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Cerca de Rilke


“Rainer Maria Rilke, el gran poeta de lengua alemana, que ha sido bastante leído y traducido en Chile, estuvo a comienzos de 1913 en Ronda, en el mismo hotel donde estoy ahora”.
Como las noches de esta región montañosa son muy frías, después de mediodías soleados y más o menos cálidos, entro de inmediato y me refugio en interiores. 
Ronda está cerca de la costa malagueña, a unos sesenta kilómetros de Jerez de la Frontera, no lejos de Granada. 
Fue una de las plazas fuertes que facilitaron la reconquista de finales del siglo XV. 
La derrota de los árabes en Granada y la unificación de la Península fueron antecedentes del descubrimiento y la conquista de América. 
Ronda es famosa por su paisaje, de quebradas impresionantes, de abismos de la geografía, y por su arquitectura precursora del Renacimiento. 
La Real Maestranza de Caballería, con su plaza de toros todavía enclavada en lo medieval, con sus ceremonias de vieja tradición, con su magnífica biblioteca son grandes hitos y símbolos. 
Estuve en la ceremonia de entrega de los diplomas y títulos, hace alrededor de dos años, y he regresado en un tren donde no cabía un pasajero más y donde hubo que colocar las maletas en los pasillos. 
Pero he demostrado mi admiración por el lugar con hechos indesmentibles. 
Ahora escribo frente a las luces dispersas de la hondonada, cuando las luces del atardecer sólo son un resto de azul oscuro. 
Los campos cercanos, que miré en la mañana desde la ventanilla del tren, eran de un verde invernal único. 
Había siembras de habas tiernas y brotes de trigo que se extendían por los faldeos de los cerros.
El hotel donde me han conseguido una habitación es un edificio inglés victoriano, de comienzos del siglo XX, devastado por las manos de los diseñadores y restauradores actuales, pero donde sobrevive el empapelado de algunos muros, y la decoración en mármol de una seguidilla de chimeneas. 
Alguien se acuerda de las cretonas de antaño y de los animales que paseaban por los jardines. 
Pero el idioma inglés se ha transformado en un esperanto para alemanes, holandeses, suecos, franceses. 
En el bar, la oferta de whiskies de Escocia es bastante pobre, pero la de gines, mojitos, tequilas, aguas tónicas es extraordinaria. 
Si nosotros nos hubiéramos puesto de acuerdo con los peruanos y hubiéramos promovido el pisco sour, creo que nos habría ido bastante bien. 
Sugiero que nuestra apolillada Academia Diplomática imparta cursos de vinos chilenos y lecciones prácticas de pisco sour. 
Y si sus alumnos adquieren nociones de literatura, música, pintura, no estaría nada de mal. 
Pero somos pedantes y confundimos la cultura con el engolamiento.
Los ingleses victorianos bajaban a Ronda, a Algeciras, a Jerez, al Algarve portugués. 
Dejaron huellas literarias, decorativas, de costumbres. Rainer Maria Rilke, el gran poeta de lengua alemana, que ha sido bastante leído y traducido en Chile, guardando las proporciones, estuvo a comienzos de 1913 en Ronda, en el mismo hotel donde estoy ahora, y escribió aquí una parte de su Sexta Elegía de Duino. 
El hotel tiene un pedazo de habitación, al lado del bar, con la estantería que tuvo el poeta, su mesa de escritorio, una fotografía y la factura del final de su estada. 
Yo me lanzo con ingenuidad, lo más juvenil que todavía tengo, a leer las elegías en una edición bilingüe y donde la traducción al español es de un auténtico poeta de estos lados, Jenaro Talens. 
Sé que el médico chileno Otto Dörr también ha traducido a Rilke, pero esto no se encuentra en las quebradas de Andalucía. 
Lo curioso es que el paisaje, mirado desde estas elevadas terrazas y balcones, frente a la línea escarpada de la sierra, se ajusta a la poesía rilkeana. 
Esas jerarquías de los ángeles, esos abismos misteriosos, esos llamados, esos amores humanos tienen un eco en estas alturas y honduras. 
“¿Quién me oiría, si yo gritara, desde las jerarquías de los ángeles?”. 
Talens traduce órdenes o jerarquías por “esferas”, y no sé si estoy de acuerdo. 
Lo esencial es que toda traducción es una creación, y en especial cuando se traduce poesía. 
Pues bien, saboreo los poemas rodeado por la atmósfera que en forma parcial los inspiró. 
Para continuar con la lectura, lo perfecto sería trasladarse al Castillo de Duino, pero es demasiado pedir.
Compruebo un detalle revelador, esencial. 
Rilke trabajaba breves períodos de tiempo en las elegías, las abandonaba durante años y volvía a poner la atención en ellas. 
Las comenzó antes de la Primera Guerra Mundial, en 1912 y 1913, y las dio por terminadas en 1922. 
El lector debe saber que el libro no tiene más de 90 páginas en su versión bilingüe. 
Fueron editadas en edición de bibliófilo en 1923 y en edición normal, para librerías, a fines de ese año. 
Si hubiera negociado los derechos con los editores de hoy, habría estado obligado a autoeditarse. 
Y el libro, a pesar de eso, seguiría en las librerías y se seguiría leyendo y discutiendo.

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