por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias, jueves 2 de junio de 2011
¿Alguien escuchó a Gabriel soplar el cuerno
que anuncia roncamente el día del Juicio Final?
Somos algo distraídos, hablando francamente,
y un poco sordos; de modo que, de haber roncado
el arcángel su rústico instrumento, no los hemos oído.
Sea como sea, lo que sí está claro
-ya que lo leemos a diario en la prensa-
es que en Chile los muertos han comenzado
a salir en tropel de sus tumbas,
síntoma inequívoco y apocalíptico
del llamado fin de los tiempos.
Y algunos cuerpos lo han hecho incluso más de una vez,
para volver de nuevo con sus pobres huesos al nicho helado
donde los hombres lo pusieron, como diría Gabriela Mistral,
tras pasar por las sofisticadas pruebas tanatológicas,
bajo luces ultravioletas, reactivos químicos
y otras extravagancias tecnológicas
sumamente alejadas de su metafísica condición
y del respeto que, a nuestro modesto entender,
se les debe a los restos de un ser humano
que no hace mucho tiempo
respiraba el mismo aire que nosotros.
Es como si una repentina fiebre «desentierramuertos»
nos poseyera a los chilenos por estos días raros
y repletos de jueces y ministros en visita
firmando exhumaciones a diestra y siniestra,
escoltados por esos enigmáticos nigromantes
de delantal blanco y maletines de aluminio,
que parecieran capaces de desentrañar
todos los misterios de la vida y de la muerte.
No, no ha llegado aún, nos parece,
la hora de la resurrección de la carne.
Y el juicio que se busca no es el Final,
así con mayúscula, sino unos modestos
y hasta quizás necesarios juicios humanos
que pretenden aclarar el misterioso fallecimiento
de figuras tan legendarias como
el presidente Frei Montalva,
el presidente Allende,
el ministro Tohá
y un ejército de anónimos viajeros
a lo desconocido, arrancados de pronto
a la tierra para verificaciones de ADN.
Nos informan que en Chile,
aunque la mayoría de las exhumaciones
que se realizan corresponden
a casos de derechos humanos,
los relacionados con juicios de paternidad
han tenido un aumento de 115 por ciento en un año.
Y el motivo de esto no tiene mucho misterio: plata, herencias.
Es decir, el RIP o «que descanse en paz»
es ya sólo un decir, una costumbre del pasado.
Asistimos en esta materia a un cambio cultural
que, inevitablemente, produce escalofríos
a algunos reaccionarios como el que redacta estas líneas.
Para los católicos, «los cuerpos de los difuntos
deben ser tratados con respeto y caridad
en la fe y la esperanza de la resurrección.
Enterrar a los muertos
es una obra de misericordia corporal,
que honra a los hijos de Dios,
templos del Espíritu Santo».
Sin profesar activamente
ninguna religión en particular,
desde aquí reclamamos, laicamente,
algo más de respeto y decoro
para con los restos mortales,
ya indefensos y de regreso al Todo,
mientras recordamos unas líneas
del poeta Molina que nos dicen:
"No olvides a los muertos que jamás olvidan
y son tu sombra viva.
Todo cuanto les des te lo agradecen y devuelven [...]
Dale al muerto un guijarro uno solo
y él te devolverá el interior de una montaña".
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