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Un magnífico tributo a la persistencia de la amistad y un test muy arriesgado de resistencia de materiales‏


RESISTENCIA DE MATERIALES
por Héctor Soto
Diario La Tercera, viernes 6 de diciembre de 2013

Han pasado más de 50 años y Rocco y sus Hermanos, de Luchino Visconti, sigue espléndida.
LA PRIMERA VEZ que vi Rocco y sus hermanos, película de Luchino Visconti de 1960, estrenada en Chile poco más tarde, debo haber tenido unos 14 o 15 años. Fue en un programa doble, en un cine que hacía la vista gorda al ingreso de escolares y que se manejaba con criterios más bien liberales en materia de censura. La vi con un amigo, compañero de curso, que salió convencido de que era la mejor película que habíamos visto en la vida. Yo suscribí su juicio, lo ratifiqué cuando volví a ver la cinta tiempo después y me quedé con esa convicción -un tanto prestada, debo reconocerlo- durante más de 45 años. Le hice el quite a exponerme de nuevo a sus imágenes, en parte para protegerse -yo  no quería venirme abajo con ellas- y en parte para proteger la memoria de la película de los estragos del envejecimiento.
Hace tres días volví a juntarme con mi compañero de entonces y, con algún temor de mi parte, pusimos en su casa el dvd de Rocco. Fue un magnífico tributo a la persistencia de la amistad. Y un test muy arriesgado de resistencia de materiales. La idea era matar el fantasma para que la película triunfara definitivamente o diéramos vuelta la página de lo que ahora podríamos considerar un sobreentusiasmo de juventud.
Qué alivio: Rocco y sus hermanos todavía respira, todavía emociona y es una película notable. No será la mejor película que hayamos visto en la vida, pero sí es enteramente explicable que lo haya sido cuando éramos adolescentes y habíamos vivido muy poco. Rocco cuenta la manera en que una familia campesina del sur de Italia -la de Rosaria Parondi y sus cinco hijos varones-, se inserta en Milán a comienzos de los 60, cuando la ciudad se está volviendo emblema de la modernización capitalista de Italia. La cinta fue leída en su momento como una metáfora del efecto corruptor de la ciudad y el capitalismo sobre una familia del campesinado inocente y arcaico, pero lo cierto es que también tiene la ambigüedad suficiente para entenderla de otro modo, en clave más dostoievs-kiana, como un estudio de caracteres de los cinco hermanos que, expuestos a la misma experiencia urbana, reaccionan de muy distinta manera. Vincenzo, el mayor, no tiene mucha ambición, pero sí sentido de la responsabilidad familiar. En Simone (un notable Renato Salvatori), que logra triunfar por un momento, lo que prima es el egoísmo autodestructivo. Rocco (Alain Delon) es casi un santo, pero un ser cuya bondad termina generando incluso más daño que los desafueros de su hermano irresponsable. Ciro, en cambio, es el triunfo de la disciplina, el trabajo y la movilidad social capitalista y Luca, el más chico, es la esperanza incontaminada de una libertad que sus hermanos no tuvieron.
Rocco es un desbordante melodrama que se juega sus cartas más extremas en el personaje de Nadia (Annie Girardot, extraordinaria), la chica que se relaciona con Simone en su momento de mayor éxito, cuando le está yendo bien en el boxeo, y que se mueve en el mundo de la prostitución. Eso es lo que se da a entender, porque las imágenes nunca son explícitas: hasta las películas para mayores eran pacatas en ese tiempo. Luego, esa relación con el boxeador se rompe y dos años después Nadia se topa con Rocco. Surge un hermoso idilio. Pero sólo hasta el momento en que Simone se entera de que su antigua novia anda con su hermano. Ahí asoma la tragedia porque su reacción destemplada será la de un bruto. La de Rocco, a su turno, por pura bondad, será la de un imbécil. Y desde luego Nadia llevará en ese contexto la peor parte.
Rocco es una ópera y también una novela fílmica llena de excesos. Dura tal vez más de lo que debiera (2 horas 50 minutos), pero debe tener unas 20 escenas memorables y tres o cuatro de antología. En ese tiempo el cine se daba el lujo de correlacionar con tranquilidad espacio y tiempo en la puesta en escena y había margen para el lirismo, la ambigüedad y la sintonía fina. Es justamente por estos rasgos que sigue siendo una película imponente, tal vez muy superior a todo lo que Visconti filmó después, Muerte en Venecia incluida. Hay buenas razones para preferir el Visconti de los pobres al que después terminó embobado con el mundo de los aristócratas decadentes.
Sí, es cierto: no fue sólo una aventura cinematográfica. No fue sólo el regreso a una gran película. También fue el reencuentro con los intensos adolescentes que fuimos alguna vez.

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