ocurrir con la designación como Ciudadano Ilustre de Valparaíso, una distinción que me tocó en lo más hondo del corazón. Si ya es un honor que te consideren ciudadano, es decir, perteneciente a la ciudad, la dignidad es mayor si te reconocen como ciudadano ilustre, y ni qué decir cuando esa condición la entrega Valparaíso, la única ciudad de Chile capaz de despertar auténticas pasiones.
Por decirlo con palabras de ese porteñista que es Allan Browne (y "porteñista" es mucho más que "porteño"), Valparaíso es ciudad musa, no museo, lo cual quiere decir que se trata de un lugar vivo e inspirador. Siempre he creído que Valparaíso es un sueño, un sueño que soñaron sus antiguos habitantes y que a sus actuales moradores no nos queda más que continuar soñando. Cada cual tiene que descubrir su forma de soñar Valparaíso, y el poeta Gonzalo Rojas lo hizo con esta magnífica advertencia que cientos de envalparaisados hemos repetido igual número de veces: "A Valparaíso no hay que amarlo, hay que merecerlo".
Justo cuando recibí la mencionada distinción tuve noticia de la aparición del "Diccionario histórico-cultural de Valparaíso", escrito por Leopoldo Sáez, quien conoce mejor que nadie los nombres y voces que conciernen a la ciudad y le confieren lo que todas consiguen casi siempre a medias: identidad. Identidad a raíz de su loca topografía, de su bahía ocre y azul, de la arquitectura espontánea de sus cerros, de la humedad salobre de sus escaleras, de sus quebradas que se precipitan al mar en paralelo con sus ascensores, y del sello cosmopolita que debe a los inmigrantes ingleses, italianos, españoles y alemanes de fines del XIX y comienzos del XX, hoy sustituidos por compatriotas que adquieren aquí su segunda vivienda y a quienes me gusta considerar como los nuevos inmigrantes.
Este es el cuarto libro de Leopoldo Sáez sobre Valparaíso, y todos son de consulta obligada para quienes quieran conocer su toponimia, es decir, los nombres que son propios de la ciudad, sus personas y sus personajes, su cultura, sus instituciones, sus actividades, y también las catástrofes que la han azotado, como terremotos, maremotos, incendios, desembarcos de piratas, bombardeos, inundaciones, pestes, aluviones, guerras civiles, motines y asonadas populares, sin olvidar el mal uso y la peor gestión que habitantes y autoridades hemos hecho más de una vez de la ciudad que creemos merecer. Como recuerda Sáez, "no hay otra ciudad de Chile que tenga este historial de tantas y tan variadas desgracias", a las cuales se agrega la mala calificación que tiene hoy en cuanto a condiciones de vida de sus habitantes y el riesgo que corre ante la inminente inspección por el Comité del Patrimonio Mundial.
Valparaíso, por donde se lo mire, no es una ciudad cualquiera. Nunca fue fundada, sino que "un día nace allí sencillamente", como rememora la canción del Gitano Rodríguez, la misma en que su autor confiesa "Yo no he sabido nunca de su historia", una línea que los porteños continuamos entonando con tanta sinceridad como desaprensión. Sin embargo, este nuevo libro de Leopoldo Sáez recuerda lo que no sabemos o hemos olvidado de Valparaíso y remedia en parte la desmemoria y el desamparo en que vive la ciudad chilena más conocida y admirada allende nuestras fronteras. A Jorge Arrate escuché contar que encontrándose exiliado mencionó el nombre de Chile en una taberna de Estocolmo sin que ninguno de los presentes se inmutara lo más mínimo, pero que la algarabía y la cerveza inundaron la mesa en el mismo momento en que pronunció la palabra "Valparaíso".
Por su incomparable servicio a la ciudad, propongo a Leopoldo Sáez como Ciudadano Ilustre de Valparaíso.

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