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Lugares que no aparecen en los mapas


"El recuerdo de esta escena de mi vida (que obviamente es real) se ha ido aderezando en el transcurso de los años, para que cada vez cobre más sentido en mi geografía personal e íntima..."


No tengo claro si fue en el '82 o en el '83, lo cierto es que fui la excusa que necesitaban mis primas para salir solas con el pololo. Como yo era el menor de todos, se les ocurrió decir que me llevarían al cine y, como nadie podía oponerse a que un niño vaya al cine, les dijeron que sí. Mi memoria no ha sabido retener si estábamos en invierno o en verano, como tampoco retuvo una escena específica de aquella película, donde un extraterrestre vuela junto a un niño en la canasta de su bicicleta. Los detalles argumentales los grabé después, cuando volví a ver la cinta en algún VHS viejo una tarde de aburrida pubertad. De ese día -el inicial, el original- recuerdo un parque y unas ramas meciéndose sin demasiada violencia, la profunda excitación que me generaba venir al cine por primera vez solo -solo, en ese entonces, quería decir sin mi madre-, la espera en la boletería, la muchedumbre apostada en el puesto de dulces, los afiches pegados tras un vidrio anunciando los horarios. Luego vendría la película como un túnel fantástico. Mi mente parece haber vuelto a fijar cosas a la salida: el sol extinguiéndose, las luces de los autos como cometas luminosos, mi madre abriendo la puerta de la casa para abrazarme con esa sonrisa que fue por años un refugio.

Tengo claro que la realidad no fue así, pero así la necesito recordar. El recuerdo de esta escena de mi vida (que obviamente es real) se ha ido aderezando en el transcurso de los años, para que cada vez cobre más sentido en mi geografía personal e íntima. En ese territorio ficticio que vamos recorriendo sin razón, aventurándonos en un desorden de rutas que nos conforman y conducen por caminos indómitos de nuestra historia. Y como todos somos producto de la imaginación propia, necesitamos narrar nuestra existencia llenando ciertos vacíos con sucesos ficticios para que esta narración cobre sentido. Sin embargo, nuestra mente no hará diferencias entre lo real y lo ficticio y entonces el recuerdo será ciento por ciento real para nosotros. Años atrás, cuando decidí a ir a una terapeuta y escarbar en los recovecos de mi pasado para entender mejor mi presente, me pidió que le cuente una escena de mi infancia y conté esta. ¿Por qué este momento vuelve tantas veces como en un loop interminable? Mi terapeuta tiene una explicación apegada a sus estudios, la cual tiene mucho sentido. Para mí, sin embargo, este recuerdo es solo otro de estos lugares que no aparecen en los mapas, estos hitos escondidos en nuestra vida a los cuales regresamos una y otra vez, como algunos animales vuelven al lugar donde nacieron.

Hace unos meses, mientras visitaba a mi madre, se me ocurrió preguntarle por este momento: años ochenta, primas llevándome al cine, regreso de noche a casa. Su mirada me dejó claro que no recordaba para nada aquel momento, que su mente no había registrado ese hito como yo lo había hecho y, como si yo aún tuviese ocho años, intentó protegerme diciendo que sí, que se acordaba, aunque en sus ojos podía ver claramente que ese espacio estaba vacío. Consciente de su mentira cambió el tema y sonrió, con esa misma sonrisa que durante años fue un refugio.

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