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Bertoni: maniático textual


por Mario Valdovinos 


Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 12 de junio de 2011

Son seis cuadernos de anotaciones, sin duda una bitácora, 
ya que se trata de un viaje que emprende el poeta, incipiente por aquellos años. 

La escritura torrencial y sobrecargada comienza en octubre del 72 
hasta detenerse, con escasos saltos en el calendario, el 10 de septiembre de 1973, 
en el umbral del golpe militar.

El hablante de los textos, a quien asimilamos de inmediato con la figura del autor real, 
anota todo en libretitas, deja un reguero de papeles y de anotaciones, 
una especie de lírica en prosa en la que cabe una materia abigarrada: 
desde divagaciones metafísicas a fruslerías inenarrables. 

Satiriza, parodia, alude, cita, se jacta, se pone en evidencia y explicita su discurso, 
en demasía tal vez, hasta componer un oráculo portátil y volverse un maniático textual, 
para quien los lugares y situaciones adquieren sentido por el hecho de ser descritos. 

Elabora una escritura on the road, si bien suscitada por un viaje a Inglaterra, en barco.

El largo y a ratos agobiador texto 
roza la órbita de la escritura automática surrealista 
y oscila entre la ontología y la vulgaridad; la ternura y la aspereza; 
la blasfemia y el epigrama sentimental; la confesión y la culpa; 
los aforismos filosóficos y el chiste de mal gusto.

El sujeto de los textos se mueve en un universo hippie, 
de vagamundos, muy parecidos a los integrantes 
del Club de la Serpiente,el grupo de diletantes malditos 
y bellos de Rayuela, la contranovela cortazariana. 

En el planeta de los setenta todo parecía posible, 
había entonces que dejar una huella: anotar sin excepción.

Al escriba obseso lo acicatean los sueños y los cuenta; 
también el deseo, los recuerdos, la añoranza de Chile, 
las comparaciones con la cultura inglesa; 
no elude la estética del lugar común ni el hecho intrascendente. 

En medio de copiosas páginas en las que el lector naufraga, 
aparece un relámpago, audaz, certero, la patafísica y el estiércol, 
la reflexión y el garabato disolvente.

Hay anotaciones para todos los lectores: 
devaneos eróticos y glosas a obras y autores que lo arrebatan;
despertares, aburrimientos, rutinas, comidas, jazz, delirios bajo palabra. 

Escritura del yo, un clochard empapado en el difícil arte de no hacer nada, 
o en el arte de contribuir, con su lenguaje codificado en cuadernos, a hacer la nada.

Han pasado casi cuarenta años desde la composición de este diario, que conmueve y fatiga. 

Queda señalado así, el 29 de marzo: "Escribiendo uno se da cuenta 
que un acontecimiento perfectamente insignificante y fósil 
tiene las reverberaciones más inesperadas".

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