En el prólogo de su quinto volumen de poesía, Juan Cristóbal Romero advierte lo siguiente: “En este libro están mis horas muertas; / lo escribí sin saber que lo escribía. / Así parece, y lo confieso; ciertas / palabras no se pulen todavía”.
En el epílogo, el autor invoca a Polimnia, la musa griega de los cantos sagrados, para pedirle, entre otras cosas, que les conceda brillo y larga vida a sus poemas.
Si al principio el poeta se muestra ligeramente dubitativo con su trabajo, al cierre se le oye más confiado. Y, claro, entre un extremo y el otro, el lector ha tenido la oportunidad de juzgar por sí mismo: el poemario tiene momentos en los que es fácil caer en la indiferencia, aunque predominan las páginas sobresalientes.
Romero no requiere de mayores presentaciones: su voz es una de las más reconocidas en su generación (nació en 1974) y nadie duda de la pericia técnica con que construye sus versos.
En Polimnia, sin embargo, la repetición de cierta muletilla puede provocar disonancias, en especial cuando el ánimo del pallador se apodera de la voz del hablante y se manifiesta en instantes inapropiados (no me refiero al estupendo homenaje dedicado al poeta Miguel Naranjo).
Afortunadamente esto ocurre poco y se debe, supone uno, más a un rapto experimental que a convicciones profundas.
En buena parte del libro se percibe que quien hilvana los versos ha alcanzado la madurez propia de los 40 años, junto a la experiencia y al descreimiento que casi siempre la acompañan:
“Mientras te escribo, el tiempo indiferente / se ha marchado. Aprovecha bien el día / y duda cuanto puedas del siguiente”.
Y en el poema llamado Alisios, se obtiene más luz sobre la misma idea:
“No te admire que un viejo de cuarenta / quiera sacar del aire algún sonido. / No soy yo quien arranca estas palabras, / es el viento que sopla a través mío”.
En cuanto a los concurrentes poemas de Romero, el espectro es amplio: figuras de la mitología griega clásica; poetas que él admira; las diferentes instantáneas que se ofrecen del que uno supone es el mismo hablante; un tehuelche que se funde con su cabalgadura “hasta ser un solo, caballo y fugitivo”; el nacimiento de Hermafrodito; un hombre sin memoria que aun así tiene algo que decir; un viejo que increpa a la muerte: “Cumple pronto tu tarea / y no te hagas la dulzona. / Eres la amable ladrona / que pone adorno a sus robos. / Una más entre los lobos; / de las cabras la cabrona”.
Memorable es Mester de clerecía, el poema que rinde honor a este tipo de escritura medieval y a su rima característica, la cuaderna vía.
El personaje descrito es un cura tunante y pillastre:
“Verdat es, non mentira, esto que yo vos digo: / cogía con astucias a los ninnos consigo. / Les decía ‘tu mano coloca aquí mi amigo’ / Si fazía otros males, desto non so testigo”.
Los versos finales contienen tanta sabiduría que bien podrían estar esculpidos en el pórtico de cualquier catedral:
“Maestro Iesus Christus, Sennor de los sennores, / tu repartes las graçias, nosotros los errores. / Si quiéredes que crea de nuevo en tus priores / hazte de buenos omnes e non de los peores”.
Las fuentes variadas de este conjunto de poemas dan pie a buena parte de su atractivo.
A Romero, siempre seguro en la técnica, le es fácil adoptar distintos registros de voz y, al mismo tiempo, traslucir las emociones, jamás banales, de un individuo que se deja ver de manera intermitente (probablemente sea él mismo).
Polimnia, en este sentido, es un libro balanceado entre lo propio y lo ajeno. Un poemario, en suma, al que se puede regresar una y otra vez con creciente provecho.
La crítica es de Juan Manuel Vial. El error provino en un principio del propio diario La Tercera, que después corrigió.
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Rafael Rosende AlvarezHace 3 horas
“Maestro Iesus Christus, Sennor de los sennores, / tu repartes las graçias, nosotros los errores. / Si quiéredes que crea de nuevo en tus priores / hazte de buenos omnes e non de los peores”.
El Señor Jesús, en su infinita sabiduría y misericordia,
escoge a veces de entre los peores, para que se conviertan
y no se pierdan y para hacer resplandecer sus obras
no por mérito de sus tan precarios y míseros servidores
sino por obra de su gracia y de su amor.
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Una minucia. Tal vez por su lejanía del país
para Juan Manuel que se fue pa'allá pa'l hemisferio norte,
los payadores se convirtieron en palladores.